martes, 29 de junio de 2010

Lo que nos quede


La que nos están dando los árbitos. Los trencillas, creo que les llaman. Esa palabra si que es un horror, me parece a mi, pero en fin, ya sabéis por dónde voy. Que los árbitros la están liando, no por su arbitrio, sino por sus meteduras de pata. Y la cuestión es que, pese a meterlas hasta el corvejón y aún más allá, la peña traga. Así son las cosas y tal. Menudo rebaño de idiotas estamos hechos.

En los partidos siempre hay gente detestable. Por todas partes. Muertos de hambre que no saben hacer nada mejor y que están ahí para ir chupando del bote, a base de triquiñuelas, hasta la jubiclación. Por eso ha de existir un arbitrio sensato y decente. Y legal. Uf, desconfío de las leyes, me parece que ya lo he dejado claro otras veces. Las leyes son como los menús de mil pelas, que parecen un chollo, pero solo me gustan los buenos. Pero lo habitual es que huelan a fritanga, estén recalentadas, te dejen con hambre o con un mal empacho, te den cagalera, con perdón o que si quieres más te termine costando el doble. Como el asunto a veces se complica, por algún pejiguerod e la cosa, peste de aguafiestas, jolines, que hay quien no entiende que el que paga, manda, pues mejor tirar de chequera, no sea que a los patrocinadores, los subvencionadores, la masa popular, los de los hilos en la sombra y uno que vende camisetas y banderas, se les venga abajo el chiringuito.

Yo nunca he comprado un árbitro. Bueno, hay tantas cosas que no he comprado que hacer lista sería casino. Lo fácil, me imagino, es ir y decirle oye, amiguete, si me pitas a favor, te pongo un audi en la puerta. El Audi era un coche bonito que se ha hecho enseña, pendón y bandera del garrulo con posibles. No hay más que ver que es el coche más usado por los cargos oficiales, o sea. O te pongo un piso en Leganés, o en Alcobendas, o en Sant Cugat o donde toque, que ya puestos, hasta le dejas escoger. Y apartamento en Biendorm, o en Marina d'Or o en la Costa Brava, o enfrentito de la Concha, aivapués. Pero por esa vía, por la cosa de los papeles, te trincan rápido. Pues lo ponemos a nombre de la santa. O mira, mejor le ponemos un estanco, que es honda tradición, para dejarla arreglada por si te da por escaparse con una mulatona de metro noventa. De busto. Los estancos, menuda historia. Y mira, déjate de líos. ¿Te gustan los caballos? Pues le ponemos una hípica a la nena. Joer, que tiene tres años. Pues mejor, que cuanto antes entre en el negocio, mejor. Bien visto, ¿no? y, a malas si un día te pones tonto, te decapitan a Khartoum de turno y te sale una peli chula. De todos modos, eso es para árbitrrs un poco burros y para compradores algo bestias, con lo sutil que se puede llegar a ser. Mira, te pongo un piso en Castellfollit de la Roca o en Boyuyos del Jarama y te buscas tú la vida con Hacienda, pero mejor no te lleves este deubedé, no sea que te lo pille la santa, de cuando aquél congreso de árbitros en La Habana, o en Tailandia o por ahí, donde descubriste el arma secreta de aquella mulata, o que la chinita era eso, chinita. Eso tan sórdido era moneda de cambio en Rumanía, por ejemplo, aquel sitio donde un dictador medalla de oro de la Complutente invitaba a los de aquí. O en la Cuba esa del mejor nivel educativo de América y paraíso de la prostitución infantil de habla hispana, que irse hasta Asia cansa la tira y luego te da un maremoto y no hay quien te encuentre enre los miles de suecos ahogados. Digo, que comprar a un árbitro es fácil. Y si no, le agarras un día en un acto con tele y le echas una bronca del catorce, para que se vea quién los tiene bien puestos y que tú eres un mindundi. Y a tragar, que para eso estás, pringado. O pringada, que ahora ya hay árbitros y árbitras, muy bien, salvo el palabro.

Lo cual, que amañan la cosa, cometen el latrocinio, desparraman el asunto y todos nos subimos por las paredes, uyuyuy, qué malamente, qué desastre, es que ya no queda nadie honrado, ignominia eterna para semejantes sinvergüenzas, pero luego sale uno diciendo que no es para tanto, que estas cosas pasan, que al día siguiente amanece igual y que no ha pasado nada. ¿No lo ves? si es que sois unos alarmistas, no es para tanto y al final siempre ganan los de siempre y los demás mirando. Que también es reiterar, ya se ve
¿Quién gana? Los tramposos. Y el del estanco, y puede que la mulata, de rebote.
¿Quién pierde? Los del juego limpio, o sea, todos.

Pero ya se sabe, siempre nos quedará el furbo.

Oe, oeoeoe. Oe.
Uf.

viernes, 25 de junio de 2010

El dandi (II)

El dandismo estaba en los porteros, quedamos.
Esto uno lo descubre o a través del análisis estético, que sería la parte exógena, por decirlo de algún modo, o a través de la experiencia propia, que sería, lógicamente, la endógena. Claro, esta segunda sólo es valorable si el individuo en cuestión la ha vivido siquiera colateralmente, o en derredor, que es palabro más bello. Así, al que no ha sentido, siquiera por un minuto, la pasión de la pelota, pues poco puede valorar ese asunto. Y ahora paso a explicarme.
Lo otro estaba claro, desde la gorra de Zamora a las medias de Arconada, pasando por el negro de Yaschine y hasta por la camiseta verde aquella de desharrapado del calvorota Artola. Un tío que se llama Artola ha de ser o portero desgarbado, o estudioso de la historia o compañero de pupitre. ¿Quién ha comenzado la guerra de tizas? Artola, a ver si no. Y hala, Artola de cara a la pared, que de tanto estar por ahí, o le coge afición a la antigüedad o al balompié, si es que desde allí se atisba el patio.

