domingo, 28 de marzo de 2010

Ramos


Me lo figuro ahí, que a lomos del pollino, hola, eo, viva, ya estás aquí, por fin, miraría y pensaría que vale, pero que dónde estáremos todos. Que dentro de nada, cuando mire, habremos hecho mutis por el foro, oye, que conmigo no va la cosa, tirulí, tirulá, galileo ¿yo? ni harto de vino, mirando para otra parte, que no me quiero meter en líos, no sea que me cojan ojeriza y la vayan a liar.

A lomos del pollino, más que el eoeoe, lo que tenía que escuchar era el silencio de la soledad. Y se preguntaría que por qué le ibamos a hacer eso.

Me lo figuro y me sobrecoge lo poca cosa que somos.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Ahí siguen

Me pasan una información según la cual, Pink Floyd ha conseguido respaldo legal para que se dejen de comercializar sus canciones de modo individual. Esto es, que la venta en tiendas de esas de internet donde por medio Eurico te bajas una de Abba, luego Satisfaction y terminas con Wish you were here se acabó. Al menos por lo que respecta a los Floyds.

Pues me parece muy bien. Porque el sentido de muchos, prácticamente todos los discos de Pink Floyd, es conceptual. Bajo el paraguas del conceptualismo nos han colado cada castaña que da miedo, eso también es verdad, pero hay que admitir, guste o no, que algunos discos fueron concebidos como piezas de cuarenta minutos con continuidad y que, al desarmarse, pierden buena parte de su sentido.

Cuenta la leyenda que el primer disco conceptual a lo grande fue The dark side of the moon, sobre el que ando redactando cuatro líneas para deleite y regocijo del amigo Macías y otros vecinos. De hecho, los primeros discos de los propios Floyd ya tienen una manera de compactar sus discos de modo unitario, sobre todo en lo musical, cosa bastante común en su momento, frente a la hasta entonces habitual manera de manufacturar canciones: en discos sencillos de dos canciones. Una de las aportaciones en positivo del rock sinfónico ha sido el adaptar a la música moderna los espacios de la clásica, de manera que se conciben piezas largas con movimientos, partes y desarrollos, que se aprecian y saborean en conjunto. El vals es bello, y la sinfonía también, lo cual se adapta a los nuevos tiempos. Incluso se hace un híbrido de esos dos conceptos y se parte el disco en dos –el medio y el mensaje- de manera que una cara recoge la pieza sinfónica –Echoes, en Meddle, por ejemplo, o Crises en su homónimo, de Oldfield- mientras que en la otra aparecen los cortes de tres minutos. Y tan panchos.

Parece del todo lógico que se pida la venta en conjunto de esos discos, como siempre ha sido, por mucho que a uno le encante una canción a su aire. Esos discos, gusten más o menos –esa es otra película- se deberían de escuchar seguidos. Es no está de moda, no pega para la generación de emepetrés y yutup, de hiperbreve y titulares, de prensa sin opinión y de zapin compulsivo. Lo breve si breve es bueno. Y si no, tampoco. Claro, endíñales cuarenta minutos seguidos de música. Se bloquean. Eso si, los loops de los videojuegos –chundachundabangbang- pueden ser interminables. Pero a ver quién se zampa el Islands, de King Crimson, el Tubular Bells, del Oldfield, Thick as a brick o aún mejor, el Minstrel in the gallery de Jethro Tull, Script for a jester tears de Marillion, Quadrophenia de los Who o si me apuras, hasta el London Calling de los Clash.

Cambiando de tema, pero no tanto, leo en el ABC Cultural una espléndida y muy lúcida opinión –vade retro- del sin par Rafael Reig sobre los libros digitales, asunto sobre el que solemos reincidir por aquí. La recomiendo fervientemente.

Y para cerrar, me quedo con lo mejor de esta noticia. Pese a todo, Pink Floyd vive.

viernes, 19 de marzo de 2010

Los pilares


Josep Maria vende las libretas. Según entras, a mano izquierda, pasada la portería, hay un pasillo que conduce hacia los patios y que conecta con el Salón Verde. El Salón Verde debe su nombre, así, tan pomposo y tan florescente a que las cortinas son de color verde. Con el tiempo, se desarmará esa vetusta sala de actos y se montará allí la Biblioteca Padre Arrupe, que fue referencia para la documentación acerca de las cosas de los jesiítas por el mundo, me parece. Pero estábamos en Josep Maria. Según entras, decía, a mano izquierda, camino de los patios o del Salón Verde, según te bifurques, está el despachito de Josep Maria. Allí, al fondo, hay un par de mesas de despacho y más allá la ventana que da a la calle, ruidosa y con olor de tubo de es
cape, las cosas de la gran urbe. Cuentan que cuando se fundó el cole, estaba a las afueras de la ciudad, que era toda una excursión ir hasta él y que por allí había campos y caballos y cosas de esas. En esas mesas trabaja Josep Maria en asuntos de la administración y le ayuda alguien, pero eso ya no se. Por lo visto, él debe ser el que brega con las circunstancias, el que le emboca las reses al administrador del cole, que es el padre de Yeyo, un chaval un poco burro que tenía sus días.

