jueves, 27 de agosto de 2009

Las horas tempranas (III). Dos.


Como tenía un despertar un tanto lento, cansino y, por qué no decirlo, perezoso, que le había dado algún que otro disgusto y le había procurado ciertas broncas de su jefe, se le ocurrió una idea un día que, como tantos otros, de un manotazo le dio al radiodespertador, lo mandó debajo de la cómoda y siguió allí, debajo, oscuro,
escondido dando la matraca sin piedad con el cuarto puesto o el octavo o vaya usted a saber qué puesto en la lista de éxitos musicales. Hubo de levantarse, rabiosa perdida a apagarlo y ni se puso las zapatillas, mitad por rabia mitad porque le solía gusta caminar descalza. El frío de la baldosa por la mañana la enrabietó aún más, pero por lo menos la espabiló lo suficiente como para darle un poco de ritmillo camino de la ducha, el café el bocadillo, el cigarrito, la línea del ojo, que a pocas no se lo saltaba dos de cada tres días, el bono del tranvía y el colorete, el dichoso colorete que se solía olvidar, que sustituía por unos pellizcos en los mofletes hasta que, ya en el trabajo, se poddía dar un poco en el servicio con la muestrita que solía llevar en su bolso. Y llegó a tiempo.

Con lo que pensó que aunque insólita, no sería mala idea dejar el reloj debajo de la cómoda para así obligarse a ponerse en pie, refrescarse las plantas y arrancar el día a toda velocodad.
Tanta velocidad, tanta velocidad, con lo bien que sabía una cocacola tranquila, tres minutos, seis, de cocacola tranquila, aunque fuese hablando con aquel tipo de la camisa vistosa.

2 comentarios:

Dulcinea dijo...

¿Otra vez el hortera de la camisa? No, si encima va a ser un ligón el tío..

Nodisparenalpianista dijo...

Que no es un hortera, dulci. Solo desafortunado al elegir del perchero. Y vete tú a saber por qué.