sábado, 26 de febrero de 2011

El ser y el tiempo

Claro, estro sería cosa de Heidegger, que uno le dice a las cosas Sein und Zeit y parece otra cosa. Pero me iba yo a referir a que se pasa el día volando y sigo sin hacerle la crónica al concierto del Capullo de Jerez, que aún sigo en estado de choque, al libro del amigo Macías, que al final he tenido que comprar en mi poco estimada Central, que viene contratapeado (no sabría yo cómo llamarle a esa figura) por Vico, ex Salido, siempre Juan, a ver si le llamo. Semper fidelis, que es latinajo para los Marines, que son como los legionarios pero sin cabra ni tatuajes ni bigote. El credo legionario es cosa seria, pero los tontos se quedan con los pelos en el pecho. Y las legionarias, uf.


A lo que íbamos, que no vamos, pero bueno, podríamos llamarle a esta figura resumen anticipado o la lista de la compra, lo que debería ser y será, o no, que luego no hay yogures y hay que comprar flanes, lo cual que buscando los últimos polvorones de una Navidad alejanándose se aparecieron unas minipanteras rosas de otra marca, pero tan ricas o más que aquellas ahora que el pobre Blake Edwards se nos fue a tocar el arpa, que yo no se cómo agantó tanto a la pesada de Julie Andrews.
Hay que volver a ver El guateque. Y El apartamento, aunque no sea suya.
Bueno.

lunes, 21 de febrero de 2011

El valor tembloroso

Hace unos días, unas chicas en el trabajo se mosqueaban bastante a pronósito del rollo que contaba una. Resulta que había ido al médico y me parece que le había recordado que qué, que si le mandaba a lo de la mamografía o qué. No, nena, que ahora no hace falta, que como estás estupenda, total, para qué, que a las hermosas y lozanas os mandamos ahora cada tres años en lugar de cada dos. Oye, jo, pero no estuvísteis dándonos la barrila con lo de que deberían ser anuales pero que bueno, dos años y va que arde. Pues no, nena, ahora en el CAP las damos cada tres años, así que a más ver. Pero oye...
Y claro, salió la cosa torrencial, si es que se te quita
n de encima que da gusto, que luego vas y si no estás malo, te terminas de poner, que si te atienden tarde y mal y que si todo termina siendo o estrés o un virus, que vale tanto para la gripe A como para la cagalera, con perdón.
Les faltó a estas mozas dar el siguiente paso: buscar debajo de las batas blancas a los responsables de los desaguisados de la cosa sanitaria pública. Y es que otras cosas pueden faltar, pero anestesia hay a toneladas.


Luego salen que es cosa del gasto. Porque claro, yo veo a un supuesto cotizante, que trabaja en negro, y a toda su parentela que tira de lo que el otro no cotiza, y veo, a la vez, cómo se escatima en medicamentos y en tratamientos. Y si eres abuelo, no te envían ambulancias medicalizadas, te envían a dos tíos con rastas que, en ocasiones ni te entienden cuando les hablas.
Espero que alguien haya pillado en las valientes y temblorosas -por eso más valientes aún- palabras de Esperanza Aguirre dónde está el sentido y cómo hay que ser eficaz si que quiere ganar al malo, sea cual sea la batalla que te presente el muy cabr...
Asíes que Esperanza, guapa, métele una buena y crújele como se merece. Y de camino, luego le explicas al golfante de la cosa autonómica secesionista de por aquí cómo es mejor gastar los duros, si en teles a fondo perdido para subvencionar al Barcelona o en garantizar una salud lo más digna posible.

viernes, 18 de febrero de 2011

El anuncio del Carrefur

Leo que hay un equipo de ciclistas diabéticos, y en él corre un español, cosa de la que se alegra mucho uno, aunque esté por las antípodas, el hombre. Realmente no son diabéticos, pero el equipo pretende promover el conocimiento de ese padecer para que la gente se habitúe al tema y vea que uno puede llevar una vida normal sin tener que hacer cosas de marcianos, más que los análisis del nivel de azúcar y los abundantes pinchitos de insulina.

