viernes, 25 de junio de 2010

El dandi (II)

El dandismo estaba en los porteros, quedamos.
Esto uno lo descubre o a través del análisis estético, que sería la parte exógena, por decirlo de algún modo, o a través de la experiencia propia, que sería, lógicamente, la endógena. Claro, esta segunda sólo es valorable si el individuo en cuestión la ha vivido siquiera colateralmente, o en derredor, que es palabro más bello. Así, al que no ha sentido, siquiera por un minuto, la pasión de la pelota, pues poco puede valorar ese asunto. Y ahora paso a explicarme.
Lo otro estaba claro, desde la gorra de Zamora a las medias de Arconada, pasando por el negro de Yaschine y hasta por la camiseta verde aquella de desharrapado del calvorota Artola. Un tío que se llama Artola ha de ser o portero desgarbado, o estudioso de la historia o compañero de pupitre. ¿Quién ha comenzado la guerra de tizas? Artola, a ver si no. Y hala, Artola de cara a la pared, que de tanto estar por ahí, o le coge afición a la antigüedad o al balompié, si es que desde allí se atisba el patio.

A mi me gustaba jugar de portero por la quietud, me parece. O sea, porque había que correr poco. Correr es una vulgaridad, esto también está claro. Un caballero no corre, si acaso, envía emisarios mientras se prepara los gintonics. Bueno, mientras se prepara para tomárselos el ratico que la fámula se toma para ir mezclándolos. Pero correr, no señor. Luego todos los niños con los pelos como pollos y con olor a zorrillo, no, no, no, jamás levantar los dos pies del suelo al mismo tiempo. Esa máxima debería llevarla grabada con letras de oro todo aquel que se precie de un cierto estilo, por cochambroso que sea.
El portero no suda, si acaso por los nervios. Y si suda porque ha de saltar demasiado, siempre puede culpar a su defensa con la frase mágica: es que me dejáis solo. El portero elegante siempre se precia de tener compañía, mayormente buena, o sea. Un buen central a tiempo es tu seguridad.
Luego está el traje. No nos engañemos: a ciertas edades, un tipo en calza corta y con una camisola a rayas de más de tres dedos de ancha o es que se viste a oscuras o es que está un poco majara. Si encima disfruta cuando otros le ven y hasta le aclaman, sin lugar a dudas está rozando los límites de la insania. Por eso, en el estrambótico caso de que a uno le de por extralimitarse en el tiempo y mantener la afición balompédica más allá de los cinco años, el único lugar donde puede justifricar su presencia es bajo los palos, porque el portero luce su propio uniforme. Lo del negro integral es, sin lugar a dudas lo mejor, pero algunas pinceladas de color -el verde suele lucir bien- pueden resultar adecuadas. Hubo una vez un tío de Venezuela o de no se dónde, que jugaba en pijama y con una melena rizadísima que le llegaba al esternón. En una señal más de la insensatez propia de ese deporte, en lugar de ser motivo de descalificación inmediata y de inhabilitacion ab aeterno, le supuso al hortera fama y fortuna, invitaciones a cervezas y salchichas y otras delicias de tan peculiar universo. Sobre la rica gastronomía futbolística también hay tema, pero eso lo dejaremos, al menos por ahora.
Conduje mi escasa afición al asunto a través de los tres palos, hasta que me atrapó la red del aburrimiento. Con el balón en los pies no me movía con excesiva facilidad. Sin embargo, mi probada puntería, sobre todo con un whisky y unos dardos de por medio, me facilitaba lo de poner el balón en buen lugar de un patadón. Luego, mi agilidad felina, unida al poco amor a la temeridad, me hacía ser relativamente seguro en el despeje por alto. Pero ya arrebatado por mi protodandismo, aún sin saberlo, quedé absolutamente descartado como portero por lo que aquellos botarates consideraban un irreparable defecto, que demuestra su escasez de miras y su poco tino en lo que a asuntos de caballeros respecta: yo no me tiraba al suelo.

Otra cosa hubiese sido de haber jugado mis partidos en la mullida Escocia o en la blandita Holanda, con pastos como cojines de plumas de oca. Pero claro, pegarse barrigazos en secarrales ibéricos, pues no, ni pensarlo. ¿Pero tío, cómo no has saltado para pararlo? me recriminaban cuando recogía el balón de las redes. Y yo, con la dignidad del derrotado injustamente -la derrota injusta es elegancia- les decía "yo no me tiro al suelo". Rodilleras, guantes, coderas, lo que hiciese falta. Pero el suelo es para las lombrices y para las baldosas. Y yo no soy ni lo uno ni lo otro. Quien se quiera arrastrar, que lo haga, pero que no levante mucho polvo, por favor.
Cuestión: que si los balones iban por alto, fenomenal, pero ay, a la que raseaban, pues adentro que se iban.