A mi me gustaba jugar de portero por la quietud, me parece. O sea, porque había que correr poco. Correr es una vulgaridad, esto también está claro. Un caballero no corre, si acaso, envía emisarios mientras se prepara los gintonics. Bueno, mientras se prepara para tomárselos el ratico que la fámula se toma para ir mezclándolos. Pero correr, no señor. Luego todos los niños con los pelos como pollos y con olor a zorrillo, no, no, no, jamás levantar los dos pies del suelo al mismo tiempo. Esa máxima debería llevarla grabada con letras de oro todo aquel que se precie de un cierto estilo, por cochambroso que sea.
El portero no suda, si acaso por los nervios. Y si suda porque ha de saltar demasiado, siempre puede culpar a su defensa con la frase mágica: es que me dejáis solo. El portero elegante siempre se precia de tener compañía, mayormente buena, o sea. Un buen central a tiempo es tu seguridad.
Luego está el traje. No nos engañemos: a ciertas edades, un tipo en calza corta y con una camisola a rayas de más de tres dedos de ancha o es que se viste a oscuras o es que está un poco majara. Si encima disfruta cuando otros le ven y hasta le aclaman, sin lugar a dudas está rozando los límites de la insania. Por eso, en el estrambótico caso de que a uno le de por extralimitarse en el tiempo y mantener la afición balompédica más allá de los cinco años, el único lugar donde puede justifricar su presencia es bajo los palos, porque el portero luce su propio uniforme. Lo del negro integral es, sin lugar a dudas lo mejor, pero algunas pinceladas de color -el verde suele lucir bien- pueden resultar adecuadas. Hubo una vez un tío de Venezuela o de no se dónde, que jugaba en pijama y con una melena rizadísima que le llegaba al esternón. En una señal más de la insensatez propia de ese deporte, en lugar de ser motivo de descalificación inmediata y de inhabilitacion ab aeterno, le supuso al hortera fama y fortuna, invitaciones a cervezas y salchichas y otras delicias de tan peculiar universo. Sobre la rica gastronomía futbolística también hay tema, pero eso lo dejaremos, al menos por ahora.
Conduje mi escasa afición al asunto a través de los tres palos, hasta que me atrapó la red del aburrimiento. Con el balón en los pies no me movía con excesiva facilidad. Sin embargo, mi probada puntería, sobre todo con un whisky y unos dardos de por medio, me facilitaba lo de poner el balón en buen lugar de un patadón. Luego, mi agilidad felina, unida al poco amor a la temeridad, me hacía ser relativamente seguro en el despeje por alto. Pero ya arrebatado por mi protodandismo, aún sin saberlo, quedé absolutamente descartado como portero por lo que aquellos botarates consideraban un irreparable defecto, que demuestra su escasez de miras y su poco tino en lo que a asuntos de caballeros respecta: yo no me tiraba al suelo.

Otra cosa hubiese sido de haber jugado mis partidos en la mullida Escocia o en la blandita Holanda, con pastos como cojines de plumas de oca. Pero claro, pegarse barrigazos en secarrales ibéricos, pues no, ni pensarlo. ¿Pero tío, cómo no has saltado para pararlo? me recriminaban cuando recogía el balón de las redes. Y yo, con la dignidad del derrotado injustamente -la derrota injusta es elegancia- les decía "yo no me tiro al suelo". Rodilleras, guantes, coderas, lo que hiciese falta. Pero el suelo es para las lombrices y para las baldosas. Y yo no soy ni lo uno ni lo otro. Quien se quiera arrastrar, que lo haga, pero que no levante mucho polvo, por favor.
Cuestión: que si los balones iban por alto, fenomenal, pero ay, a la que raseaban, pues adentro que se iban.

Una vez en un partido de padres, reforzaron los dos equipos poniendonos a dos hijos en sendas poterías. un balón plantado que iba a chutar un padre defensor bastante malo y con los calcetines caídos. Lo dejo colocado y me aparto para que pueda darse una buena carrerilla, de modo que me sitúo junto al palo por la parte exterior. La cuestión es que, en un arrebato de churrigueresca filigrana semibrasileña, el defensa zarrapastroso hace un amago un tanto tonto y le da un taconazo al balón a modo de pase, pero hacia atrás. Yo, que estoy mirando al horizonte, en plan Iribar, con ínfulas de mariscal de campo, que veo como, zas, la pelota rueda indolente sin que ninguno podamos hacer nada, hasta el fondo de la red. Antonio, el torpe, se enfada y me dice que cómo no la he pillado. Jo, yo estaba dejándote espacio para chutar, ¿a qué venía ese amago? A gol en propia puerta y a choteo fino. Con esas canillas y los calcetines granates bajados no se puede ir bailando con la chica de Ipanema. Amarramos como pudimos y quedamos tres a tres, pero salimos vivos Marcos, el otro porterillo y yo, porque los bestias de los jugadores metían cada zambombazo de mucho cuidado. No me tiré al suelo ni una vez.

