sábado, 28 de febrero de 2009

El futuro que no cesa

Ahora que el futurismo se nos empreza aquedar antiguo, recién cumplidos sus primeros cien años, tal vez sea buen momento para arrancar el maltrecho loquileto y hala, arriba con las continuidades en el espacio, que más que esculturas, parecen títulos de libros de Álvaro Pombo.
El futurismo, que se nos queda antiguo, siempre tuvo mala prensa, por cosa de lo del fascismo italiano, que dicen que lo quiso convertir en forma de expresión de ese movimineto sociopolítico. Y claro, nacionalsocializar algo tan elitista como la cosa futurista, hacérsela adoptar al vulgo ita
liano como dogma artístico oficial fue tan tonto como uno puede imaginarse.


El futurismo, tan rupturista, tan esnob, elite pura, tan antiguo, tan alejado y tan hermoso, es inadaptable, incomprensible y feo en lo hermoso. O a uno le gusta el ciclismo o no hay manera. Y yo, con esa cabeza, a Mussolini en bici pues no me lo imagino.
Su quijada de boxeador irlandés, ese casco y la elegancia de las camisas negras, la dinámica del ciclista, la exaltación de la máquina, Ferrari y Alfa Romeo, las curvas de Sofía y el Etna en erupción, Vesubio y Neápolis churruscadita, promotores en Pompeya, anda que ojo, el imperio en Eritrea, no hay mal que cien años dure, o si.
A mi, esta escultura, el tiempo es hierro, siempre me ha parado el reloj. Y así no hay manera de llegar al futuro.
Induráin, Induráin, Induráin.

1 comentario:

Dulcinea dijo...

A mí me hablas de Italia y es que pierdo el sentido.

El futurismo, psé. Con todos mis respetos, ojo.