miércoles, 28 de abril de 2010

Del aro al micro

Va y se muere Samaranch, que era un señor de lo del deporte. Que le llaman trabajo y ahí empiezan las dudas, pero en fin, esto ya no hay quien lo arregle. Dicen que fue el que modernizó lo de los Juegos Olímpicos, por lo de la profesionalización y todo aquello. Yo una vez gané un concursillo de cosas de letras por una redacción que debía de versar sobre los juegos olímpicos. Era yo un tierno infante y traté sobre el asunto, haciendo hincapié en que, en la Antiguedad, cuando los originales, se detenían las batallas para celebrar las fiestas en honor de las cosas del Olimpo, y aquello parece que gustó mucho al jurado. El jurado era el cura de la ermita y la Mamádelpianista, que, por mor de la limpieza en el concurso, no valoró mi redacción, con lo que, al parecer, fui con sólo una nota. Cuando dieron la copa, el mossèn dijo que se había valorado eso, las referencias que había hehco a lo de los griegos, lo que le había dado un cierto empaque a aquel asunto de tíos en calzas cortas pegando saltos que es, en resumen, lo de los juegos olímpicos, no nos engañemos. Ese fue el cénit y el final de mi corta, pero brillante carrera literaria, al menos en lo público. Oye y fenomenal.

A los juegos olímpicos los bobos de la tele y de la prensa les llaman olimpiada, porque son unos memos que no se han leído medio libro ni por casualidad. Antes se decía del inculto que por no tener libros, ni el de familia. Ahora que han abolido ese libro, por si liquidan la familia, ni eso cabe citar. Igual tampoco lo entenderían, criaturas. Ay.

Pues iba un día Samaranch con un arrechucho grave, va a ver y le da, al pobre. A tocar el arpa y que en Gloria esté, faltaría más. La cosa de la prensa, qué tropa, duda entre la loa bastante lameculos, con perdón, y la crítica progrepija. Claro, esto de ser amigo del Rey y toda la casa nostra es lo que tiene, que la legión de pelotas babea hasta hacer charcos. Y luego están los otros, que por contraste han de dar leña aunque sea a base de palillos. Que si fue falangista y que si no, o no se qué. Ya se sabe como somos cuando nos ponemos valientes, que ganamos hasta las guerras púnicas, si nos ponemos. Lo de a moro muerto gran lanzada. Pero desde lejos, no sea que le de un pronto y nos sacuda. A mi, que les arrollo. Pues en esas estaban los de la prensa global todos esos. Jo, que algunos tuvieron el rostro de colocar la foto brazo en alto para hacer sangre, con lo que podían sacar si echasen un ojo al album de sus jefes. Los compadres, al fin y al cabo, de esos que fieles al consejo del otro Conde de Godó -el de la Española- siguen al pie de la letra su máxima: estar junto al poder a cualquier precio. Hay que reconocer que eso si se lo trabajan, que ha de ser cansadísimo estar siempre al sol que más calienta. Pero, jolines, hacer leña de un referente en este asunto cmo el pobre finado, pues uy amnte, dónde va a parar.

A mi, en su día, cuando los dinosaurios, me parecia curioso lo de un español al frente de un chiringuito de ámbito mundial, de los que salen en los telediarios y prácticamente siempre para bien. O sea de como cuando Mayor Zaragoza en la UNESCO. Que es escribirlo y darme un repelús de cuidado. Vaya par, o sea. Pero oye, molaba. Cuidadín, que el COI, CIO en Cataluña, lo lleva uno de los nuestros. La casa nostra. Lo del CIO y COI es porque coi, en catalán suena así como un poco feo, por taco y por no demasiado diferenciado de lo españolazo, que hay que ver con los hechos diferenciales.

A propósito de toda esta monserga, llamémosle óbito del pobre Samaranch, me acuerdo de un asunto colateral que dicen los tontos. Tangencial suena mejor.
Érase una vez, siendo un tierno infante, aproximadamente de cuando lo de mi prometedora y brillante, aunque breve trayectoria literaria, que un día en el cole nos llevan a la radio. La Mamádelpianista, que le tiene mucha afición, nos gestiona ir un día a los estudios de Radio Nacional a ver cómo es un programa de radio.
Esto lo solían hacer algunos papás, que concertaban visitas a empresas y sitios. Así, recuerdo como el papá de Carreras, un chaval que veía mal de un ojo, organizó una visita a la factoría de Cola Cao. Y nos regalaron un bote pequeño. Olía bien. La fábrica, digo, porque a Carreras se le caían los mocos. Lo cual que llama por teléfono, pide por Luis del Olmo, y le pasan. Hola Luis, que me gustaría que nos dieses turno para que los chavales del cole de mi hijo puedan ver tu programa. Pues nada, Mamádelpianista, te paso con mi secretaria y dile que te he dicho que escojas día cuando te venga bien. Oye, y dicho y hecho.
Aquello, supongo, me terminaría de enamorar por la radio. Fue como verle las tripas a los trucos de magia, como Juan Tamariz en calzón corto, en desafortunada metáfora, no se si me explico, ojo. El salón de actos, teatro o auditorio, no me acuerdo de cómo le llamaban, de Radio Nacional era una inmensísima sala con butacas una tarima, una mesa para doce personas, lo menos y un piano de cola. Tras un cristal, un técnico y muchos botones. Y Luis del Olmo más largo que un día sin pan, agitando el brazo y la melena. Eso era de cuando del Olmo era el frenesí de las ondas, de la creatividad a espuertas, social -no político-, apegado a la vida más que a la actualidad, flotando en las ondas y moviendo así las manitas para marcar las ráfagas y las subidas y bajadas de la música. Era como dirigir orquestas invisibles. Los críos con la boca abierta, el piano, al fondo.

