sábado, 13 de agosto de 2011

El apretón

Vaya, qué cosas, se me ocurre lo del apretón, no se muy bien por qué y empiezo a darle vueltas al tema. A la palabra, o sea, no a la sustancia. Y empiezo.

Por enfangarnos y pasar página pronto, vamos al asunto. Como ya he comentado otras veces, hay palabras raras y bonitas que llaman a otras palabras raras y bonitas. Qué decir de los rodamientos y el pedalier que tantas tardes de angustia me han procurado a lomos de la bici camino del mecánico Georgie Dann, por ejemplo.
El apretón se acerca peligrosamente al retrete, qué bonito, que a uno se le llena la boca cuando le pregunta al camarero elegantemente malhumorado, disculpe por favor, ¿el retrete? y le mandan a las catacumbas de la taberna. Luego una bricopija le llama excusado y uno agradece que la cursilería exista, porque es muy entretenida.
La sabiduría del lenguaje, o sea, que la proximidad entre lo uno y lo otro, es benéfica.


Está el apretón de manos, que da mucho juego. En primer lugar hay que advertir que tiene peligro lo del apretón de manos cuando el otro apretante vuelve del retrete. Esta cochinada -que lo es, lo admito- la he visto yo más de una vez. Los que se secan mal las manos y te palmean la espalda, dentro de lo que cabe ánimo, podría ser peor, o las gorrinotas que salen raudas del asunto, como centellas sin haber abierto siquiera el grifo. Niña, que las manos van al pan, joer. Bueno, en fin, no sigo, que ufs, vaya.
El apretón de manos.

A mi me suena que hubo, hace un tiempo, un centella que dijo que había que dar la mano con fuerza para no parecer pusilánime, que eso de coger una mano y que parezca un hígado a punto de echar en la sartén con cebolla da repelús. Y entonces
a la tropa le dio por estrujar las manos hasta que se escuchase el ruidillo de la carnicera cuando te corta los muslos para hacerlos al ajillo. Los del pollo, digo. Así que más de un cromañón -y cromañona- confundió fuerza con firmeza y al darte la mano intenta rompértela para demostrar la fuerza de carácter. Lo cual que lo mejor es, simplemente resistir la embestida y alargarla. Y si tienes confianza decirle oye, te va a dar un calambre de la fuerza que intentas hacer, criatura. Al minuto se desploman y se hunden en la miseria, con lo que uno confirma que está ante un pringado de manual que encima disimula de pena. Un querido profe tenía la costumbre de dar unos abrazos del oso tremendos y de estrujarte las manos después. El tío tenía fuerza, pero a cabezón pocos me ganan, así que yo le aguantaba el envite y mientras notaba los sudores fríos por la espalda le decía Paco, cuando quieras, puedes empezar a apretarme la mano. Una vez me preguntó si no me dolía. Bastante, si, pero hay que aguantar.
Luego está la paz en la misa. Menudas ganas de jarana que tiene el personal. Lo de los niños vale, que recorren tres bancos, pero es que se lían unos pollos de mucho cuidado. Me parece que contaba Ussia o uno de estos (o sería su alter ego Mingote), que una señora de postín decía que no entendía por qué tenía que andar dándole la mano a desconocidos que nadie le había presentado, y algo de eso hay, pero en fin. Hay una abuela filipina que cuando la paz, se da la vuelta y echa besos al resto de los parroquianos a los que no puede dar la mano, pachanguero pero muy cariñoso.
El apretón está un tanto desprestigiado. El primero por pudor, como si a nadie le hubiese asaltado una mayonesa verde y con pelos. El otro porque certifica sn palabras las cosas del honor, el compromiso y la palabra. Lo del apretón para cerrar negocios, lo de la famosa palabra dada por los navarros, que era más, mucho más que la ley, claro, ya no se lo cree nadie. ahora, mejor, le das la mano al jeta y le endiñas la toledana en el intercostillar, que aquí el que no corre vuela. Así, los tontos del patinete y de la gorra, en tonta imitación de los macarras de la MTV que a su vez imitan a los chorizos de South Central LA, se dan codazos, levantan los pulgares, se chocan los antebrazos y hacen otras cosas raras para saludarse. El otro día vi unos monos en el zoo y mejor no sigo por ahí, que yo no se para qué siguen pegándose la panzada de trabajar en Atapuerca teniendo tanto parque botellonero a mano, en fin. Veo pro ahí que los Boyescaus se dan la mano izquierda, qué cosas. Lo justifican en una serie de milongas raras que no se yo, pero en fin, De unos tíos que persisten hasta los cincuenta en esos fulares tan feos, en lucir las canillas peludonas y retorcidas, en ir de criajos y en saludar en plan masónico con los tres dedicos juntos, pues no se yo. Y encima todo el día en el monte sin retretes ni sitio donde lavarse las manos.
El apretón tiene sus alrededores, como lo de apretarse el cinturón o lo de ir más apretado que los tornillos de un submarino, que siempre me ha parecido algo muy ingenioso, pero que como toca más al tema de la bricomanería, casi me lo reservo y lo dejo para otro día.
Y con esto vamos cerrando, que no quiero quedar largo.
Saludos a todos, sin estrujar nada, mejor haciendo así con la manita en plan hola, hola. Adiós.

4 comentarios:

Dulcinea dijo...

Y luego hay otra variante. Qué tú saludes dando la mano y el otro, como eres una chica, se tome la libertad de plantarte dos besos en las mejillas. ¿por qué no hace lo mismo si el desconocido es chico, digo yo?

A ver, pollo, ¿usted de qué me conoce para darme dos besos? Si yo le doy la mano, usted corresponda y no suponga nada. Evidentemente, esto es lo que pienso, pero no lo que digo o hago.

Cuando un guay me planta dos besos mientras yo le extiendo la mano suelo hablarle de usted. No falla.

Nodisparenalpianista dijo...

Uy, lo de los dos besos también tiene su entrada, Dulci, si!!!!

Atiza dijo...

Yo siempre digo que se da la Paz pero no la lata...Y los besos nada más que a mis abuelos, que desde hace unos años, los reciben desde la vida eterna, que no está nada mal, por otro lado.

Nodisparenalpianista dijo...

En tiempos de cuando Emilio Aragón hacía el vip noche, en la parroquia de al lado de casa en Pamplona, se liaba tal pollo con la paz, que Fernando cantaba por lo bajini, tres en raya, tres en raya, bocadillo de caballa, nos reíamos como podíamos y seguíamos siendo los más discretos. Santa paciencia el cura, Atiza. Estaba a reventar de juventud.
Un besazo para tus abuelos, con permiso y con respeto, jolines!!!!