viernes, 26 de septiembre de 2008

El jefe de estación


Salgo del súper y veo, junto a las cajas de fruta que sacan a la calle, las ciruelas tienen muy buena pinta aunque hay que ir con ojo, que ahora casi toda la fruta tiene una apariencia magnífica pero sabe a lo que sabe, a una pareja de señores mayores que observan eso, las ciruelas. O las escarolas. O las nectarinas, o lo que sea.

Paso junto a ellos con las chistorras, el pan, unas tortas de Inés Rosales, las cosas y veo que la pareja de abuelos son el Jefe de Estación y su señora.

No se cómo se llama, aunque me parece que una vez nos lo dijo, pero ya no me acuerdo. Él era el Jefe de la Estación de metro que cogíamos todos los días para ir al cole. Era un señor alto, de frente un poco despejada, moreno y serio, que siempre decía adiós cuando le comprábamos el billetito aquel pequeño, que parecía hecho de papel Biblia y que costaba seis pesetas. Íbamos con un duro y una peseta cogidos entre el índice y el pulgar desde casa, cruzábamos la vía del tren después de ver pasar aquellos mercancías interminables, de maderas y traviesas metálicas que crujían al pasar, que desprendían aquel olor tan raro un poco malo pero un poco bueno, y pateaba las piedritas donde descansaban las vías procurando no distraerme, no se fuesen a perder las seis pesetas. Pasábamos junto a los coches aparcados y entrábamos en la estación.

En invierno, según bajábamos la escalera, se iba sintiendo el calor que venía de lo hondo. Alguna vez, la cola de la gente llegaba casi a las puertas, aunque lo normal es que no tuviésemos que esperar demasiado.Lo normar era que hubiese haciendo cola ante las dos garitas de los taquilleros tres, cuatro, seis personas, papás o mamás con sus chavales camino de la escuela, señores con un bocadillo que se iban al trabajo, señoras con bolsos negros, brillantes a juego con los zapatos, unos que salían de tomarse un cortado en el bar leyendo el "Dicen", otros que entraban a desayunar antes de irse al trabajo, el estruendo de los vagones al entrar en los andenes y pocos minutos depués, en cuanto subían la escalera, los que llegarían tarde a trabajar, a toda prisa y luego los que o eran más remolones y perezososo o que, simplemente iban mejor de tiempo. Algunos llevan maletines, otros un periódico o una revista doblada, unos de traje, otros con el mono, los lamparones de graqsa, aquel olor de la grasa de los talleres, cada cual en lo suyo. Y el Jefe de Estación, que a veces estaba en la taquilla, que a veces estaba en los andenes, que a veces estaba en su despacho.

El Jefe de Estación vestía su uniforme azul oscuro con botones metálicos. No me acuerdo muy bien si eran dorados o plateados, pero si que brillaban. Rara vez se ponía la gorra, pero por allí andaba. Los señores que abrían las puertas si que llevaban las gorras y todo aquello. Y los soldados que hacían la mili en el metro también. Los más veteranos ya podían abrir la caja de los botones para cerrar y abrir las puertas, tocar ¡pipipip! tres veces el silbato de aviso de las puertas y dar la señal para el arranque.
A mi me gustaba ir en los vagones de enmedio y ver al soldado que le daba a las puertas, pero también ir en el primer vagón, desde el que se veía por una ventana cómo íbamos avanzando por el túnel. Los soldados llevaban uniforme azul marino y correajes rojos. Yo me preguntaba que qué tendría que ver ser soldado con abrir las puertas del metro, pero claro, por entonces aún entendía menos las cosas que ahora. O tal vez más, vaya usted a saber, amigo.

Luego me he vuelto porque había que hacer las chistorras y todo aquello, pero me he vuelto pensando en todo aquello, en el Jefe de Estación que siempre nos decía adiós y que un día le perdonó una moneda a la HermanadelPianista porque la había perdido o algo, o cuando anduve pidiendo unos bolis que había perdido porque se me cayeron del macuto, o cuando iba con mi vecino Jaime al cole, o cuando me encontraba con mi abuelo en el andén o cuando iba con aquella chavalita que se empeñaba en llamarme Nodisparenaltrompetista, la tira.
Hay más historias, pero seguiré otro rato.



11 comentarios:

Myriam dijo...

¡Que buenos recuerdos!, ya nos contaras más.m e quedo con esto "por entonces aún entendía menos las cosas que ahora. O tal vez más, vaya usted a saber, amigo." Vale, me arriesgo primer comentario ¿que me llevo?

Adaldrida dijo...

esto es un relato en condiciones, fantástico. ¿A lo mejor el inicio de una saga?

Nodisparenalpianista dijo...

Te llevas mi reverencial respeto, Myriam.

No se Rocío. Es lo que es.

Myriam dijo...

Ja ja, esta vez sí que merce la pena el premio, gracias pianista, gracias.

Néstor dijo...

Coincido con Rocío: es el inicio de algo. Además lo has etiquetado con "la vida en un tren" o algo así. Ahí hay tema.
Ya espero la siguiente entrega.

Dulcinea dijo...

Parece que lo estoy viendo. Escribes muy bien Pianista.

Nodisparenalpianista dijo...

Néstor es una etiqueta que ya habñía usado. Da para lo que ha dado. O eso es lo que creo.

Jaja, vale, Dulci.

Paco Becerro dijo...

Segundo capítulo:

El revisor.

(sugiero)

Altea dijo...

Se paró el tiempo por unos minutos.
Es una bobada, pero eso de llevar así las seis pesetas por la calle, me recuerda a cuando volvía yo de hacer los encarguitos de mi madre, con la mano llena (pero llena) de todas las monedas de las vueltas. Siendo pequeños se hacen esas cosas, no se pasa por la cabeza ni meterlo en el bolso del abrigo, por ejemplo, que va mejor. No. En la mano todo.

Dulcinea dijo...

Y cuando pagaba, daba las monedas calentitas de haberlas llevado en la mano.

De qué cosas se acuerda una.

Nodisparenalpianista dijo...

Joer, FutBlo, al final me naimaréis.

Tienes razón, Altea. Era entonces cuando sabíamos. Oye, te "traiciono" al estilo FutBlo: cuéntanos esa aventura!!!!!

Qué bueno, Dulci. Eso si que está bien (d)escrito.