viernes, 20 de febrero de 2009

Las horas tempranas (VI)


Soñaba por la mañana, pero también por las tardes y hasyta por las noches, cuando dormía, el sueño le las letras, de los abrigos raídos, los pintores modernos y las chicas de turbio can-can. Soñaba que ahorraba para rellenar su tintero, que recitaba frente a los académicos, que le vapuleaban los académicos, que mendigaba un café, que explicaba cómo le apedreaban los académicos y que le acababan invitando a comer pollo asado y patatas fritas con vino, poco, poco, que me mareo enseguida, que tenía admiradores, que tenía admiradoras, que fumaba en pipa, que le envolvía una bruma con bucles, misteriosa, como la melena de los poetas antiguos, los anaqueles, los libros viejos, la piel, el papel que huele cuando
huele bien, los del Ateneo que se lo disputan, él que los rechaza, el tumulto cuando presentó a aquel pintor agresivo y casquivano, prometedor, provinciano y bueno aunque incomprensible, toda la plaza lo comenta, como en tiempos el ágora, si, es aquél, ese que pasea por allí, pipa y bastón en mano, gabán y los botines gastados de tanto caminar, el atleta poeta le decía un envidioso de la tertulia aquella a la que terminó por no volver después de un día de discusión sobre si hay que volver atrás o ponerse orejeras y mirar sólo adelante, la mesa que voló, las copas de coñac y más de un cuaderno lleno de versos malos, malísimos, un aprendiz que le coge el gabán y sale tras él, que cuando llega a la altura del dueño del casino le tiende unos billetes y le dice, qué tropa, a lo que uno que miraba el espectáculo mientras bebía vermú con sifón replica qué gesto y sale completamente encampanado.
Soñaba que las revistas de provincias se rifaban sus versos, que tenía inéditos, que malvivía por la generosidad de algún mecenas un tanto patán pero bienintencionado, que comía frugalmente que vivía de los cafés con leches del Vienés donde se le ocurrían versos buenos mientras recordaba los dibujos de Victor Hugo, que enfermaba con regularidad, que tosía con esputos, que le sonaban los pulmones que una admiradora suspiraba cuando lo hacía y que en la flor de la juventud sus bronquios cedían y terminaba dejando un hueco en als artes que nadie se atrevería a reemplazar. En un viejo baúl, soñaba, encontrarían sus cuadernos y un viejo amigo ayudado por un académico honesto, que había dos, según creía, publicaría sus inéditos con ilustraciones del ya afamado pintor casquivano. Y lo comprarían con aspavientos las chicas del cancan, con devoción los seguidores, con disimulo los rivales, con rabia los competidores y con el desprecio de los que, con su inflamada vanidad son incapaces de admirar nada que no sean ellos mismos. Y una admiradora dejaría claveles sobre su tumba tras el frío invierno, musgo, humedad, telarañas y letras, muchas letras.

5 comentarios:

Dulcinea dijo...

Todo un personaje, el poeta. La bohemia de entonces tenía su encanto.

Muy bien contado, Pianista.

Marta dijo...

Todos vivimos y soñamos un poco en el Vienés.

Marta

Myriam dijo...

¡Que bonito Pinista!

Dulcinea dijo...

Cuando tengas maquinorra nueva ¿nos pondrás fotos más animadas y encuestas-pucherazo? je, je, je,

Nodisparenalpianista dijo...

Me gustó mucho cuando lo escribia, majas. Honrado en que os guste. Cuando tenga tiempo lo repaso, lo pulo y lo adecento, vale.