Por allí deambuló la caterva de contertulios y colaboradores, entre los que figuraba el enorme Enrique Rubio, que en paz descanse, con lo de su timoteca nacional, el tocomocho, señora, vigile el bolso que hay rateros
en todas partes y su elegancia de ladrón de guante blanco. Mira, ahora que le arreo a la tecla, me acuerdo de aquella tertulia de madrugada de Pérez Reverte de cuando el sirla y la lumi, que hablaban de cómo les iba en sus respectivos negociados, orillando por la tristeza del crimen y la maldad, como los esclavos de Miguel Ángel. Los apasionados de la escultura igual saben de qué hablo, esto es, el dolor del ala del ángel de Benlliure, que sabe de qué va y se duele por su propio mal. Vamos, digo yo.


Digo, por allí estuvo Enrique Rubio, todo porte y distinción, charlando de sus cosas. También Carlos Fisas, el de las Historias de la Historia, rico anecdotario, tirando a verderón y un poco marrano, al que siempre gustó comentar los devaneos de Isabel II y demás figuras de la efervescencia inguinal. También hubo invitados que fueron entrevistados y que finalmente se unieron a los conterulios ya mencionados. Entre ellos recuerdo a una señora cuyo nombre me quedo grabado por raro. Y por la suma, al matrimoniar. Se trataba de Bibis Salisachs, a la sazón esposa de Samaranch, Juan Antonio. La fama, la palestra, llena de Fernán Gómez y de López Vázquez, asaltada por Samaranch Salisachs. Anda que no sonaban raros.
Pues eso, Bibís Salisachs, melena leonina, bronceado brillante, delgadez extrema, un aire de señora de la Gran Vía en el exilio, un tanto demodé, pero que se sigue luciendo cuando sale de la reserva entre toda aquella gente, estuvo por allí escuchando los parabienes de del Olmo, las educadas galanterías de Rubio, todo un caballero, y las incómodas groserías de Fisas, que era un maleducado. No se dónde anda, si por aquí o en la otra vida, porque sus asuntos, con dos dedos de frente y pasada la malsana curiosidad anecdótica, no interesan a nadie medianamente sensato. La cosa es que, disfrazándose de erudito, comenzo a parlamentar sobre la sabrosa belleza de la invitada, que al principio anduvo coquetona, sin saber la que se le venía encima. Porque entonces, Fisas pasó del piropo, que siempre ha tenido su aspecto un poco fatalón, a la burrada gradualmente. Se puso en plan erudito, jugando un poco a ser Pancracio Celdrán y comenzo a hablar de que si en castellano viejo lo de holgar se refería a lo que placía al galán y que cuanto le gustaría a él poder holgarse con tan fermosa damisela. Y holgando por aquí, babeando por allá. Claro, con nueve años, diez, no pillábamos de la misa la media, pero el personal se reía un tanto asombrado. Ya se sabe esa risa por aluvión que le acomete a uno ante la vergüenza del que dirán si no se carcajea. En lugar de reconducir el asunto, Carlos, eso en los callejones, que aquí hay mucha luz, del Olmo le bailó un poco el agua para que prosiguiese con la gracia. Y así siguió el asunto, la una dejándose decir, el otro salando a lo grueso el asunto, Rubio tratando desmarcarse y los niños a por uvas. Bibis estuvo más bien inapetente, supongo, porque tampoco daría para más, digo yo, que otra cosa es su hermana, la ltalentosa escritora nonagenaria que sigue dando guerra con la sensatez propia de una dama de categoría. En todas partes cuecen habas o no.