Aquello estuvo a punto de terminar con una carrera que nunca despegó en realidad. Lo más cerca que estuve del dandismo futbolístico fue una mañana de sábado en la que me llevaron a ver un traje de portero que tenía la hija de María Vila, una señora que tenía una butic de pueblo. La madre le había puesto a la hija y al juanlanas del yerno una tienda de deportes en la misma calle. Todo costaba un Potosí, pero como ya tenía clientela, enviaba al personal a la otyra y, claro, por no hacer un feo, pues iba tirando, pero me arece que tiró poco. Yo estaba en lo de la camiseta verde y el pantalón negro, pero el juanlanas sacó una camiseta verde fosforescente, lo que ahora seía un pistacho subido, y unos pantalones rojos chillones y acolchados. A mi, eso de que fuesen acolchados me sonó a nenaza. Y lo de verde y rojo me crujía. Esto lo llevan mucho los porteros alemanes. Joer, un crac del mercadeo, el juanlanas. Me parece que tuve que probármelo, pero con el morro torcido. Como siempre he sido mayormente cabezón, se me vió que yo aquello no me lo iba a poner ni hatro de vino, así que, viendo la de duros que suponía la tontería, pues allí se quedó con algún cuento chino como excusa: a ver qué uniforme le piden, o algo.

Yo creo que ahí se quedó la cosa. Con el chavalerío, por pereza y poca habilidad, seguía de portero, a falta de alguno mejor. Eso si, siempre impecable, pero circunstancial. Y así siguió, más o menos, hasta que se me cruzó un amigo lo suficientemente desnortado para saltar como un gamo y retorcerse como una croqueta en busca del balón. En el lodazal encroquetado culminó mi gloriosa singladura como porterillo desganado. Como el croquetense era amigo, decidí reconvertirme a lo único que puede aspirar un dandi de mármol en el terreno de juego. Así comenzó mi legendaria trayectoria como central leñero.
Corta pero dolorosa, lo aviso.

lunes, 21 de junio de 2010

El dandi (I)


El portero es el dandi del fútbol.

Se habla ahora de la elegancia de los entrenadores, porque alguno viste corbata y le regalan los trajes, peroe so es pura fachada, dónde va a parar. Uno tira de fotos del tiempo y ve que, no hace tanto años -bueno, unos poco, pero qué es eso si uno continúa pensando que desde los romanos aquí apenas ha pasado una cosa y aún está sin acabar- los espectadores lucían eprfectamente ordenados, de traje y corbata y corte a la navaja, de pie y, mayormente, fumando. Matías Prats, padre, con las lupas negras y Kocsis y Kubala, Gento y Kopa y toda aquella gente dándole al balón. A mi siemopre me han gustado mucho esops que estaban hechos de tiras de cuero, en lugar de pentágonos o exágonos o no se qué formas raras qie los hacen ahora. Probablemente, te metían un pelotazo en el moflete y directo al trasplante, pero lucían hermosos, no se.
El portero tiene un aire de vigía que ve amanecer. El amanecer aquel anaranjado, las musas que le van a cantar al héroe y todo aquello. Allí, el perfil recortado sobre las redes, a la espera de la acometida del enemigo que, sin piedad, acecha poco más allá del área grande. Dicen del fútbol que es una guerra incruenta -aunque a veces dolorosa- donde los brutos de la cosa arreglan lo que en otra circunstancia sería batalla campal. Luego están los salvajes del Barcelona que cada vez que ganan -o cuando la derrota escuece especialmente- arrasan las Ramblas y aledaños. Eso pasa aen todas partes, dicen los azulgranas irredentos. Ya, pero el inter se ha puesto morado este año y no han quemado medio Milán. Y el Atlético tampoco ha devastado Chamberí. Por decir dos, o sea. En fin.