En ese despacho, además de las cosas de los papeles, que no debía de ser poco, habida cuenta de la cantidad de gente que por allí andábamos, Josep Maria vendía los cuadernos. Los cuadernos azules cuadriculados, los amarillos pautados, para las clases de lengua, los naranjas de tamaño cuartilla, también cuadriculados, para apuntar las palabras equivocadas en los dictados y que había que copiar cinco veces y los verdes fuertes, de cuadritos minúsculos, para asuntos de dibujo y de números varios. Todos eran iguales, con la tapa lisa y abajo a la derecha, el nombre y la dirección d ela escuela. Los alumnos solíamos escribir nuestro nombre, el curso y la sección para identificarlos. Hace unos días hablábamos de eso, de que a las clases les llamábamos secciones Cada curso tenía cuatro secciones y nos poníamos en orden en el patio para volver a las aulas sin que se montase el pitote en la escalera. De camino, pasábamos por el museo y veíamos el gorila disecado y el esqueleto aquél tan saludable, que no pasaban por él los años. Y los pájaros. Menuda colección de pájaros. ¿Quién le quitaría el polvo a aquellos pájaros? Las vitrinas debían de ser de cuando se fundó el cole, pero lucían impolutas y con las bisagras bien engrasadas. Supongo, porque ahora que lo pienso, diría que nunca vi ninguna abierta. Lo normal de un museo.
Cuando veías que se te iba a terminar el cuaderno, antes de tirar del de reserva, te ibas con diez duros a comprarse a Josep Maria una libreta. Cinco minutos antes de la hora, te acercabas al despacho, qué frío, qué oscuro, qué invierno, y le comprabas.
Hola Josep Maria. Hola Nodisparenalpianista. Porque si le dedicabas dos minutos, Josep Maria te preguntaba por las clases, que a qué curso ibas y que quién era tu tutor. Y luego se acordaba. Eso si no eras un poco cabestrón, como Yeyo, por decir uno. Pero a ese le conocía por ser hijo de su padre, que también tenía su aquel. Y me hago cargo de lo que le supondría al pobre Josep Maria.
Josep Maria estaba calvo. Josep Maria era de esos que parecen que han sido calvos toda la vida, que te lo imaginas con pelo y parece Juanjo Menéndez haciendo de Don Mendo, que no pega ni con cola y te crujes de reír, a ver si no. Gastaba gafas y rebecas sobre la camisa y la corbata, porque el fresquito de las mañanas podía ser un poco tremendo. Ese lado del edificio siempre está sombrío y se hace poco acogedor. Allí, para mi que se aburría un poco, porque muchas veces trabajaba solo y las horas se te han de hacer un poco largas. El trajín del chavalerío le tenía que entretener, a ver si no, y por eso nos daba palique.
Las libretas venían envueltas de veinte en veinte o así, en hojas de papel ese de embalaje marrón tan bonito. A principio de curso, cuando vendían los libros en el comedor, pasando por el pasillo del Salón Verde a mano izquierda, bajando por las escaleras que hay antes de la puerta pequeña, por la que salen los de los cursos bajos, que bajan por la escalera interior del edificio, qué lío que si no te has perdido veinte veces por el cole no aprendes ni a la de tres, salíamos con las bolsas llenas de libros y carpetas ¿Y las libretas? No, ya tenemos. Entonces subíamos la escalera y salíamos frente al Salón Verde, ya he dicho, girábamos como para irnos y parábamos donde Josep Maria. Hola NDAP. Hola Josep Maria. ¿Qué, preparando las cosas pasa el nuevo curso? Pues si ¿Y el verano? Muy bien. Sonreía y se ponía contento cuando pasábamos por allí a revolucionarle el tenderete. Y cargábamos de libreterío. Que si seis azules, dos amarillas, una naranja, porque los dictados me salían bastante bien. ¿Y verdes fuertes? No, todavía no, que esas son de más mayores. Pues, a ver, y sacaba un papelín. Echaba sus cuentas y siempre salía por doscientas pelas, digo yo, una baratija, la verdad. Los cuadernos eran comodísimos, resistían bastante bien y sobrevivían de curso a curso. Por ahí andan aún, con las cosas de las ecuaciones, las redacciones del seminario aquel de literatura, las copias del dictado, pocas y siempre tan aburridas y alguna de las verdes milimetradas, que no se para qué usé.