Dese entonces hasta hoy.
Samaranch enviudó hace tiempo y luego volvió a matrimoniar, parece,con otra señora que se le da un aire a la primera. Luis del Olmo va como alma en pena con dentadura postiza de talla equivocada, como la señoras esas de la Gran Vía a las que la peluca se les ha movido, que siguen en sus días de gloria por no haberse adaptado a los tiempos. Enrique Rubio parecía todo un señor, así que estará estupendísimamente bien, vigilando que no se cuele ningún fullero y Fisas, pues igual se habrá atemperado con el tiempo. El movimiento olímpico, que le llaman, con sus banderas y sus antorchas, los torsos depilados y el culto a la fuerza devanea entre la potencia de los esteroides, la estética filonazi y un aire de neorreligión filomasónica que asusta un poco. El funeral con toda la cuadrilla de tunantes, con el honorable y los otros honorables con cara de póquer, en el saloncito de estadillo patufet, la bandera de los anillos, el Príncipe deseándole buen viaje a la eternidad, que ya puestos a cursiladas le dices que ya ha alcanzado su lugar en el Olimpo, yo qué se, la psicofonía de Freddie Mercury, que por un momento pensaba yo que pondrían lo de Los Manolos, aylolailolá, los atletas como un solo hombre, el Crupier Máximo de Mónaco con los bolsillos llenos de fichas y los Borbones en plenitud, con la lágrima a punto, que esta vez si les ha ido bien de agenda y no cuando lo del juntaletrillas ese de Valladolid, carca y apolillado, dónde va a parar, hombre, entre una tenida en plan logia y una cola de miles de vecinos despidiendo al señor de la gorra que se cruzaban por allí. Ay, qué dolor.

La dentadura, bien, gracias.

viernes, 23 de abril de 2010

El lector


Hoy he visto un lector.
Ya, claro, y más de uno, seguro, dirá alguno. No, no de esos. Digo uno de verdad.

Ha sido en el metro, según salíamos. Del balcón ha salido la tira y media de gente, una rara combinación, desordenadísima entre apresurados y bobalicones. Los que llevan prisa siempre están en el peor sitio para correr. Lo alelados siempre están delante. Cuando uno lleva prisa -o sea, siempre-, hay un boratate a punto para cruzársele en el camino. Es decir entre el punto A, el origen, donde anda uno y el B, a lo que uno va, como si dijéramos, hay una línea imaginaria, mayormente recta. Bien. Pues en mitad se cruza el elemento en cuestión, llámémosle T de tostón, por ejemplo. Y cuando uno trata de rebasarle por la derecha, el tío tuerce en seco, y si lo haces por la izquierda, estornuda por allí, si te acercas, te mira d ereojo como si fueses un maleante y si al fina, cuando le pasas, harto, le dices, joer, pasa o no pases, pero deja sitio, se suele enfadar y te llama de todo.
En esas andaba el persoinal en el andén, los unos al regate en corto, los otros al placaje, tres tibias por la mitad y una ensaladilla de rótulas, que la gente se pone que da miedo.
En estas que un abuelo deja sobre uno de los bancos coridos una bolsa atada con una guita y sobre ella un libro.
Con cuidado, lo ha abierto y ha ajustado el marcapáginas. Un poco despeinado, con un americana de pana gruesa de color beige, una rebeca oscura, me parece, y una camisa granatosa con florecitas. Con esas manazas y el cuidado que tiene manipulando el volumen. Es un libro con cubiertas de un color amarillento oscuro, tostado, o así. Lo lleva forrado. Es de los buenos.

Los libros hay que forrarlos. Hemos de acabar con los perezosos. Hay que forrar los libros para que se mantengan limpios y sin estropearse, jolines, que tampoco es tanto trabajo. Entre los que se te cruzan y los vagos que no forran, menuda tardecita...

Sigo. Trato d ever el título, pero no me da tiempo. Se la colocado el volumen bajo el brazo y con la otra mano, la izquierda coge de la guita la bolsa. Una bolsa un poco cochambrosa. Debe de llevar dentro unacazuela de barro o algo parecido, redondo y con una cierta altura. Cazuelas, vale. Y sigue su camino. En el semáforo se coploca al lado. Trato, de nuevo de verle el título, pero no, tampoco. Aventuro las letras, dos renglones, letras serif, rojas, parece que pone "Const" en el primer renglón y algo que empieza por D debajo. ¿Constitución danesa? Qué cosas. Yo diría que no, pero vaya usted a saber. Junto a los renglones como una especie de blasón con una cruz blanca sobre fondo rojo, que podría recorar vagamente a la bandera danesa. La hipótesis cobra fuerza. Pero en eso caigo ahora, mientras estoy dándole a la tecla. En el momento se me cruza por la mente ir y preguntarle oiga, ben hombre, permítame mi indiscrecció, peor es que me gustaría saber que libro está leyendo. Pero queda en eso, en un cruce como lo de A que tiende a B y topa con T. Y pienso en que lo que más me gusta de San Jorge es la bandera blanca con la cruz en rojo, como la del escudo de Italia de cuando era reino. Y que por aquí también anduvo, de cuando Amadeo.