Una vez en un partido de padres, reforzaron los dos equipos poniendonos a dos hijos en sendas poterías. un balón plantado que iba a chutar un padre defensor bastante malo y con los calcetines caídos. Lo dejo colocado y me aparto para que pueda darse una buena carrerilla, de modo que me sitúo junto al palo por la parte exterior. La cuestión es que, en un arrebato de churrigueresca filigrana semibrasileña, el defensa zarrapastroso hace un amago un tanto tonto y le da un taconazo al balón a modo de pase, pero hacia atrás. Yo, que estoy mirando al horizonte, en plan Iribar, con ínfulas de mariscal de campo, que veo como, zas, la pelota rueda indolente sin que ninguno podamos hacer nada, hasta el fondo de la red. Antonio, el torpe, se enfada y me dice que cómo no la he pillado. Jo, yo estaba dejándote espacio para chutar, ¿a qué venía ese amago? A gol en propia puerta y a choteo fino. Con esas canillas y los calcetines granates bajados no se puede ir bailando con la chica de Ipanema. Amarramos como pudimos y quedamos tres a tres, pero salimos vivos Marcos, el otro porterillo y yo, porque los bestias de los jugadores metían cada zambombazo de mucho cuidado. No me tiré al suelo ni una vez.

Aquello estuvo a punto de terminar con una carrera que nunca despegó en realidad. Lo más cerca que estuve del dandismo futbolístico fue una mañana de sábado en la que me llevaron a ver un traje de portero que tenía la hija de María Vila, una señora que tenía una butic de pueblo. La madre le había puesto a la hija y al juanlanas del yerno una tienda de deportes en la misma calle. Todo costaba un Potosí, pero como ya tenía clientela, enviaba al personal a la otyra y, claro, por no hacer un feo, pues iba tirando, pero me arece que tiró poco. Yo estaba en lo de la camiseta verde y el pantalón negro, pero el juanlanas sacó una camiseta verde fosforescente, lo que ahora seía un pistacho subido, y unos pantalones rojos chillones y acolchados. A mi, eso de que fuesen acolchados me sonó a nenaza. Y lo de verde y rojo me crujía. Esto lo llevan mucho los porteros alemanes. Joer, un crac del mercadeo, el juanlanas. Me parece que tuve que probármelo, pero con el morro torcido. Como siempre he sido mayormente cabezón, se me vió que yo aquello no me lo iba a poner ni hatro de vino, así que, viendo la de duros que suponía la tontería, pues allí se quedó con algún cuento chino como excusa: a ver qué uniforme le piden, o algo.

Yo creo que ahí se quedó la cosa. Con el chavalerío, por pereza y poca habilidad, seguía de portero, a falta de alguno mejor. Eso si, siempre impecable, pero circunstancial. Y así siguió, más o menos, hasta que se me cruzó un amigo lo suficientemente desnortado para saltar como un gamo y retorcerse como una croqueta en busca del balón. En el lodazal encroquetado culminó mi gloriosa singladura como porterillo desganado. Como el croquetense era amigo, decidí reconvertirme a lo único que puede aspirar un dandi de mármol en el terreno de juego. Así comenzó mi legendaria trayectoria como central leñero.
Corta pero dolorosa, lo aviso.

8 comentarios:

Dulcinea dijo...

Pues yo creo que los chicos jugábais a fútbol para que las chicas os viéramos en calzón corto, luciendo cachas y haciendoos los chuletillas.

Yo es que soy más de la selección de waterpolo, que están más mazas.

Txispi dijo...

Dulci, el claro ejemplo lo tenemos con Casillas y su requetehermosísima novia Sara.¡¡¡La tía no se pierde ni un partido!!! (jeje)

Dulcinea dijo...

¿la Carbonero? amos anda, Chispi. Pero si toda ella es silicona y lentillas de color y de cierto mal gusto, por cierto. Son lentillas de jusqui siberiano.

Pianista, con lo de dandi ¿te refieres a cocodrilo-dandi? je, je, je, je, je...

Txispi dijo...

Jo Dulci, pues ya me dirás dónde se compra eso que ella lleva tan bien puesto.
¿No tendrás un poco de pelusilla? Jeje

¿Dandi o brandy?

María dijo...

¿dandis los porteros???... no se yo, yo diría que tu sí que eras un dandi colocado en la portería... porque para mi un dandi es más el del dibujo ese del libro que has puesto, que un casillas o Pepe Reina...

Dulcinea dijo...

¿pelusilla yo de la jusqui? Estás p'allá, Txispi...

No tiene más silicona encima porque no puede.

Nodisparenalpianista dijo...

Yo creo que era más por obligación Dulci, que es que menuda brasa con el furbo, jolines. Lo del guaterpolo es un mito, como los bomberos.

Por lo que parece tú tampoco te los pierdes, Txispi, guapa.

Juasjuas, jusqui siberiano, Dulci, muy bueno!!! Yo, más que de Cococrilo Dando ( o sea, ALcoste) soy más de Fred Perry, y viva Güimbeldón.

Me parece que se lo pagaban de complemento en la Sepsta, Txispi, porque allí, me parece que de los currículum sólo sabían mirar las fotos, en fin.

Es que el nivel, María, está como lo que yo no hacía cuando andaba en la portería, o sea, por los suelos. Todos rapados y tatuados, vaya colección de macarras marselleses. Si es que hasta Casillas parece buen nene, con la chori y todo.

Uy, Dulci, dale tiempo y un cartucho de silicona y veremos, que la piel se estira que da gusto.

Dulcinea dijo...

¿mito los bomberos? Anda, prende fuego a algo y llámales. Verás que desfile de macizorros.