Un día vuelvo al cole, al cabo de la tira de años. Iba a ver si me certificaban un nivel de catalán, para cosas del currículum, a ver si colaba, pero no. Pero esa es otra historia. Anduve por allí, de pasillo en despacho y tiro porque me toca, me atendieron, me escucharon, me hicieron un apaño en forma de papelito y listo. Cuando ya me iba, me acerqué por el despacho de Josep Maria. Hola. Hola. No se si te acordarás de mi, Josep María. Terminé el cole en el año catapún, me llamo NDAP. Y puso cara de hacer memoria. Ya se quién eres, me dijo, de tu nombre no me acordaba, pero si de ti, ahora que te miro bien. Yo no se si se acordaría o no de verdad, pero me da lo mismo. Estuvimos hablando un rato. Le conté mis cosas, qué tal me iba y todo eso, lo normal. Él también me contó lo normal, las tacadas de alumnos, las camadas de cada promoción. Llegaban alumnos para comprara cosas y él les atendía. Aún hablo con algunos, pero menos que antes. La nostalgia, ya se sabe. Yo le vi muy bien. Calvorota, rebequilla por lo del fresquito y una seria elegancia del oficinista que siempre está ahí. Bueno, pues me marcho. Muchas gracias por pasarte, hombre, y que te vaya bien. Vale, hasta la vista.
Luego he vuelto, creo, un par de veces, por cosas de exalumnos y por los bautizos de los hijos de mis amigos. Claro, aprovechábamos para colarnos en las aulas y en los laboratorios, en el Salón Verde no, porque ya no es salón, que por cierto se llamaba así por contraste con el Salón Rojo, cuyo nombre venía por las cortinas, rojas, claro, los retretes, el ascensor aquel que funcionaba a pedales y todo lo demás. Por el pasillo aquel, localizamos nuestra orla una vez y nos reímos mucho con las pintas que lucíamos. Luego la van cambiando según pasan los años, así que vete tú a saber dónde está ahora.

El despacho de Josep Maria estaba cerrado, claro. Pero allí andaba él, sus libretas, los diez duros, y un ratito de charla con uno de los pilares de mi cole. Qué cosas.

martes, 16 de marzo de 2010

Las pinturas son mudas

De Sargent algo había visto, pero la baba se me cayó a mares cuando la Thyssen, -Tita, nuesta heroína- montó aquello en paralelo con Sorolla. Pensaba este fin de semana, tras lo de nuestro muy querido Delibes, que él es el Sorolla de las letras. Un autor muy popular, porque, quien más quien menos le ha leído algún que otro libro y le ha gustado. Un autor que además, reúne el aplauso de la crítica y al que nadie le cuestiona ni los premios ni los honores que tanto se ganó.
La cosa es que hace unos años han puesto de moda la idiotez de decir que ponen dos cuadros juntos para que se comuniquen. Que no, jolín, que son trozos de tela con pigmentos y aceites, tarugos. Bueno, luego estaba La infanta baila de Manuel Hidalgo, que era de mucho reír y de mucho disfrutar, porque cuando Hidalgo se ponía, quello era un festival. Me acuerdo de aquellos artículos tan bonitos que nos regalaba a propósito de las aventuras de su hijo Daniel. Pero que no, que las obras no se dicen ni pío. Lo más, los que las miramos, que si las vemos juntas, les vemos un no se qué nuevo.
Lo cual que en el Prado, en lo de la obra invitada, han traído una de Sargent, Las hijas de Edward Darley Boit, que tiene mucho de Las Meninas. Y las han puesto cerquita para que hablen de sus cosas. Qué pesados, que no hablan... En fin, que de una tacada, levantamos dos.
De aquí los mangaré. Que se preparen.

viernes, 12 de marzo de 2010

Delibes


De la hoja, el rojo; de las ratas, el hambre; de las horas, Borja y un cuento; del camino, la valentía; del hereje, la ortodoxia; de las viejas historias, la vieja Castilla; de la mortaja, nada de nada; de la partida, un guión; del cazador, los zarzales; de las voluptuosidades, Joaquín; de la madera, el héroe; del príncipe, la derrota; de Cayo, el castellano viejo; del emigrante, aquel año en Chile y los paseos que jugamos a soñar sentados en el suelo y atrapados en un minuto; de los santos, la inocencia; de Praga, el invierno; del ciprés, el paseo; de la mujer, su retrato; del mundo, su agonía; de las bicicletas, aquella novia y la panzada de quiñometros que se metía entre pecho y espalda; de la prensa, la hebra y de Valladolid, Fernández, Gregorio, ya sabemos.
De su Pacorris, que escribe como mea. Vaya par.

