jueves, 3 de mayo de 2007

La traductora chiquita

La historia como la oigo contar a un militar español durante su misión en Bosnia. Conoce allí a una chica que hace las veces de traductora de su destacamento. Se trata de una chiquita en sentido estricto, una mujer pequeñita que habla castellano y que vive en Mostar, Sarajevo o en cualquier otra ciudad de la zona, eso es lo de menos para la sustancia del relato. La cuestión, y esa si es importante, que vive en una ciudad medio bosnia, medio musulmana, medio serbia. Eso son tres mitades, que para hacer una unidad pues es complicado de compaginar. Supongo que le llamarían matemática recreativa si lo expusiésemos en quebrados, pero dicho como lo he dicho sería geometría o algo de los dibujos. Bueno, también es igual.
A lo que íbamos, Esta chica vivía a la vuelta de una zona llena de francotiradores. Ya sabéis, solían apostarse en las avenidas y le iban dando matarile a todo el que pillaban despistado por allí. La cuestión es que a la vuelta, donde los tiradores, había un horno de pan que, según el soldado que esto narraba, sigue existiendo. La chica, por cosa de su reducida talla era la encargada de surtir de bolos, panes y demás vituallas a los suyos, con el consiguiente peligro de que cualquiera de los francotiradores la dejara frita en cualquier momento. Pero siendo chiquitita, es más complicado darle. ¡Menudo consuelo!
Yo es que ya la veo, con la toquilla por el frío de la niebla sarajevita que se cala hasta los huesos, la bolsa del pan rayada. O mejor varias bolsas, porque ya que te juegas que te den una ración de plomo, haces acopio para varios días, encogidita por el fresco y por el miedo, andando casi de puntillas por si acaso se han quedado traspuestos los de la escopeta y tirando para adelante porque algo hay que hacer. Así me la imagino yo. Allí que llega, que le dice al del horno que ya podía tener puerta trasera, y el otro que le ríe el chiste del terror, porque el miedo no se les quita, pero con media sonrisa parece un poco más de mentira. Y la veo que respira hondo, se ajusta la toquilla, echa mano de las asas y, hala, de vuelta a ver si llega viva. Y pim, pam, pero llega.
He llegado, ¡Y entera! ¿Qué bien huele el pan! ¿Cómo están las calles? ¿Has visto gente? ¿Y los aliados? ¿Pronto llegarán? Y la traductora chiquita que no sabe nada y no entiende nada, sólo que ha podido ir y volver y que sigue entera.




En un piso alto, no menos de un sexto, un soldado nota ya calambres en las piernas. Lleva así varias horas, observando con bastante aburrimiento la avenida vacía. Por no haber, ni hojas, ni pájaros. "Para mi que se los han comido, porque a veces viene olor de pollo frito" dice uno que está apostado unos números más adelante. Ya ves, lo normal, piensa, si tienes hambre, pues comes. A veces, cuando cubre la niebla, aprovecha para cambiar de postura y echar una cabezada rápida. Pero se suele despertar el cliclacliclaclciclac de los pasos rápidos de los más atrevidos que osan salir a la calle al amparo de la protección que les da. Alguna vez se oye alguna conversación, bisbisibis, también y cree que por el sonido podría acertar con sus disparos, pero si lo hiciese, se quedaría sin siesta y después el oficialillo al mando le pediría que por muy tupido que fuese el manto de niebla, disparase siempre. Y después tendría que hacerlo de noche, o bajo la tormenta, y eso si que no, que ya tenía bastante con el turno de tiro y las guardias.
Ese día, en su piso alto, no menos de un sexto, el soldado pasa y repasa el percutor de su SSG. Está muy bien engrasado -en algo hay que echar las horas muertas- y el forro de acero de su cañón brilla. Pasan las horas y nada. Nadie se mueve. Así todo el tiempo, pasa el percutor, escucha el chic del gatillo, ajusta la culata, mira, intenta estirar la pierna y desea que la niebla sea más gruesa para poder intentar dormir diez minutos.
De pronto en la esquina del panadero una mancha verde. Por la mirilla descubre que una niña camina arrimada a la pared y bien encogida. Rápidamente se acomoda y deja descansar el fusil sobre el brazo izquierdo mientras se fija mejor. No es una niña, no lo parece. El percutor se desliza pero no dispara. La ve pasar. La ve entrar en la panadería. Estaba un poco adormilado -piensa que se excusará- demasiado tiempo inactivo, fue un error, pero no volverá a pasar. Al cabo de unos minutos ve cómo saca la cabeza, mira a los lados y la chiquita de la manta verde sale con paso apresurado y dobla, cargada con un par de bolsas, la esquina por la que salió un momento antes. Ya ves, te he regalado un día. Te lo cambiaba por un pan caliente.
Pues es buen plan. Una chica bajita sale y los francotiradores no la disparan. Pues hala, le piden a los cuatro días, a ver si nos vuelves a traer panes y dulces, y Monas de Pascua si es que aún hay huevos para cocer y bollos rellenos de embutido, y así.
Y allá que sale, con la toquilla bien cogida, temerosa pero menos y con ganas de que todo termine.
Al doblar la esquina la ve. La chica de verde. Rápido carga el fusil y dispara. La ve como pega un respingo, un salto de muerte. Espera unos segundos y la ve cómo se palpa las piernas, para confirmar que sigue entera. Luego, despacio, da un paso y luego otro. Aprieta a correr y suena otro disparo tras ella. El panadero se asusta. "Creí que habían alcanzado a alguien" "No, me dispararon a mi, pero fallaron" -cuenta casi sin resuello. Carga de panes, dulces y todo y repite la operación del otro día. Saca medio pescuezo, mira, mira al otro lado y temblorosamente valiente echa a correr de vuelta. Pumpumpum, tres tiros velocísimamente disparados gracias a lo bien engrasado del percutor y a la habilidad del tirador marran su objetivo. Su firma es esa, tres tiros sin repetición, sólo al alcance de los más rápidos. Si quieres saber quién que quiso cazar, el de los tres tiros. Esa noche el tirador dirá a sus compañeros "esa no se me escapa, la próxima vez la pillo".
Y así la otra vez. Él que la espera agazapado en la ventana, ella que sale, él que dice por fin estás aquí chiquita, ella que corre él que falla, ella que coge sus panes, él que espera, ella que vuelve a salir corriendo, el que la foguea tres veces, marca de la casa, y ella que se seca la frente al doblar la esquina pensando o yo soy muy rápida o ese es muy torpe. Él que piensa hoy ibas más lenta, te he visto un poquito más.
Y así todas las veces.
Tú imagínate a ese hombre, cuenta el veterano de la misión en Bosnia, a ese hombre agazapado esperando a que salga la chica, la traductora ésta, y pegando tiros sin darle. Porque ahí está el quid de la cuestión. Que el francotirador, a fuerza de ver a la chiquita se iba prendando de su figurita encapotada en verde. Y lo que igual sería medio juego se fue transformando en enamoramiento, Y cada día acertando los balazos a su alrededor para protegerla, para que no fuese objetivo de otro, para no estuviese en ningún otro punto de mira que no fuese el suyo y así conseguir que nadie la tirotease. Acertando, o sea. Y la otra a su aire, que suerte tiene la niña que no le dan. Toca madera, cenizo, y cállate que como te oiga. Y ella, con toda su paz y toda su cachaza, saliendo y entrando sin saber que los mismos tiros que parecen amenazarle le están salvando la vida todos los días, de ida y de vuelta.
¿Y qué pasó? Pues que la guerra se terminó. Lo que pasa siempre, que por mal o bien que cierren las heridas, al final se curan, más o menos. Y ya de civil, el francotirador de los tres tiros va y la conoce, Y le cuenta que a fuerza de verla, terminó por enamorarse de ella. Y ella qué le dice? Pues que bueno, vale. Y bien., y al cabo de un tiempo se ennovian y al otro cabo se casan. Y cuando ella está de traductora de los españoles, cuando le cuenta la historia al militar al que le oí contarla, ya estaba casada con su francotirador. Oye, y que es verdad, que yo la conozco a ella. Bueno y a él. ¿Y él qué tal? Pues majo, un tío majo.
Ya ves.