Aquí está Javier Megias, ciclista y diabético, con un par, pero que si va al carrefur, mejor no compre comida preparada porque toda lleva azúcara modo de conservante. Y al que le suba, que se jorobe, olé, tururú. He cogido la foto de aquí, quee s un sitio que mola..

Pero aún hay gente que le mira a uno raro cuando empieza con los artilugios que se requieren para un buen control del nivel de la glucosa.
Hoy veo en la tele un anuncio la mar de pijotero sobre una que hace una tarta sin gluten para los de su trabajo. Y la muy guay la hace sinngluten sin siquiera ser celíaca, la hace así porque le sale del horno. Y el Carrefur, que es el que paga la tela, se cuelga la medalla de superchachimegaguai porque tiene una línea de alimentos sin gluten para celíacos, lo que, por otra parte, me parece fenomenal. Ojo, mis respetos y compasión para los pobres celíacos, que las han de pasar de quilo. Pero yo me pregunto, para cuándo, caraduras del Carrefur y similares, una línea de productos sin azucar, para diabéticos. No rollos de zeros y santiveris, que suelen estar plagados de trolas. Mira, turrón sin azúcar. Ya, con sacarosa, miel y de todo. Pero sin azúcar. Y aún hay incautos que pican. Y luego se les peta el medidor de la sangre, a ver.
ârece mentira, pero hay enfermedades que molan o otras que no. El gluten y la diabetes, por ejemplo. Si somos más idiotas, nos cambian por un botijo. Roto.
Al menos nos quedará el equipod e las bicis, ay
.

miércoles, 9 de febrero de 2011

El camión de la gaseosa

He visto una estampa de un señor que anda coleccionado camiones. Bueno, cada cuál a su aire e incluso a su humo, que si es del bueno, mejor, pero que si no él sabrá. Según parece ese buen hombre tiene dos camiones Ebro de los años sesenta y poco y sesentaypico, que yo no se ni, la verdad, me importa demasiado. Pero al ver uno de ellos, el antiguo, me figuro, me he acordado del camión de las gaseosas.

A mi la gaseosa me encanta. Y la Hermanadelpianista me vacila porque dice que digo ga-se-o-sa, en lugar de ga-seó-sa. Pues claro, lo normal. Qué es eso de pegar el seó, que no, que no, en fin, cosas nuestras.
Lo cual que en su día y anda que no ha llovido, que el camión ese aún sería medio moderno y todo, venían por el barrio a repartir las gaseosas unos con un camión. Eran de la marca Géiser, porque en esto, queridos, también hay un cierto sibaritismo. No me duelen prendas reconocer, aquí y donde haga falta que soy un dandi de la gaseosa, y ya está. Dicen mucho del vino pero es una castaña para nuevos ricos y nuevos pobres, esnobs de mal vivir y alguna que otra gente poco recomendable. Algún provocador me dirá que sólo que es agua de limonada con burbujas. Ciertamente. Pero, qué agua. Cuánto limón. Azúcar, sacarina, volumen y eclosión de la burbuja, densidad de la espuma, brillo al reventar, aroma, frescura en frío y a temperatura ambiente. El tacto del carbono en la lengua, digamos. No seamos catetos, que no todo en la vida es Casera de la de ahora alemanizada, pero sin alma. Si Umbral hizo su diario con guantes, acepto mi título, el dandi con gaseosa, vaya que si.

La Géiser tenía un punto dulce bastante suave y un sabor de limón intenso, tal vez demasiada burbuja -porque en realidad lo que a mi me gusta es la gaseosa desgasada, llamadme raro, lo acepto. La hermenéutica de la burbuja no está al alcance de todos, mis queridos pequeñuelos.