Con su permiso, son mis cosas y mis libros.
Oraciones y lectura para nuestro amigo.

jueves, 11 de marzo de 2010

Tiempo. La eternidad y el arroz



No se lo preguntó por
que directamente se había respondido. Parece que lleve aquí una eternidad. Y sólo son seis vueltas, diez, veinte, qué más da, con la cucharita en el café. Parece que haya estado aquí siempre y que todo esté bien. La eternidad y un día escrita en un grano de arroz. Igual esa es la cosa, apuntar y apuntar. Igual es lo que tengo, además de la eternidad en el café para pensarlo, un papelito y la capacidad para apuntarlo. Me gusta el arroz con leche y suelo aprovechar hasta las servilletas para tomar apuntes. Pero eso no es suficiente. Aunque desde que me dejé crecer el pelo y uso el gabán gris oscuro de mi abuelo, dicen que luzco porte. Un monóculo. Esto ya lo había apuntado, o tal vez no. En el Ateneo los carcamales se rifarían lo mío. Si lo tuviese. He oído que alguien ha pintado el cuadro de las lanzas en un grano de arroz, o en una lenteja o en algo muy pequeño. Qué tontería, pudiéndolo ver en la pared y sin lupa.
A veces rompía los papelitos, a veces los perdía.
La eternidad y un día escrita en un grano de arroz.
Con un poco de suerte, se lo podría colar a alguien.

domingo, 7 de marzo de 2010

Sosos

Nadal es un soso, vale, pero tela como juega. Gusta, creo, pero es un poco soso. Eso, antes en el tenis era rasgo de elegancia, pero llamar al bueno de Nadal elegante es, como poco osado. O miope. La miopía es osada, sin lugar a dudas, y no me extenderé, proque tema tengo, pero tampoco es plan hacerse uno demasiada sangre. A lo que iba, que Nadal ya tuesta.
Que si, que vale, que parece majete, siempre tan caladito, con sus padres, la rueda de prensa aquella que le llaman por teléfono y era su madre, mamá que estoy con los señores de la prensa, que todo bien, que luego te llamo, agobiado, el pobre, que lo mismo me pasa a mi cuando la Mamádelpianista me pilla según le estoy pasando los yogures a la cajera del Mercadona, que yo no puedo estar en todo a la vez. Lo cual que él gana Roland Garrós y a mi me meten los congelados en una bolsa, que tampoco está nada mal. El carrito lleva la bolsa esa térmica, pero nunca la uso. Una vez, la Hermanadelpianista quiso hacerle el favor de tirar los papelajos que había dentro, por la cosa del reciclaje, o sea, pesados del cambio climático, rediez qué frío en invierno y qué calor en verano, y me dice, oye, que tienes aquí una llave inglesa. Y si, joer, había una. Cosas de la bici y de los despistes. Y me tiró la bolsa térmica.

Nadal es una especie de Induráin, pero de ahora. Feúcho, buena gente y campeón. Bueno, eso dicen, pero para mi Induráin juega liga aparte. Lo más, con Chiquito de la Calzada. Y no es broma. Me parecen dos tíos fenomenales en lo suyo, serios y decentes. Y un poc feuchos, vale, pero adorables. Ahí si veo más a Gasol, Pau.
Nadal es un tostón. Me tienen mareado los anuncios del Banesto. Esos de la selección de fútbol que protagoniza Nadal. ¿Joer, pero tú no eras del tenis?, ¿a sa
nto de qué me sales ahora con el furbo? Y luego, tú no estabas en lo del Popular? No, que ese era Gasol. ¿El de las Gilettes? No, ese era el suizo llorón, que majete, muy majete, pero que plastón de tío, un suizo, ya me dirás tú, que en lugar de una cruz en la bandera debería llevar un bostezo. Ah, vale. ¿Y los Kia? Si, esos si, que en el concesionario de donde el camino del metro está allí luciendo el brazo ese tan hipertofiado y tan chungo, que a mi me gustaba más el tenia de cuando eran tirillas, a ver dónde le salían las anclas de Popeye a Bjon Borg, con esos pelicos rubios de príncipe de Bequelar y ese apellido de cómoda del Ikea. Soso, como él solo, pero le ponías un traje a saludar a la Reina Madre según se sale de Wimbledon camino del mueble bar y que queda fantástico en las fotos del Hello o del Sports Illustrated. ¿Dónde están las mesillicas Bjonbörk? Pues en el pasillo 16 A, como todo, jolines. Qué risa aquél día.

