miércoles, 14 de febrero de 2007

Futbolín

Informa la prensa del fallecimiento a los ochenta y siete años de edad, de don Alejandro Campos Ramírez, también conocido como Alejandro Finisterre, por su condición de oriundo de dicha villa. Don Alejandro fue un hombre de mil oficios entre los que destacan los de inventor, poeta, bombero y exiliado, que profesión no es, pero algo hay que profesar para serlo.

Don Alejandro conoció la fama, aunque no la fortuna, al menos no tanto como seguro mereció, merced al más famoso de sus inventos: el futbolín.



A resultas de unas heridas de guerra, que sufrió en su empleo como bombero, el joven Alejandro curóse en un hospital en el que vió a los críos ingresados dolientes y aburridos. Inspirándose en el tenis de mesa, se le ocurrió trasladar al salón el juego del fútbol e ideó una suerte de artilugio para poderlo jugar bajo techo, de modo que los pequeños convalecientes pudiesen hacer más llevadera su desdicha. Con la ayuda de un carpintero vasco, pasaron su diseño del papel a la realidad, pero por mor de las circunstancias de la Guerra, el invento sólo se mediodesarrolló, demodo y manera que la patente o se perdió o se fue a dormir el sueño de los justos. Una vida de aventura entre Francia, Centro y Sudamérica, de poemas y editoriales, de inventos de mayor y menor éxito, para que al fin se le reconociese como el inventor del pasatiempo más divertido que uno puede encontar en los bares y tabernas.



Los días de futbolín. Los chavales de mi cole solíamos ir a jugar al Novedades, una sala recreativa junto a un cine cerca de la escuela. Allí surgió la casi legendaria anécdota de un compañero que metió un gol directo y muy chulito, al siguiente balón dijo: ¿repetimos? y metió otro gol. Desde ese día se quedo con "Natillas" como apodo. No sería necesario añadir que el Natillas jamás repitió semejante proeza. Y mira que lo intentaba el muy pelmazo.

Yo aún no jugaba demasiado. Lo mío vino un poco después. En el Denver. El grupillo de amiguetes solíamos tomarnos algo en un bar que tenía futbolines y mesas de pinpón. De una cosa a la otra, se convirtió en una especie de tradición echar unas partidas si veíamos uno cerca. Aprendí a jugar de defensa. Poca filigrana pero letal contundencia. Mi tiro preferido, con el defensa de más a la izquierda, gol directo cruzado de un golpe de muñeca muy rápido de fuera a dentro. Lo mismo con el saque en situaciones críticas -deja que saco yo. Gol. Vuelta a la defensa- para aguantar resultados. Suplía la torpeza de caracoleos con el portero gracias a unos reflejos rápidos. O sea, que si jugaba con un delantero medio bueno, era difícil perder. El futbolín es un juego de habilidad y de presión psicológica, un poco de actitud que diría un británico, y bastante físico. Lo de las traineras ha de ser parecido, según como. Quiero decir, las barras como remos y la coordinación con tu compañero para jugar muy sobre el tablero y hacia la portería contraria y veloz para dejarle sitio si ataca con la mano izquierda hacia adentro.

Me acuerdo de un día de energía desaforada cuando de un castañazo tremendo la pelotita entró en la porteria y de lo fuerte que iba, volvió al campo rebotada. La suertuda defensa era Helena. ¿Como lo has hecho? le preguntaron. Ha sido -dije- por Helena... por helenanito que hay dentro que ha echado fuera la pelotilla. Chistes malos aún más veloces que los tiros cruzados.



En Pamplona conseguí aficionar a unos pocos amigos a echar unas partidas muy cerveceras o Martinizadas, según, en el futbolín del Primi. Los norteños un poco más pejigueros con el futbolín. Que si de un pie o de dos, las figuritas, no la mesa, claro, que si defensa de cinco y dos delanteros o cuatro y tres, que si los delanteros han de rematar directos y no vale pasar... bola, quinto defensa, media vuelta ¡pum! y gol. Y otro día me redactas el manual, majo.

Aún recuerdo como si fuese hoy una partida especialmente divertida que jugamos mi amigo Iñaki y yo contra otros dos colegas, uno de los cuales pretendía a una chica que iba con nosotros. Al pobre le vapuleamos, gracias a mi goleada desde la defensa. Hay que decir, en honor a la verdad, que el pobre Josetxo Cavas, el pretendiente, estaba ya un poco tocadito por las birras, pero a Iñaki en los sitios con humo las lentillas se le ponían de pena, o sea que la cosa estaba medio equilibrada. Total, que Lines, la chica en cuestión, me regaló sus mejores abrazos como campeón, mientras al Josetxo le mudaba la color en poquer de ases, lo menos.



El pobre Don Alejandro me ha traído estas tonterías a la memoria. Pero he descubierto algo más de él que me ha llegado a mi corazón musical. En su mocedad, Alejandro inventó un pasador de partituras para una novia pianista que se echó.

Al pianista le tiemblan los dedos de la emoción.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Cuántos recuerdos ligados a los futbolines...
y qué modestia la tuya, pianista...
Por cierto, que sepas que por culpa de tu articulito se me ha quemado la cena, grrrr!

Anónimo dijo...

Gran texto, pianista... aunque confieso que nunca he sido muy aficionado al futbolín (o sea, que era de los malos). Escuché a Finisterre recitar algunos de sus poemas hace tres años, en el Palau de la Música, durante el Festival de Poesía de Barcelona, y la impresión fue muy grata. Pero él insistía en que nunca escribió poemas, sino versos; versos como estos:

"Estáis ahí muertos
como si fuéseis a vivir toda la vida"

Anónimo dijo...

¡Qué bueno este verso!
Y qué ganas me vienen de no ir más a currar y empezar a vivir de una vez...

Nodisparenalpianista dijo...

Pierrot, no me desesperes a la audiencia, que con lo que me cuesta
1.crearla
2.fidelizarla
3.que le prenda fuego a la cena
para se se pire y deje de hacer contribuciones a cambio de convertirse en una vivalavida pringadilla

Anónimo dijo...

jajaja, pianista respira tranquilo que de momento aún tengo que trabajar para ganarme el pan que luego quemo por la noche!!!