Al dandismo del portero le ayudó mucho Yaschine, o como se escriba. La araña negra o algo así le llamaban al portero ruso aquel, tirando a soviético, que vestía de negro riguroso los jerseises recién tejidos en el koljós de su pueblo. Tenía, como todos los rusos que ganan, un aire de estajanovista que tiraba de espaldas, que me da ami que cuando jugasen la liga de lo suyo, seguro que pediría prórrogas de dos horas para producir más a la economía del Estado. Claro, que mejor estar haciendo el pamplinas en calzon corto que de destripaterrones en plena estepa. Pero sea como sea, ese aire tenía el tío. Dicen los más vieos del lugar y las crónicas de la época, que fue el mejor portero de su tiempo, que era ágil como una gacela y que saltaba como un conejo a por los balones, segro hasta el aburrimiento, un baluarte casi inexpugnable. Claro, si la alternativa a grossengolinski era temporaduska en Siberinska, no hay más tu tía que pararlo todo, hasta el Transiberiano si fuese menester. Igual eso también les valdría a los de ahora, los macarras tatuados, de Audi y Mercedes, los choricillos de cantimpalo y de polígano del sur, con las lagartonas silicónidas esas que suelen llevar adosadas, que les dijesen "hale majete, o consigues objetivos o te vas al tajo" y les señalasen una montaña de tochos, aver si espabilamos lo de la construcción que anda un poco para allá, ya sabemos. Ya digo, la elegancia ausente.
Pero Yaschine, al que Diestéfano o Suárez, o alguno de esos le metieron alguna vez una somanta de goles, brilló, sobre todo, y fiorjó su leyenda gracias a su vestimenta, la elegancia del negro. Ha estado a punto de darme el arrebato gilicursi y he estado por poner la elegancia del subsahariano, pero he pensado en Pérez reverte y se me ha quitado la tontería de golpe. Ya de camino, Pérez, tío, académico y tal, les podías dar un toque a los de Alfaguara, pero claro, o sea, no se, ya veremos, vate, tronco. A trabucazos con los patos, que así, ni Cádiz, ni Trafalgar, ni Bailén, ni, ya puestos, Lepanto.
Por entonces rivalizaba, en las cosas de los guardamtas, con Iríbar, el otro grande. Iríbar también gastaba el negro. Iríbar, en plan vigía, ya digo, recortaba su perfil de vasco fuerte, duro, guapo, como los remeros que fotografiaba Ortiz Echagüe, una mandíbula fuerte, un perfil duro, serio y grave, así, muy vasco, de los de antes de Arguiñano. El señorío antiguo y las decadencias que, en versión santanderina, tan bien contaba el magnífico Álvaro Pombo. Iríbar fue la roca insalvable contra las que se estrellaban todos los que asaltabal al Bilbao, que era como le llamaba entonces el castizo a su equipo. Ahora los cursisi le llaman el Athletic Club. Yo no se qué es peor, si los cursis, los macarras o los horteras. Antes se debatía en que el dandi con ínfulas termina en esnob, pero es que ahora la cosa se mueve en eso: del ganador de Gran Hermano al mediapunta del Barcelona o del Madrid que se sabe todos los nombres de los estadios ingeses, pero que sueña con irse a Italia porque allí los Ferrari salen más baratos. El Ferrari es el paraíso del hortera. Yo soy de Ferrari, de toda la vida, dice el tonto en la puerta del Carrefur, de antes de Alonso, ojo, mientras te señala la camiseta colorada de los chinos con el caballo ese. Tiene tema el asunto este, si.
A Iríbar parece que s ele fue la ola cuando lo abdujeron los de la metralleta. Eso sería por tantop sufirmiento cuando se tuvo que poner la zamarra españolaza, cuando le obligaron a viajar a los mundiales aquellos en blanco y negro y le forzaron a cobrar primas y duros varios por defender tan dolorosa bandera. Tanto le debió de doler aquello, que al pobre no le quedaro ni fuerzas para irse al sucio Banco de España, a devolver aquella plata manchada de ruindad para que nos la repartiésemos los tontos españoles, que decía en plan más garrulo Sabino, el malo. Pero, por respeto a las canas, no haremos leña del abuelo Iríbar.
Pero, ya enharinados por la historia, me vuelvo aún más para atrás y ya veo en lontanaza a Arconada y sus imposibles medias blancas, qué tío, que no se le ensuciaban ni en el lodazal de Atocha, a Iríbar y a Yaschine en el soviet, para llegar al más grande de todos los tiempos. Ricardo Zamora. El portero.
A los porteros, por no repetir tanto, les dicen guardametas, que ya he puesto antes, y cancerberos, que me encanta. Guardameta también me gusta, lo mismo que guardaagujas, y, rizando el rizo, acerico, que es de agujas también, pero otras. Yo creo que a Zamora le iba lo de cancerbero.
Zamora, el dandi con gorra.
A los porteros de antes les daba el sol en la cabeza. A los de ahora parece que no, probablemente porque, ya lo he dicho, son unos macarras de mucho cuidado, de esos de bañador bien pegadito, ya nos entendemos, y de Ducados en la manga de la camiseta, con las raiban de espejo, que la vulgaridad rampante vuelve a ponernos de moda cada dos años. Qué horror. De esta no nos salva ni Ana Rosa Quintana, madmuasel del estilazo nacional. Zamora, como era de antes, se calzaba una gorra, pero gorra, gorra, no en plan ciclista, como las de los escoceses, con visera y botoncito en lo alto, y hala, a saltar como un gamo. Dicen que él ha sido em lejor cancerbero, guardameta de todos los tiempos. También llevaba unas rodilleras que parecían cojines del sofá en plan iquea, de esos que ni tres suecos de la mano pueden abrazar, y las botas, que les llamaban borceguíes -por favor, qué hermosura de palabra-, parecían como de piedra.
Ricardo Zamora me parece que jugó en el Barcelona de cuando atacaban con cinco delanteros y los goles caían en capazos. Pero luego, en un arrebato de dandismo incuestionable, terminó jugando en la casa del vecino, el Español, un equipo que entonces no tenía complejos y jugaba con la eñe. Ricardo Zamora, como dandi, ganó un montón cuando blasonó su pechera con las franjas blanquiazules de la ciudad de Barcelona. Porque, amigos, hay que recordar y aclarar que los colores históricos de la ciudad son esos, el azul y el blanco, el mismo pendón que enarbolaba Rafael de Casanovas cuando cayó -levemente- herido aquel once de septiembre que tanta matraca ha caído, defendiendo la causa alemana para el trono de su España. Luego se curó y siguió chupando del bote, como suele pasar en el oasis, pero esa también es otra historia.
El dandismo en el fútbol son als gafas del ciego que todo lo ve de Matías Prats padre, pero sobre todo, el portero antiguo, de cuando los futuristas italianos les pintaban cuadros y los del 27 o por ahí, les escribían poemas, de cuando se compungía el personal ante el penalti a punto de dispararse y de cuando les reconocíamos la limpeza y bonhomía entre el barro y los golpes.
Por eso a mi me gustaría ser portero de crío.

