Una vez, haciendo una prueba para ver si entraba en un seminario de
radio, tuve que entrevistar a Montserrat Caballé. Una Montserrat
Caballé de pega, claro, porque la interpretaba una profesora adjunta
delgada y malcarada tras su falsa sonrisa. En la prueba tocaba leer
una noticia que uno tenía que haber redactado por sorpresa medio
minuto antes, dar paso a alguien e improvisar una entrevista, con
entradilla y todo. Lo cual que fui superando obstáculos hasta que me
tocó la interviú, que decían los antiguos.
Bueno, pues soy... redoble de tambor... Montserrat Caballé. Como andábamos por entonces en lo de la cosa olímpica, no se qué cosas le comenté de las estrellas pop y las divas operísticas y salvé el asunto con una serie de lugares comúnmente elegantes, con perdón. Abrillanto una pregunta diciendo que una estrella de su talla, que ha pisado los mejores escenarios del universo del bel canto tralarí y tralará. Pero me interrumpe. La falsa Caballé, perfectamente embutida en su papel de antipática diva me interrumpe: oiga, ¿está usted llamándole gorda con eso que dice de la talla?. Y me sonríe la falsa y malcarada profesora. Y yo, que no me corto ni un pelo. Nada más lejos de mi intención. Su talla es enorme, porque su voz y su arte no cabe en los escenarios. Con mis palabras, y disculpe si no me ha entendido se quedan pequeñas para colocarla a usted en el sitio que se merece, el olimpo de la ópera, donde se ha de codear, sin lugar a dudas, con los grandes de hoy, Kraus, Pavarotti y los de siempre, con el Gran Caruso y la más fina, que tanto años después sigue valiendo tanto por lo que canta como por lo que Callas.
Le respondí algo de ese estilo, no me acuerdo del todo, pero lo hice con rabia, con recíproca antipatía. porque Montserrat Caballé no me caía bien, la profesora flaca y antipática aún menos y ni la una ni la otra se iban a interponer en mi plan. Con ese tamaño la una y esa mala gaita la otra, o sea.
Me admitieron. La profesora me dijo que quería ver mi capacidad de improvisación y me elogió la rápida cintura, blablabla. A mi me olió a cuerno quemado, pero, la verdad es que desde entonces fue antipáticamente amable.
Ahora, la Caballé me cae muy bien.
Bueno, pues soy... redoble de tambor... Montserrat Caballé. Como andábamos por entonces en lo de la cosa olímpica, no se qué cosas le comenté de las estrellas pop y las divas operísticas y salvé el asunto con una serie de lugares comúnmente elegantes, con perdón. Abrillanto una pregunta diciendo que una estrella de su talla, que ha pisado los mejores escenarios del universo del bel canto tralarí y tralará. Pero me interrumpe. La falsa Caballé, perfectamente embutida en su papel de antipática diva me interrumpe: oiga, ¿está usted llamándole gorda con eso que dice de la talla?. Y me sonríe la falsa y malcarada profesora. Y yo, que no me corto ni un pelo. Nada más lejos de mi intención. Su talla es enorme, porque su voz y su arte no cabe en los escenarios. Con mis palabras, y disculpe si no me ha entendido se quedan pequeñas para colocarla a usted en el sitio que se merece, el olimpo de la ópera, donde se ha de codear, sin lugar a dudas, con los grandes de hoy, Kraus, Pavarotti y los de siempre, con el Gran Caruso y la más fina, que tanto años después sigue valiendo tanto por lo que canta como por lo que Callas.
Le respondí algo de ese estilo, no me acuerdo del todo, pero lo hice con rabia, con recíproca antipatía. porque Montserrat Caballé no me caía bien, la profesora flaca y antipática aún menos y ni la una ni la otra se iban a interponer en mi plan. Con ese tamaño la una y esa mala gaita la otra, o sea.
Me admitieron. La profesora me dijo que quería ver mi capacidad de improvisación y me elogió la rápida cintura, blablabla. A mi me olió a cuerno quemado, pero, la verdad es que desde entonces fue antipáticamente amable.
Ahora, la Caballé me cae muy bien.