miércoles, 18 de abril de 2007

Los viajeros de Fort Knox

I

El jefe del Saloon que se acerca a este pobre pianista mientras arregla sus partituras. Bajo sus botas sin espuelas -es de los pocos que no las calzan, puesto que suele moverse por el pueblo en una calesa a las riendas del bobo Bob- crujen las maderas que claveteó el viejo carpintero al llegar aquí, a cambio de unos platos de lentejas y un techo bajo el que guarecerse, para evitar los coyotes y los rangers que al parecer le buscaban por un asunto turbio de dinero y jóvenes doncellas de las Colonias del Este, transformó un desvencijado establo en el mejor Saloon de todo el Condado.
- A ver, pianista, necesito algo que tú me puedes dar -me dice con la voz espesa del whisky. O mejor dicho, del whisky que está echando de menos.
- Ya sabes, jefe, que yo sólo puedo darte dolor de cabeza aporreando la tecla y un cristal de la ventana roto en cuanto empecen los tiros -le contesto con mi habitual ironía.
- Llegan expedicionarios de Fort Knox -sigue sin reírme mi poco gracioso chiste- y necesito alguien que les haga pasar un buen rato por aquí.
- Pero -respondo yo más veloz que el sheriff con su revólver, aunque con mucha mejor puntería- haz lo de siempre: que se encargue Bill, el lento -nuestro poco eficiente camarero-, Rita, la rizos -la jefa de baile, por decirlo así- o Johnnie Siemprepierde -el triste corredor de apuestas-, pero a mi déjame con mi música. Que la bailen y me dejen tranquilo.
- Lo siento, pianista -dice tendiéndome una botella de ron- pero te necesito para este trabajito. Es de los que no puede hacer cualquiera, tú ya me entiendes. -Y si, demasiado bien lo entendía.
- Frankie, te dije ml veces que a mi lo que me gusta es la ginebra, como a los señoritos del Este, los británicos y los encorbatados literatos de Nueva Orleans. Pero está bien -cedí-, haré tu trabajito. Aunque has de saber que será el último. Con lo que me pagues, montaré mi propio tugurio de cervezas y música negra en la frontrera.
- ¡Los modernos sois unos degenerados! -protestó Frankie- Donde esté la música de mi tiempo... Pero si lo haces, seré generoso contigo.
- ¿Cuánto de generoso? Ya sabes que no es fácil abrir tugurios infectos en la frontera... Y si no lo acordamos, que te ayude la cantante, el contable o el jardinero siniestro ese que deambula por todos los terrenitos de la comarca.
-¿Ese tipo? ¿El agrimensor? -Frankie nunca perdía la oportunidad de demostrar las palabras que cada mañana se apredía, gracias a un viejo diccionario al que le faltaba la mitad de sus hojas. Según él, porque las usó para cortar la hemorragia que le produjo un forajido al tirotearle, aunque en realidad se las comió una vieja mula que usaba para vender nabos y zanahorias a los indios de las montañas. Pero esa es otra histria- ¿El agrimensor del del traje negro, de acento extraño y aspecto de cucaracha? Me temo que en pocos días colgara de una horca y sin jucio ni proceso que le salve el cuello. Vagabundos a mi... ¿Y qué me dices de la cantante? Cuentan que se quedó calva cuando se dio cuenta delo mal que cantaba. Siendo tartamuda, es lo normal, ¿no? Y del contable-barberillo ni me hables. Se pasa todo el día haciendo el vago en su oficina, dejándose crecer el pelo y se dice que quiere montarse allí su propio campamento para vivir como un miserable apache. No puede ser, necesito un profesional. El elegido eres tú. Porque tu lo vales...


(Continuará)

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