martes, 26 de febrero de 2008

El tintero

Cuando cruzó el umbral se sentó con la espalda pegada a la pared. Igual se ensucia, pensó, pero también pensó ya lo arreglaré. Todo es empezar y ya he comenzado.

A medio camino, creyó que su buena idea era una idiotez. Claro, la mesa rústica, por no decir desportillada y vieja, parecía lo que andaba buscando desde que tomó la decisión de volver. Una mesa de raíz, sencilla, sólida, como las que ya no se hacen, le dijo el amigo que le colocó la burra, porque si tan buena era, por qué se desprendía de ella. Pero de eso no se dió cuenta, porque estaba en otra cosa. Tampoco cayó en que no entraría en su ascensor. Claro, es lo que pasa a la gente de las letras, se dijo para justificarse, bromear y no sentirse tan bobo, que nos perdemos con las medidas. Y luego no hay ascensor que valga. Y ni corto ni perezoso, siguió subiendo los dos pisos que le faltaban. Con la tontería echó la tarde y se pegó una sudada de las que hacía tiempo no padecía. Ni en verano, creo, creía.

Se decidió el día antes y se dijo, rapidito, antes de que se me pase la idea. Volveré a escribir cartas. Pero, ¿a quién escribo? Y se puso a buscar en una caja vieja donde guardó, durante una temporada algunas postales, cuatro felicitaciones navideñas, alguna que otra invitación a bodas y una agenda vieja en la que le sonaba tenía algunas direcciones de parientes lejanos, como el tío cura que vivía al borde de Portugal, el primo aquel jipilongo que terminó de agente de bolsa en Italia o en Bélgica, el otro primo que apuntaba para ejecutivo pero que dió un volantazo y terminó de jipilongo en la Costa Azul o en Croacia o por ahí, y unas de unas medio novias antiguas o medio antiguas novias, que parece que son lo mismo pero que dónde va a parar.

Eso según se le ocurrió. Dicho y hecho. Luego hizo lista del material que iba a necesitar. El papel finito, para poder poner más por sobre, los sobres, claro, los sellos, un secante, porque escribía con estilográfica, la estilográfica, otro papel un poco más grueso por si calaba demasiado y aquello se le convertía en un estropicio, la bomba de la estilográfica, el tintero de color negro y el tintero de azul marino, casi negro . Tenía la idea de que las cartas en azul normal, el azul de los bolígrafos era una frivolidad, una horterada propia de gentes vulgares y gritonas. Bueno, cosas que piensa la gente.

Por la mañana, aprovechando un recado en la pasantía se acercó donde la papelería de los suministros y le compró a Jose María, el tendero de gafas y manguitos todo el material. Como siempre, José María le recordó la de años que hacía que compraba por allí. Un día se jubilará y ya nada será igual, pero casi nadie se habrá dado cuenta. Y pensó que también le podría escribir una carta a José María.

Y ahora estaba allí, con la espalda sudada sobre la pared pintada hacía pocos meses, con la mesa en mitad del recibidor, de pie, de canto, o sea, los aparatajes para la escritura sobre la mesita de centro donde tenía las botellas de licor de las que daba buena cuenta cuando releía sus libros viejos y con la cabeza llena de ideas en constante ebullición y a punto de convertirse en cartas.

En tres golpes de riñón más, colocó la mesa en su sitio: en mitad del cuarto que había habilitado como biblioteca. En otros dos más, la adecentó y la libró de mugre antigua. Se pegó un duchazo y se sintió en perfecta disposición para cumplir si recién descubierto anhelo.

La silla. la silla de tiras de madera en la espalda, brazos anatómicos, un poco estilo años treinta, como sacada de Perdición, que le compró a base de mucho inisistir a un trapero de su barrio, que se hacía pasr por anticuario y que gracias a su estupenda palabrería y a que consiguiese hacer estallar el amor propio de sus clientes, les colocaba a precios inverosímiles sus productos. Te llevas una ganga, cuando me muera de hambre, espero que me traigas un bocadillo, y le colocaba al personal lo que le interesaba. Pero la silla era bonita.

O sea, que lo tenía todo.

Dispuso el material de la papelería, se sirvió una limonada fresquita y se puso cerca las cosas por si le daba por fumar en pipa, por dar ambiente y ese olorcito que tanto le gustaba.

Se sentó. La estilográfica casi a punto. Se apoyó como hacía en sus lejanos años escolares cuando escuchaba atentísimo a sus maestros. Se quedó dormido de inmediato.

Cuando despertó, el tintero seguía allí.

11 comentarios:

Paco Becerro dijo...

Muy bueno, especialmente el final. Jjajaaja, además aunque sea la consecuencia lógica a tanto golpe de riñón, no era previsible.

Me gusta esa sorpresa final.

Ahora nos dejas con la curiosidad de ver que sueña sobre la mesa, y como lo escribe a continuación.

Bien elaborados los personajes, el trapero en especial, pero bien.

Me gustó.

teka dijo...

me ha encantado!!muy bueno!
la verdad es que se escribe mejor cuando todo acompaña.
nos veremos mas por aqui. un saludo

Anónimo dijo...

Me encantó, Pianista. Todo entero, del principio al final. ¡Plas, plas, plas! -applause-.

María dijo...

a ver, gallina, que despierte y se ponga a escribir cartas!!!.

Me gusta mucho el azul marino casi negro. Yo muchas veces mezclo la tinta azul y la negra y queda un color muy elegante!!. Aunque el azul normal es un color fresco, limpio, a mi no me parece hortera ni cutre! jajajaja. Bueno gallina a ver si sigues con la historia que me ha encantado!

Álvaro dijo...

Uno de tus mejores escritos, en serio.
Hubiera seguido si hubiera sido más largo. Engancha.

Un abrazo, teclista

Dulcinea dijo...

Muy, muy bueno.

Néstor dijo...

No me puedo creer que me hayas censurado mi comentario anterior... ESTO ES LA RUINA: ¿se puede saber a qué tecla has dado para no aceptar mi comentario? Esto de la moderación es la monda.

Nodisparenalpianista dijo...

Ante todo que conste: que por mucho que me hagáis la pelota, las cañas las pagamos a escote.

FutBlo, gracias. A mi también me gusta el trapero. Un buen tipo, ¿verdad?

Teka, se te da la bienvenida y se te espera por aquí, que intenrvengas siempre que te apetezca. Y claro, se agradece el elogio.

Marta, gracias. Otra serie más par plagiarme ;-). Oye retiro la sonrisa hasta que no me aclares lo de la gallina!!!

María, tu amiga está loca: aquí no hay gallinas. Como mucho, en el sopicaldo. No se, a mi la tinta azul tampoco me parece tan cursi. Peor si fuese rosa, ¿no? Le preguntaremos cuando se despierte.

En serio, TrentiAmatía, gracias. Pormeto intentar seguir enganchándote.

Muchas, muchas gracias, Dulci.

Néstor, tío pedorro!!!!! Que no me has escrito nada antes!!!! No te habrás confundido y habrás dejado el coemntario en el blog de la pelirroja sabrosona???

Anónimo dijo...

qué final, señores, qué final. Te estás volviendo un cuentista nato...

Dulcinea dijo...

Tú lo has dicho, Adaldrida, un cuentista nato ;)

Nodisparenalpianista dijo...

Bueno, Adaldrida, dicen por ahí que siempre he tenido mucho cuento y bastante rollo, pero menudo día llevo: la una me llama gallina, la otra cuentista...

...y la Dulci lo reafirma!!! En fin...