Eran dos los repartidores. Compartían el camión y subían y bajaban cajas de dos en dos, diez botellas de cristal de tapón de esos blancos con alambre, que iban que se las pelaban. Eran compañeros de trabajo y amiguetes. Creo que también dejaban botellas de sifón, pero de eso no estoy seguro, que el sifón es de cuando el alcohol, llamémosle vermú, para entendernos y eso era de cuando crío, o sea. Igual el sifón lo repartía el de los huevos. Había uno que repartía huevos y mantequilla o algo, y garrafas de vino. Que viene el de los huevos, que también suena como un poco así, a ver si no. Oiga, el pan y si tiene huevos dos docenas. Y el tío con veinticuatro barras. Es viejo y bueno, como Velázquez, un suponer.

Las botellas eran así, de cristal y tapón blanco, arandela de goma rosácea, el cierre de alambre grueso y cuando venían llenas, con una bolsita de plástico que hacía de precinto. Según pasaba la semana, glugluglú, nos las bebíamos y el martes creo que era, o el miércoles, no se, las sacábamos al rellano para que los chicos las viesen, llamasen al timbre y nos las repusiesen. Cuando se rompía un caso era un poco dramático, porque perdías un litro de relleno y había que encargar, oye, ponme una más y cóbrame el casco. Los días que se liaba con los del butano, aquello era un no parar, Y el de los huevos tocando los timbres, Un malasombra me parece que era, lo normal tanto tocarse la mercancía, que se le espachurrase. Y estas cosas siempre las termina pagando el cliente.
Una semana no vinieron. Cuando eso pasaba había que beber agua y eso, puajpuaj, nunca me ha gustado. Lo dicho, diario con guantes, dandi con burbujas. A la semana siguienre vino de los dos, el que tenía más cara de bruto, como de boxeador de los que terminan de sparring y guardaespaldas que luego noquea Humprey Bogart con un dedo y Lauren Bacall con una caída de onda, anda. Estaba desencajado y habló con mi madre, la MamádelPianista, o sea. Que también terminó desencajada. Iban de fin de semana o algo las dos parejas, los dos repartidores con sus respectivas santas y el crío del otro, poco más que un bebé. Se metieron una castaña tan colosal que se mataron los dos, el amigo y su mujer, y zas, el pobre chavalico, de una tacada conocería el infierno en la tierra. Y sin el cariño de sus papás.
El otro, el boxeador, que era el mejor amigo del finado, ya digo, se hizo cargo del hijo de su amigo y lo metió en su vida como a sus propios hijos. Y así pasaron la cosa. El repartidor siguió repartiendo gaseosas Géiser y también naranjadas y un sucedáneo de la cocacola que a mi me gustaba más que la original, pro esa manía de meterle el dedo en el ojo al poderoso que tengo, y nunca volvió a tener copiloto en el camión. Se pegaba una buena panzada de llevar cajas y cajas de botellas y cada vez estaba más fuerte, pero poco a poco lo del reparto fue flojeando porque los supermercados iban plantando cara en la dura batalla del reparto. El de los huevos cada día los tenía más agriso, porque se le ponían malos del bajón de ventas y el butano pues ya se ve cómo anda. Total que al final toda la escalera fue dejando de comprar y cada vez salía más caro el reparto. Mi madre le preguntaba a veces que qué tal y bien, el chavalito cada vez más chavalote crecía, lo normal y bien. Bueno.
Al final dejó de venir, pero aún se le veía por alguna otra casa del barrio, en la puerta el Ebro viejales, inasequible al desaliento, cada vez más desvencijado, más golpes y peor chapa. Géiser redisñó las botellas y las empeoró. Las encareció y yo diría que le echó el cierre, aunque alguna vez he visto la etiqueta por ahí. Sigue siendo muy buena. Es complicado explicar por qué le gusta a uno lo que le gusta, pero esa es la cosa. Me gusta la gaseosa. Y hoy me he acordado, así que lo cuento. Y ya está, fin.