Ahora va Nadal y rueda un videoclip con Shakira, que es otra brasa importante. Vaya pestiño de tía que ha de ser la Shakira, que si ahora te canto con Alejandro Sanz, que se me le puso rubia la melena del disgusto, que si te hago un reportaje con De la Rua.

Bueno, igual la memoria lo que hace es traicionarle a uno o mejorar al prójimo, como si dijéramos. Lo que tienen los cromos Panini, que han creado un mundo paralelo. Y mayormente feo, o sea.

Y luego, como es tan jipi y solidaria, a dar morcilla en la Onu, con Obama y con toda la caterva de jetas. Caterva me gusta, y jetas más. Vaya, que ahora dando leña, pero que no hace tanto anduve poniéndola en la sala noble. Dadle, dadle. Pues eso, que han hecho un videoclip calenturiento, parece ser, y todos tan contentos. Qué tostón.
A mi me gusta cómo baila Shakira y de una vez que Diego Manrique (transmutado en Diego A Punto, émulo curso de nuestro bienamado Jota Punto, que también suena un poco a raperillo macarrón de Vitigudino) anduvo poniendo versiones extraídas de un deubedé o de no se dónde. Cosas de los Rolling Stones y así. Y eran francamente buenas. Luego, la decadencia total. Es tan esnob decir eso de que cuando aún no era conocida, yo ya la había aborrecido. Bueno, pues eso, que está la mar de bien, y que, a estas alturas como ya habréis dadol al cliquillo de la sala noble, me estaréis dando la razón como locos. La loba, au, au, para darle dos tortas. O más, por el iva.

Pues hala, Nadal, que a ponerse las pilas, que andan los de la Davis desayunán
dose a los suizos, que entre Shakira y andar haciendo el pamplinas el Dubai, nos vas a llegar a los grandes eslams un poco hecho unos zorros, y luego qué. Y Shakira que se pague los extras, jolines, que si os ponéis a caparar, eso no lo arreglan ni los guays de los anuncios ni nadie, jolines. Qué agonías. Y mañana lunes.

lunes, 1 de marzo de 2010

Zaheridos (I)

Ando por ahí que si, que no, que no se, y recupero, por hacer algo, una lista de palabros que me estremecen. Estremece, hermoso, ¿a que si? Resulta que tiro de recurso, ya que está -recurso no mola, pero sirve-, para buscar. En la www.rae.es uno puede consultar el diccionario en un par de botonazos. Hace un tiempo mejoraron la cosa y pusieron las conjugaciones, que son muy divertidas. A cada uno le gusta lo que le gusta, vale, y a mi me gustan las conjugaciones, qué le vamos a hacer. Las tablas de multiplicar siempre han sido un suplicio para mi, pero las conjugaciones es que me encantan. En castellano y en latín. Y eso me daba rabia del inglés, que es una lengua pachanguera en este aspecto. Mis respetos a Carlos y a su abuela, que en paz descanse a la mayor gloria de la beefeater, pero el idioma es un poco así, o sea.


Bueno, pues anduve anotando una serie de palabros recopilados de unas cosas de esas de mercadeos, comunicaciones modernas y así. Lo cualque, cuando me las estaba pasando al maquinón se me ocurrió ver qué decía la RAE de ellas. Y cuál fue mi sorpresa -sorpresa suena muy bien, aunque sea demasiado común. Hermosa paradoja: sorpresa común. Casi palíndromo Hacia sorpresa: ser prosaica h. Suena, poco sentido, pero suena, como las cosas de cada día, ay que me lío- cuando vi que unas cuantas de ellas aparecen en su diccionario. Aunque haya que cuestionar la autoridad -anarquía todo el día- vamos al ataque: hay que liquidar esas palabrejas tan feas. Propongo no usarlas más que para zaherir -oh, qué preciosidad- a los mentecatos que las emplean.
Con lo gargo que me ha quedado esto, y al final se me olvida pegar los palabros. En fin.
Al ataque.