miércoles, 16 de junio de 2010

La épica

Resulta que por entonces, hasta el último minuto no había nada decidido, de modo y manera que se llegó al último partido de modo agónico, o sea, que o ganabas o tururú, a casita a dormir y dentro de cuatro años Dios dirá. Eso lo sabemos ahora, por entonces, mi escaso entendimiento llegaba al resumen infantil.: hay que ganar a los goeslavos. O algo así.No se muy bien, pero aquello fue todo un acontecimiento que debió d eparalizar al país entero, porque nos quedamos sin patio. Las cosas se miden así: un día te quedas sin cole y te llevas un alegrón, pero en realidad es porque ha pasado algo muy tremendo, así que si se cambia algo tan firme como el patio del mediodía es que los acontecimientos son tremendos. Solá, el profesor de cuarto que recita el Ave María cuando estamos formados enel comedor, con el micro aquel extraño que se pone en la barbilla, que no se parece nada a los que usan los de Aplauso, la revista musical de la tele que te trae a tus cantantes favoritos y que hace aquel concurso de baile que es, en realidad un muestrario de acróbatas macarras y nenas escuálidas que lanzan como peonzas, dice que segín terminemos de comer, bajaremos al primer piso y nos juntaremos en un distribuidor muy amplio que da acceso a las clases de primero y segundo, para ver el partido de fútbol. ¿Y el patio?
Que es lo que le pesa a uno cuando la perspectiva histórica vale menos que la hora del recreo. Claro, considerando antes si un partido de fútbol puede llegar a alcanzar ese nivel. El de perpectiva histórica. Fútbol es fútbol, dijo el clásico, y a los clásicos no hay que enmendarles la plana, salvo que hablen en fuera de juego.

La cuestión es que, cuando terminamos de comer, vamos bajando en ordenado desorden, según las instrucciones de Solá, hasta el primer piso. Solá es un profestor con fama de ogro que te echa la bronca seas de su clase o no, en cualquier sitio donde te pille. Dicen que es terrible en el aula y parece un gruñón de mucho cuidado. Siempre viste una bata azul mahón lo que le da un aspecto de electricista peleado con el polo positivo y el polo negativo, es decir, temible. Por eso, si dice que hay que bajar, bajaos todos sin rechistar, pro lo que pudiera pasar, que somos niños, pero no tontos.
Pra el evento, han rescatado un viejo televisro del tiempo de Carlomagno, lo menos. Es un armatoste enorme, brillante y pesado que recibe la señal en blanco y negro, por supuesto. Estamos, año más, año menos, en el tiempo de Cousteau y su mundo submarino en blanco y negro,. Yo diría que ni siquiera en los escaparates d elas mejore stiendas se ven aún las teles en color, pero de eso no me acuerdo, así que mejor no insisto. La cuestión es que aquella era en blanco y negro y ya está. Con antena de cuernos, lo cual que se veía borrosa y se oía bien, aunque no entendiésemos nada al MAtías Prats padre de turno, que sería él, pero d eeso tampoco me acuerdo. Creo que José Ángel de la Casa recién empezaba a fumar tabaco emboquillado, es decir, que hace la tira.
Arranca el partido pero no se entiende nada. Los goeslavoes esos son yugoeslavos, que eran unos de un sitio poco recomendable, como la Historia persevera en recordarnos de continuo. Hace unos años, al parecer, ya nos vimos en semejante papelón con esos tíos, que el que gana sigue y el que no, al arroyo, y nos tocó a nosotros el chapuzón, así que el afán de venganza también aparece por allí. Bueno.
Van pasando cosas, pero yo no me acuerdo. La pintura de las escaleras y de los pasillos eran de aquel verde suave tan escolar, y había baldosines. También hubo goles y júbilo, cuando eran d elos nuestor. ¿Quiénes son los nuestros? Los de rojo. Pero si es en blanco y negro. Pues entonces los de negro. ¿Y los de blanco? Pues el Madrid, hombre. Ah, claro. Entonces, el árbitro... Las conversaciones del fútbol son un poco así, incluso cuando se entienden. En los lavabos, pro los que vamos apsando en fila antes de ir al comedor, para hacer un pis y lavarnos las manos, hay unos garfios en la pared, como si dijéramos, con una especie de peras de jabón sobre las que uno desliza las manos para untarse bien y para frotar con denuedo, a ver si se arranca la mugre y los pintarrajos del rotulador. Me gusta aquel olor del jabón. Lo sigo recordando, juntro a la luz que entraba en lso lavabos, los niós lavñandonos las manos de cuatro en cuatro, cuatro grifos, cuatro niños, germánica distribución, y a la fila del comedor, que ya tenemos hambtre y como lleguemos tarde, Solá nos echará la bronca, y eso si que no.
Juanito era un delantero peleón y bullanquero, la pesadilla del Barcelona, malencarado y gritón, de esos que exaspera a las defensas. También dicen que es buena gentepero ya se sabe cómo son los futboleros, a cada cuál su sambenito. Por lo visto, es un chupón, caracolea sin parar y pierde muchas ocasiones por no soltarla, dicen sus críticos. Cuestión, que en uno de sus regates imposibles, alguien, un goeslavo d eaquellos le arrea una coz y se lo han de llevar en camilla despuñés de un cuarto de hora de revolcones,que parece que se muere. Eso no se si era por perder tiempo o para que expulsasen al que le cascó, Rompepiernôvic, o como se llamase. El respetable de allí que se enfada y que comienzan a decirle de todo a Juanito. El otro, que les manda a hacer puñetas en malagueño o les hace gesto o algo desde la camilla y empiezxan a tirarle hasta el rosario de su madre. Además del verde colegio, hay baldosines, creo que ya lo he dicho. Hay unos azulones oscuros que, de puro feo, aún me acuerdo. Y zas, de pronto, entre los bocatas de mortadela y las cosas que les tiran, los camilleros encogiditos, pobres, le meten un botellazo en la cabeza que ahora si que parece que lo han matado. Y estalla la revolución, o casi. Los niños gritamos, contagiados de no se sabe qué, porque a ciencia cierta no queda claro si estamos indignados con el cafre de la botella o estamos jaleándole por haber dejado tonto al símbolo aquél del antibarcelonismo, que tontos no éramos, ya he dicho, pero el virus del futbolismo radical ya pululaba por ahí. Nos hemos quedado sin patio, así que gritar tampoc está tan mal.