10 comentarios:

Anónimo dijo...

Bien pianista. Me he enganchado a tu historia.

ME ha gustado el argumento, el fondo y la manera de explicarlo. Esas cosas que lees y te gusta haber leído.

Yo sigo pensando en mi puente "de cerillas" y en lo bien que estaba.

Lidia

Nodisparenalpianista dijo...

Gracias AnonimoLidia, ¡te pago un café por pelota!
Actualizo una cosica que se me olvidó: la foto es la de un francotirador de verdad, de los que despanzurraban a la peña en las colas de las fuetes y todo aquello que tan bien nos explicaron Reverte y Alfonso Rojo entre otros. Ahora tenemos Tomates y Pantojas. Me buscaré mi puente de cerillas...

Altea dijo...

Ja! No te conozco, pero me da la impresión de que tú eres de los que escriben igual que hablan y viceversa. Parece que lo estás contando después de cenar, en una ronda entre colegas.

Nodisparenalpianista dijo...

¡Uy! Hola Altea:
Bueno, mejor me tomo eso por la parte buena, por si acaso. No se, pero me ha recordado al chiste de los locos guionistas... Un día lo cuelgo.

Anónimo dijo...

y resulta que en cualquier guerra un tío normal, majo, que podría ser tu hermano, tu padre o tu amigo, acaba pegando tiros a gente que, igual de maja que él, podría ser su madre, su padre o, incluso, su mujer...
Y mientras, en el otro lado, otro chaval, majete también, está pegando tiros a la madre, hermana y mjuer del primero...
qué triste...

Anónimo dijo...

Me sumo al comentario de Altea porque esa forma de contar la historia hace que parezca que estamos de sobremesa, escuchándote muy atentos y pasando un rato fenomenal.
¡Vaya! De repente, me doy la vuelta y las obligaciones me esperan sobre la mesa. Pero bueno, ya me he despejado un poco con la figurita verde y menuda y con el francotirador enamorado...

Nodisparenalpianista dijo...

Bienvenida, Marta. Bueno, no se que tengo que la peña me asocia a las sobremesas o a contar chistes malos con los amigos de taja, Sea como sea, si al final tus obligaciones de la emsda te abruman, yo no me hago responsable de nada, ojito.

Anónimo dijo...

¡¡Jaja!! Lo de la sobremesa lo decía en el mejor de los sentidos ¿eh? Que me parece un gustazo leerte; estos días estoy trasteando entre tus "posts" y me hacen reír -que es lo mejor que me puede pasar- y es precisamente por eso: tu estilo de "sobremesa" -que ya le dejamos puesto hasta el nombre-.

Al final, efectivamente, las obligaciones de la mesa me abrumaron un "pelín" pero bucenado por acá, me parecieron más llevaderas y hoy, pienso hacer lo mismo...

Nodisparenalpianista dijo...

Uf, a todo le llaman trabajar últimamente.
Sea, sea, mejor ser antídoto contra el estrés y onvertirse en agrimensor de risas...

María dijo...

¡¡¡qué historia!! y qué bien contada!!. De que se me encogiera el corazón de puro miedo, a saltar con cada disparo y sonreir con el final de la historia. Bonita. Muy bonita.