jueves, 26 de agosto de 2010

Historias en las madrugadas


Oigo, de madrugada, al bueno de Efrén Cuevas hablar de su reciente libro sobre el documental, editado y presentado en el marco de Documenta Madrid, un festival sobre el asunto. Se titula "El cine doméstico y sus reciclajes contemporáneos", que al parecer es la versión cinematográfica y videográfica de aquellas exposiciones fascinantes de La Casa Encendida sobre las fotos familiares.
Por cosa de los horarios, apenas pillo los últimos diez minutillos de la entrevista. De hecho, no se quién es, pero me suena su reconocible voz. Al final, cuando despiden al invitado, se confirma que es Efrén. Un tío que se llama Efrén es inolvidable, a ver si no. Así que, hoy que me acuerdo, me pongo a buscar y localizo el podcast, que es un palabro asqueroso, feo, para decir grabación. La radio lleva matándose desde los años 30, pero ahí anda, para mayor placer de don Ángel Faus y los fanes, como si dijéramos. Lo cual que con la internet, la radio que se evaporaba, ahora se puede recuperar en cuantoa uno le da el reloj y la gana, que tampoco suele ser fácil. Ya la bomba sería recuperar a don Pollo y todo aquello, ay. Aquí, o sea.


Me acuerdo de un mercadillo en París, todo lleno de moros y de abuelas con carritos, algunos turistas y más de un listillo tratando de sacarle las cosas a los mercachifles. Uno, junto a nosotros, le trata de comprar un montón de botellas de vino, dieciséis, no se, muchas, a un precio prohibitivo, porque se trata de una cosecha estupenda d elos setenta o así. Se hace el tonto, pero se huele que le interesa y mucho. El moro le aprieta y medio quedan en precio, pero llega otro y le dice que nanay, que por ese precio, dos botellas y va que arde, que si las quiere todas ha de pagar mucho más. Se pelean y se frustra la venta. Al poco, llega otro y compra, pero ya no se por cuánto. Menudo rollo para ir al asunto. Junto a uno de esos, hay otro vendedor de esos típicos d elos rastros, que vende una muñeca a la que le falta un ojo, bobinas de hilo sucias, un juego de cama bordado que tiene un siete, máquinas de escribir con letras que fallan -como Dios manda en una máquina de escribir con solera-, cantimploras sucias y hebillas de pantalón, los aficionados del mercadillo saben de lo que estoy hablando. Veo unas cajas de diapositivas. Le echo mano.
Efectivamente, son diapositivas. Saco algunas y me pongo a ver de qué son. Fotos playeras, unas vacaciones familiares en el Benidorm de los franceses, una playa así como de costa normanda, antipática y fría, amable en su suciedad, nostalgia de los baños termales y de la arena que no se despega, dond ese oye el número 2 de beethoven y se descubre a Askenazy; Pauline en la playa conoce a Mr. Hulot, de vacaciones, y juntos cantan viejas tonadas perdidas, el deseo y la timidez, la búsqueda, la añoranza de lo que jamás será, como el árbol aquel que tenía la corteza muerta y parecía una pintura más real que las pinturas de verdad, el suelo adoquinado que brilla tan bello en las fotos oscuras, menuda historia, al final de la escapada, ya digo, como nuestros Benidorms pero seguro que mucho más gris y frío, pero que, con los años, se ha anaranjado, como si el tiempo les hubiese borrado las nubes. Eso es bonito. Los recuerdos anaranjándose. Le pido precio y me pide una burradita asumible. Pero son las fotos de otra gente. Me da un cierto pudor comprar una cosa así de íntima de una familia. Por otra parte, sería una especie de rescate de su memoria, una forma de preservar esas imágenes de la suciedad del mercadillo. No es que el mercadillo esté guarro -que un poco si-, me refiero a la suciedad de la venta de las intimidades, por blanca sque sean. Quiero decir, que las fotos comiendo paella, el 850 y todo aquello no tienen nada de vergonzoso, pero evidentemente no se hicieron para que nadie se ganase la pasta con ello o para que cualquier botarate hiciese chanza a su costa. Pudoroso, pues si. Vale.

Al final no compro, y como suele pasar en estos casos, me arrepiento mucho tiempo, hastas hoy. Muchas veces he pensado en la historia que podría haber escrito a partir de esas estampillas y aún me enrabieto más. La próxima vez, no s eme escapan.

En La Casa Encendida, la primera vez que la visitamos, hay una exposición que se llama Álbum familiar o algo así. Se trata, según leemos de que la Obra Social de CajaMadrid pidió al personal que le enviase fotografías familiares antiguas. La cosa la acotaban desde los origenes d ela fotografía hasta los setenta, o por ahí, me parece recordar. Los contribuyentes explicaban lo que era cada imagen. Este es mi tatarabuelo Matías el día de su primera comuniÓn, o mi tío Manolo haciendo la mili de requeté, las Cruces de Mayo en Granada y los barrios que iban creciendo por Madrid. Las salas de exposición recreaban una casa, de manera que uno iba por los dormitorios, los salones, el comedor y todas las dependencias, viendo las estampas colgadas, en camafeos, marquitos, cada una en un sitio adecuado. Aquello nos encantó a la MamádelPianista y a mi, que íbamos comentándolas y acordándonos de nuestro propio album, fíjate, esa se parece a la de fulanito de tal en la boda de nosequién, y así. Al salir preguntamos a ver si había catálogo d ela cosa, pero nos explicaron que no estaba a la venta, que se habçia hecho, si, pero sólo para las familias que habían aportado sus imágenes, no para el público en general, al pareer, pos cosas de las privacidades o así. Una verdadera lástima, porque en cierta manera, auqellas memorias personales tenían un componente colectivo que lo hacía verdaderamente interesante, la cosa sociológica y tal. En cierta manera, es lo que comenta Efrén en su entrevista, lo de que la película familiar no se termina verdaderamente hasta que se comparte en la proyección, se comenta, se ríe, se lo pasa de fábula el personal viéndola. Cine en positivo, puesto que son temas agradables, bodas, bautizos, veraneos, excursiones, comuniones, cumpleaños, festejos varios, cargados de alegría e ilusión y minados de futura nostalgia. Muy bien. Recomiendo la escucha y los álbumes.
Saludos, Efrén.


3 comentarios:

Nodisparenalpianista dijo...

He corregido alguna errata, María, pero ya sabes cómo soy: es mi garantía de autenticidad.

Dulcinea dijo...

Compartimos mucho más de lo que nos creemos. Es curioso la de juegos, juguetes, programas de la tele, costumbres familiares y sociales y demás hábitos que hemos vivido juntos sin saberlo.

Qué pena tener que desprenderse de las fotos familiares por un achuchón económico. Pobres gabachuás.

Dulcinea dijo...

¿Te has planteado darle a la tecla sin tus guantes de dandy, Pianista?
je, je, je,