La cosa terminó en una victoria histórica, la más importantde desde Lepanto, y nos abrió la puerta a aquel Mundial que se jugó en la Argentina de Videla, el mayor triunfo de su gobierno, dónde va a parar. España estuvo por allí haciendo el pamplinas y la gente que no lo vio recuerda el clamoroso fallo de Cardeñosa contra Brasil.

El cromo de Cardeñosa estaba cotizadísimo. Le salió a un niño que no caía simpático y aquello no le ayudó nada.

sábado, 12 de junio de 2010

Majo

A mi de Cousteau me gustaba todo, creo. Hasta me parece que le perdonaba lo de ser gabachón, porque, uno era un tierno púber, ni sabría yo de esas cosas y de Galdós y los Episodios, aunque creo recordar de que era por entonces cuando lo de los camiones y las lechugas por los suelos de Canfranc y por ahí. Que ya que estamos, apunto tema, por si alguien quiere entrar al trapo: qué bonitos los nombres de los sitios fronterizos: desde Canfranc al Checkpoint Charlie, San Juan Pied de Port, Arnegui, Arneguy o Arnegi, qué tíos, qué lío, Niágara, con Marylin en deshabillé, los muslos, las pantorrillas y el oremus que se va, a ver si no, y aquella rehabilitadora que me contaba que en Vera todas las chiquitas trabajaban en las tiendas de los suvenires donde se compraba y vendía tabaco y alcohol de contrabando, qué cosas tienen las fronteras, o sea. Y Porbou, Porbú, como decían los mexicanos aquellos que conocimos en Roma, recubierto de manzanas leridanas, naranjas valencianas, pimientos murcianos, fresas almerienses y todo así, que siempre decíamos, joer, qué mala uva, saquéalo, pero no lo estorpees, pedazo de canalla, con la de gente que pasa hambre. Lo cual: peste de gabachos. La ingenuidad, si.


Del picaporte de los franceses se podría hacer tesis doctoral sobre los Astérix, así que dejaremos toda ironía. También sobre la cosa que hace al hombre, porque yo le veo un poco cara de pez. Así que voy a la sustancia: este me parece un gran retrato, una foto muy bonita que cuenta cosas del fotografiado con apenas detalles y datos. Y a ver quién es el guapo (o no) que resiste una foto de perfil casi policial. Fantástica, ¿a que si?

Cousteau y su mundo submarino fue como Félix pero con branquias. Lo de las esponjas de mar, los corales, los colorinajos que iluminaba por primera vez con aquellos armatostes, el casco aquel intregral que llevaba una lucecita encima, las bombonas que iban metidas en una mochila estupenda y los batiscafos. Ay, los batiscafos, que es una forma aún más bella
de llamarle a los submarinos. A mi submarino me recuerda a los alemanes que hundían los cargueros de armas en el Mar del Norte y a Isaac Peral con corbata de lazo paseándose por Cartagena entre Californios y Marrajos y un abuelo de Pérez Reverte subiéndose a un tanque o repartiendo mandobles a los erizos y las erizas. Con corbatín en un buque sumergible lleno de grasa y de goteras, la elegancia ante todo, si señor.
Del Mundo Submarino recuerdo la tele de colores. Una tía muy pijotera de este NDAP fardaba de tele de colores para ver el Mundo
Submarino y tal. Bueno. Eso en los libros ya estaba, en los atlas, por decir, aunque eso no lo había descubierto. Y ahora creo que tampoco, pero en fin. La tele en color es una chorrada, por mucho que insista la Sony y todos esos. Antes, hay que aclarar porque la legión de imberbes e imberbas que por aquí pulula es copiosa, las teles no eran en colorines. Incluso aún más antes, ni siquiera había teles, dicen. Pero vaya, que era lo normal, televisiones sin colores. Y me digo yo que para qué tanto avance. ¿Para ver verde del césped del fútbol? Menuda memez, si ya sabemos que la hierba es verde. Eso es reiteración absurda. Y si no lo es, nos lo cuenta mejor Boris Vian que cualquier Trinitrón o como les llamen ahora. El cine negro en una tele en color sigue siendo negro y se sigue viendo en blanco y negro, así que para cualquier otra cosa, sobra el avance. Y Liberty Valance sigue cayendo en blanco y negro, así que mejor no lo tocamos. Y quien quiera verle el color a Centauros del desierto, que lo disfrute en el cine y verá de verdad lo que es bueno. Otra cosa, los cines, qué tíos. Con lo de buen reestreno que habría y siguen con las mismas castañas, pero ahora en tresdé. Joé.

No me resisto a pegar esta otra estampilla. Cousteau o iba vestido de buceador, en plan superhéroe en el estanque o con el jersey aquél de cuello cisne y el gorrico de lana, en mitad del Caribe, que tenía que sudar lo suyo, aunque hay algunos tirillas que viven en el frío eterno, no se. Total, que he encontrado esta, de traje y corbara, que si no la pego no me creéis. Yo le veo un aire a Totó, como diciendo yenecomprenpás, le pedás de cachoglob se ha hundit dans le mer sur le primo piano, y non posso andare piu tan debassi del aqua, así que voggi a inventare l'escafandrone, moviendo así mucho las manos. Hubiese sido una mezcla total, en blanco y negro o en colorines.

