martes, 7 de febrero de 2012

El extintor

Una tarde fuimos Regi (Regi, si, Regi) y Pablo a la Fundación Tàpies.
Resultaba que estaban de vacaciones en Barcelona, cobijados en alguna casa del monte, sus cosas, tal, una cuadrilla de gente por allí, y me llaman, oye Ndap, que estamos cerca, que pasamos y tal. Vale.

Glu, glu, jajaja, unas cervezas en el adusto verano barcelonés tres marujeos sobre los compañeros y no pocas risas, una especie de fesbuc pero en bien, con amigos hablas de amigos que no has visto hace tiempo, total, que todo está inventado para que se haga de oro un tío en camiseta. Digo yo, cambiando de tema, que por qué los multimillonarios de internet van disfrazados de jovencitos que nadie se cree. Cuanto más les veo, menos me fío, pero en fin.

Vale, estamos de cháchara, damos tres paseos, les enseño curiosidades y terminamos cerca de la Fundación Tàpies. Hace años, les cuento, en las cartas al director de La Vanguardia, que es lo más cateto que uno puede echarse a la cara, se formó una buena porque a alguien le dio por escribir que había un pájaro gigante que sobrevolaba de noche la ciudad. Si, en plan Batman en loquileto. Meses estuvieron cruzándose cartas a propósito del asunto, yo lo he visto en la Barceloneta, pues yo en Tres Torres, es un helicóptero, es mi vecino el jipi bullanguero, y así. Cuando cogieron la antigua editorial Muntaner y Simón la reapañaron y la transformaron en Fundación, Tàpies montó una cosa en el tejado que algún vacilón tituló como el nido del misterioso pajarraco.

Como habíamos tenido una profesora de Arte muy tapisiana, por así decirlo, se nos ocurrió ir allí a sufrir un rato. A mi Tàpies me gusta con muchas reservas, le reconozco hrandes hallazgos, sobre todo en cómo usa las texturas y las transforma. Como saca sensaciones del vertedero, Lo que pasa es que a veces, la sensación que sale de un vertedero no es demasiado agradable, pero hete ahí el riesgo.
Lo cual que llegamos, vimos y vencimos. Pasábamos por la salas uf, juar, joer, buf, tela, yepa, así todo el rato. Y de pronto, Pablo, que se nos dispersa. El tío que se va disparado a un rincón y se pone firmes. Se empieza a tocar la barbilla y a decir, "qué impacto, qué impacto". Esto pasa mucho: que los japoneses, cuando uno se para, le rodean y hasta le hacen fotos. Y en medio minuto, los japoneses mirando a Pablo, "qué impacto, qué impacto", que contemplaba absorto un extintor colgado, todo hay que decirlo, muy a trasmano, que aquello llega a arder y a ver quién es el guapo, japonés o no, que lo encuentra.
Pablo, anda, vámonos, que aún los van a sacar de aquí a gorrazos. Es que me ha impactado, decía el tío.

3 comentarios:

Altea dijo...

Yo hoy he descubierto lo cafre que puedo llegar a ser. Al ver la noticia en el periódico he pensado: "no se ha perdido mucho".
¡Viva Pablo! ¡Mucho más genial que Tapies!

Dulcinea dijo...

Pablo en su línea destroyer, pero dando en el clavo.

Yo no he estado en la Tàpies, pero me gustan sus cuadros con "grumos" de pintura. Los que sólo tienen color, no formas ni basura pegada encima.

Pero qué bestia eres, Altea.

Nodisparenalpianista dijo...

Jo, Altea, un poco cafre si que eres. Oye, ¿no seras amiga de Pablo?

Los grumos son chulos, Dulci, pero el extintor era muy bonito, la verdad.