Cumplo así la petición de nuestra querida María, que me animó a que por lo del día del libro pusiese algo ad hoc. Hoy he visto un lector de verdad, desastrado, desaliñado, zarpas, pero amante de su libro, cuidadoso cuando lo cierra, delicado para protegerlo, protector cuando lo trasladaba. Un verdadero lector. Los antiguos, ya se sabe.

jueves, 15 de abril de 2010

Los colores (24/6/09 19:28)


La tarde

Por un efecto de las podas un tanto descontroladas, o eso parece, a tenor de los tremendos tajos que les pegan a las ramas parece que luego florecen con mucha más fuerza y tal vez algo más de desorden. Ni idea de cómo se llamarán esos árboles. Tienen unas hojas de un verde intenso, brillante y son relativamente grresas. Así, al mezclarse las ramas de los árboles de ambos extremos del paseo, lo convierten en una especie de tramo naturalmente abovedado. Me inventaría un neologismo, arbolverdado, para designar esa fenomenal bóveda hecha por árboles y de color verde, pero eso es como lo del loquileto, un chiste de puertas para adentro. Bueno.

No es sólo verde, ya digo. Las florecitas de esos árboles son de un naranja trepidante y salpican todas sus ramas. El aire se las lleva con facilidad y como son ligeras y suaves, vuelan con alegría. Luego terminan en el pavimento, porque hay una perversa obsesión por pavimentarlo, embaldosarlo todo, no sea que la naturaleza se escape por alguna rendija del invento y se nos recuerde de dónde somos y dónde estamos. Pero la naturaleza, que no se si es sabia, pero si que no para de conspirar para recordarnos que sigue ahí, nos fabrica un manto de mentirijillas de color naranja que gusta mucho de ser pisado. La luz, bajo la arbólverda, sufre un bello efecto de tamizado que de da un aspecto de atardecer perpetuo. Perpetuo de día, se entiende. De noche, las farolas con su anaranjada luz que brilla en las hojas lo tiñen todo de un extraño color cálido y un tanto metálico bajo el que uno se siente a gusto. Y se está relativamente fresco.
Los bancos, los juegos, las combas y el balón, bicicletas, bebés, chupetes y las charlas de las mamás, cuidado que pasa una bici y tres turistas despistados que miran, como siempre, el plano del revés. ¿Dónde está la playa? Pues como siempre, en la otra orilla.

 

La madrugada

Un semáforo que cambia, otro que no, un paso por la acera, aquella luz azul y siguiendo. Ese es tiempo de relativo silencio, relativa calma bastante extraño en un lugar tan ruidoso como este. Las luces se oyen mejor así. Todo está más claro, como cuando te prueban los cristales nuevos de las gafas, creo que se entiende.

lunes, 5 de abril de 2010

El encuentro


¿Lo veis?, ¿lo veis?

Y lo vieron, tal y como las mujerucas aquellas les habían dicho. Tal y como había contado que pasaría. Entonces lo entendí, dejó escrito. Y mira que lo había dicho veces. Pero nadie le comprendió. O casi.

Al encuentro fueron, y respiraron con alivio.


Y eso todos los días.

Feliz Pascua a todos.

jueves, 1 de abril de 2010

El olivo


El árbol no veía porque los árboles no tienen ojos. El árbol no escuchaba porque los árboles no tienen orejas, hasta ahí, lo normal. El árbol, de haber tenido ojos y orejas le hubiese visto y le hubiese oído, claro. Y, si hubiese tenido boca le habría podido decir que él estaba allí. Claro, dirá un mala uva, eso es cosa de las raíces, que donde estás, te quedas. Siempre hay un mala uva cerca, pero hay que quererle, no me digas a mi que eso no es padecer.

El olivo tiene las hojitas pequeñas y sencillas, pero fuertes, duras. El olivo y sus hojas le abrigaría, le cubriría, le protegería. Ya me dirás, ¿qué pueden hacer mis tristes hojitas para apartarte de ese tormento?

El olivo cumple diez, veinte, cien, mil, todos los años que sea y le sigue dando el nombre al monte y el jugo al que lo recoge, y el sabor y el color, ese color que es verde y es amarillo, la vida y la luz y es el recuerdo del Hombre que estaba solo y que le pedía a su Padre que si podía ser, no le hicies e pasar por aquello, y que luego le decía, sea, porque esos cuatro cafres dormilones se merecen eso y mucho más. El Hombre solo y un árbol que, si tuviese boca y orejas, piel y palabras, le decía que siempre seguiría a su lado. Y sin dormirse.