Pues eso, que Cousteau muy majo, flaco como un espárrago y con la tacha en la boca, que parecía que siempre tuvo ochenta años, estupendo. El Calypso, que a mi siempre me suena a mito y luego no hay forma de tomarse en serio a Harry Belafonte cantando jimbolí y jimbolá o como sea la tonada. Me parece que el Calypso se hundió, en plena pugna por derechos o cosas del padre, entre hijos o herederos del oceanógrafo. Bella palabra, también, que de algo tenía que servir la fortuna de los golfos de Mónaco. A Jaques se le mató un hijo que tenía pinta de jipi y que trabajaba con él, cuando volaba por España buscando localizaciones o algo. Resulta que iban en la avioneta y se les estrelló el asunto. Pero es que en lugar de dar en la piel de toro, como si dijéramos, fueron a caer a un río, el Tajo, por decir uno y allí se quedaron los pobres. Le veo al mito lo de la muerte acuática, una suerte de Ícaro en tierra extraña que busca la tumba de sus olas. Allí que se quedó al fin el Jacques júnior, son sus melenas y sus barbas jipilongas, cuarteado del sol y la añoranza del mar y de la vida, menuda jugada. Pobre hombre. El Jaques sénior siguió en el tajo, en sus perpetuos ochenta y continuó filmándonos lo de las orcas y los tiburones, que, en parte de ahí me viene el terror y la fascinación por los escualos. Qué miedo.

Haría, según parece, cien años del nacimiento del perpetuamente octogenario Jaques Cousteau, probablemente el único hombre serio que no perdía su dignidad y credibilidad vestido de neopreno, que es la única forma profesional de vestir algo parecido a los pijamas de licra de los superhéroes. Y las siestas que les ha procurado a los que les desvela el Tour, que también habñia que decirlo. Un tío majo, don Jacques.

miércoles, 9 de junio de 2010

Perder los papeles

Yo soy muy de papelitos. El personal lo sufre, pero es que uno es como es. Los papelitos son bonitos. Uno os pierde y luego los vuelve a encontrar, mayormente cuando ya son inútiles, pero uno se acuerda de cuando si le servían y está bien. Eso, para hacer la declaración de la renta es muy malo, digo, por perder y olvidarse de los plazos, así que no apunto nada, por lo que pudiera pasar, porque, además, eso no exime de nada oye.

Este no es mío, pero también me gusta. La educación de la nota, la nómina de Pablo, un tío con suerte, porque tal y como nos tienen con lo del empleo, en fin. Veo el papelajo desde la bici, paro, salto, lo recojo, lo leo y al saco, porque esto lo saco, y aquí está. ¿Firmaría la nómina Pablo? ¿Llegará a fin de mes? ¿Tuvo Joan un buen día o seguiría perdiendo papelitos? ¿Y giraría muchos recibos?
Jolín, esto parece Enredo, la gran serie, ay. A ver si la busco, oye.

viernes, 4 de junio de 2010

El tiqué


La castaña del pop art se decidió a elevar a categoría de arte la mera producción y reproducción industrial, aproximadamente. Luego llega Andy Warhol haciendo el pamplinas, Mick Jagger y la Velvet Underground, que menuda pandilla de tarados, dicho sea de paso. Si, vale, Berlín de Lou Reed, pero eso era otra cosa. Y también tiene un trago, lo que yo soy así, eclético e inasequible al desaliento, que me sigo comprando los discos de Sting y sueño con la vuelta de los Stone Roses.


Lo cual que "Flag", de Jasper Jones, se ha cotizado en una subasta por 28,6 millones de excesos. Una bandera. Una bandera pintada en una tela, o sea, una bandera, que es que es lo que es. Por cierto, leo que un autorretrato de Warhol, con lo visto que lo tenemos, por 32, 5 quilos. En fin. Leo, también que Jasper John trató de simbolizar algo así como el espíritu de la nación y escogió, como expresión simbólica la propia bandera, la más sublime, sin duda. Se propuso pintar una tela enorme y se lió a hacerla. Según parece, agarró pinturas industuiales, de casa, para entendernos, extendió el lienzo y se lió a brochazo limpio. Es decir, con materiales un tanto bastos, para interpretar, por la vía del hiperrealismo, un símbolo sagrado de lo civil, por no liarnos. Cuestión: que a los cuatro días, la pintura estaba hecha unos zorros, y tuvo que ir arreglándola como buenamente podía.

Encuentro en una güep vecina diversas fotos cosas sobre esta obra. La foto de antes es de allí. Bueno, una bandera. Eso es cosa de pops, lo de la sublimación de la lata de sopa y de la portada de Sticky Fingers o una de esas. Otra cosa es, en mi opinión Liechtenstein, pero eso en otro rato. En esa misma güep aparecen fotografías de algunos detalles de la obra tan hermosos como éste, que la relaciona más con el collage, que suele ser un horror de parvulario con aspecto de innovación -Picasso, qué trabajo, tío- donde aparece una especie de pegotón de una etiqueta, una entradita del cine, el recibo de la tintorería o la factura de los botes de pintura de su Servideo, que me parece que en Connecticut también lo tiene que haber. Al Servideo de allí no le gustarán los toros, digo yo, pero eso, con ser importante, para este asunto es bastante accesorio, ciertamente. Hablando de tiqués, otro vecino donde uno echa el rato y se ríe las tripas.
Yo me hice una camiseta con las Barras y Estrellas y a más de un cateto progre se le cruzaban los ojos cuando me la veía. Idiota. Con Levis y McBurguer o como se llame, pero idiota. Eso con todas las letras.
De todos modos, me parece un exceso pagar esa pastita por una bandera que, dándole un poco a la tecla, se puede conseguir por 5 euricos. Made in China, como los pañuelajos palestinos y, dentro de dos días, los sanfermineros. Tiembla Kukuxumusu.

martes, 1 de junio de 2010

La crisis del ladrillo

En la prensa se recoge el anuncio de la nueva gira de Roger Waters. Nuevo y Waters cada vez es más antagónico, pero en fin. Esta vez, desempolva, treinta años después, el The Wall para hacerlo girar por treinta sitios del planeta. En esta ocasión, Waters visitará por primera vez Madrid y repetirá por tercera en Barcelona. Qué tío, tres veces y ni un disco nuevo, apenas cuatro cancioncillas de medio pelo.