viernes, 4 de febrero de 2011

El falso simpático

Quique González, un cantante al que me estoy aficionando moderadamente -no en vano me gusta el disco que más raro le ha salido, por lo que dice el personal- contesta a una entrevista de El Periódico de Cataluña, a propósito de su actuación en un ciclo de música. Se trata de un festival titulado BarnaSants, donde suelen invitar a los llamados cantautores y que como su propio nombre indica, se celebra en el barrio de Sants. González actúa en el Palacio de la Música que está en el barrio de la Ciudad Vieja. Cosas de la esquizofrenia barcelonesa.
Como lo importante de artista es agradar a su público, al musical y al lector de El Periódico, aprovecha que el Pisuerga pasa por Minessota, patria chica de los Zimmerman de toda la vida, dice González:


-«Dylan, candidato al Nobel de literatura». ¿Le chirría? -Hombre, si le he perdonado que tocara delante del Papa, pues que opte al Nobel me parece muy bien. Soy megafan, y cualquier cosa buena que le pase a Bob no la voy a discutir.

Albricias, que ya puede dormir tranquilo Dylan, porque González ya le ha perdonado. Lo que yo decía, el simpático imbécil. Ahora ya le pueden dar el Nobel, jolines.

miércoles, 2 de febrero de 2011

El falso simpático



Ya se lió.
Si es que lo sabía, a la que cuestionas esas verdades inveteradas, tienes el jaleo garantizado. Mi defensa del soso enero frente al chispeante febrero no ha caído en saco roto. Porque esa es la cuestión, no nos engañemos: desenmascarar
al falso simpático. Todo el que ha deambulado más de veinte minutos por esos mundos de Dios conoce la existencia de simpáticos, verdaderos y falsos. De los verdaderos, poco más que decir, así que pasaremos fugazmente sobre ellos. Bien, simpáticos, pues vale.

Los falsos. Los falsos, en general, gustan poco, salvo los sellos y los billetes como rareza para los coleccionistas, otra gente rara, pero dejémonos de más jaranas. Los simpáticos falsos son esos que te sonríen siempre y te hacen chistes para darte mejor la morcilla que los anipáticos te endosan sin venir a cuento. Oye, más profesionales. Todos conocemos simpáticos falsos, quiosqueros, camareras, vecinos, qué se yo. Y
meses.


Febrero va de fíjate qué chiquitín doy, que hasta me faltan días, pero, ñaca, quién este libre de gripe feril en febrero que escupa el primer termómetro. Vale, jolín es cosa del frío. Ya, joer, pero enero qué, el mismo frío o más y no es tan puñetero. O los marzos aquellos, resabiados y semiprimaverales. Y los abriles lluvias miles. O un junio en Pamplona, que me acuerdo yo de ir con abrigo.
Y encima es corto pero no tanto. Que lo único que se les comenta a los febreros es la tontería del 29. ¿Cuándo celebra el cumpleaños los que nacen el 29? Pues como los de Bilbao, cuando les da la gana. Y, encima, casi nadie se ha percatado de que los 29 de febrero suelen ser lunes de mucho sueño y mucho frío, de apagarse el calentador en la ducha, de no haber café recién hecho, de dolor de garganta -si te libraste de la gripe, la faringitis acecha, cobarde- y de que por corto que esea, cuesta igual llegar a din de mes, como si fuese la curva veintiuna de los Lagos o del Turmalet, que ya no me acuerdo.
Luego está la inusticia del pobre lunes, que como a casi todos les cae mal, yo le tengo cariño. Porque el que es un malaje es el domingo por la tarde.

martes, 1 de febrero de 2011

El corto


Enero es el mes más corto de año, y de ese burro no me apea nadie. A ver, echad la vista atrás y, ¿a que se ha pasado volando?
Pues así es, si.

La buena noticia del día es que el navarro Unzúe se mantiene en la élite con un equipo ciclista que hereda la tradición que viene desde el Reynolds, el papel de aluminio que se hacía en Irurzun, me parece, y que tantas tardes de gloria, siesta y carajillo nos ha regalado al pie del col de la turandot y por ahí.

Volando voy, volando vengo, venga. Bienvenidos a febrero, o sea.
Y mañana más.