Y es que por resucitar, ni siquiera es la primera vez que le quita la naftalina. Waters ya montó un Wall en Berlín, al año o por ahí de la caída del muro, con estrellas invitadas como Cindy Lauper o los Scorpions. Y Van Morrison y la delgada que no es Patti Smith, pero que a mi siempre me la recuerda. Un segundico que busco y preciso el dato, en plan Frankfurter Allgemeine Zeitung. De aquello rodó un deubedé que me parece que era por lo de la retransmisión de la tele. Entre las cosas chuscas, que en un momento se escachufló el sonido y tuvieron que tirar de la grabación del ensayo del día anterior y quedó muy bien. Esos alemanes, que son la monda. La imagen de Waters con raibanes de guardia civil bajando de un helicóptero para ni cantar ni tocar el bajo probablemente fue la cumbre de aquel macroesperpento. En lo musical, la ya mencionada Lauper, disfrazada de colegiala lagartona, ay, mejoró con mucho la Another brick in the wall, 2ª parte, yan gastadita, ya. Lo mismo que la histérica de Sinnead O'Connor, vaya plasta de tía, pero qué bien canta,
que mejoró stensiblemente la cansina Mother. Dicen que tuvo un asunto con Peter Gabriel. No me extraña que se nos quedase calvorota el tío, qué agonía, jolines. También brilló Brian Adams, que hacía recordar su época de Bruce Springsteen en bueno, con la versión inédita de What shall we do now. Se trata de un alargamiento muy guitarrero y cantado a pleno pulmón de Empty spaces, eufórico, por así decirlo, que pega muy bien en ese tramo del disco, despules de dos espacios reflexivos y líricos. Para más detalles, en la sala noble. En la carperta original del disco aparecían las letras, pero la prisa al terminar de editarlo hizo que se cortara ese trozo de canción. Waters, descontento con el resultado final de The Wall, vió el cielo abierto con el proyecto de la película, en el que quería meter el supuesto tercer disco que debía haber completado los dos originales. Por eso lo de The final cut: un juego de palabras en el que se iba a incluir las canciones extras de la peli más algunas de las que luego formarían el The final cut editado en el 84. Aquello si que hubiese sido un disco colosal.
Jerry Hall, ya lo tengo. Joer, otra perla, tela marinera.
Porque para mi, The Wall es un buen disco con momentos tostones y, desgraciadamente demasiado sobrevalorado. Encima, muy castigado por los singles, agotadores. Y, en buena medida, la espoleta de la ruptura del grupo. O sea, que cariño, relativo.
Pero como menos da una piedra, pues habrá que aprovechar. Waters no se atreve a lanzarse en algo propio, en sacarnos de gira su ya vetusto Amused to death que tanto gustaba a nuestro añorado Peter, y sigue viviendo de la vieja gloria, ahora aún más cuando ya ni puede cantar el pobre. Para vender la burra sigue con la matraca de los muros mentales y se pone en plan progre de salón. Lo de Bush y Blair, pedo y pedo, Irak, caca y Afganistán, más caca. Hasta se ha descolgado que todo fue una trola, que Reagan y Thatcher no hicieron casi nada para que cayese el muro de Berlín. Bueno, es que cuando se pone político está aún peor que cuando intenta cantar Wish you were here. Topicazo tras topicazo, palestino bueno, judío chungo, hasta la chorrada final. Qué cansinos, los tontoprogres. Pero en fin, que algo ha de decir para que parezca que es algo más que una diversión para seguir haciendo dineritos, como si eso fuese algo malo: usted trabaja y yo le pago. Usted es rico y yo me divierto. Ay, la mala conciencia del rojerío multimillonario. en resumen, que la crisis creativa -y vocal- de Waters se resuelve a base de ladrillo. Y sin especulaciones. Oye, que apunten los ministerios de la cosa, a ver si espabilan.
De toda esta tontería, lo mejor que podría pasar es que Gilmour se picase y dijese, pues ahora vuelvo a retomar la vida en gira que estaba haciendo con el pobre Rick Wright, y como por España no he ido, ahora doy allí doce conciertos. Pero para mi que Gilmour o tuvo alguna mala experiencia en Ibiza y prefiere no volver, o que nos tiene entre ceja y ceja por alguna cosa de las idems. Bueno, y yo qué se. Peter decía que qué había hecho Gilmour en todo este tiempo. Y no hubo tiempo para replicarle, pero, lo mismo que a mi cada vez me gusta más el Amused to death, ahora él me dará la razón con Gilmour, el verdadero depositario de la esencia floydiana, desde Barret hasta los mejores años previos al Dark side of the Moon. Para estas diatribas, si no existiesen, tendríamos que inventarlos, a ver si no.
De todos modos, apuntamos en la agenda y por ahí nos veremos, legiones floydianas.
Ladrillos para todos. Pero no en la cabeza, ojo.