viernes, 29 de diciembre de 2006

Haciendo el tonto estamos bien


Porque hay gente que parece que lo disfruta, en todo momento y en toda ocasión. Y no miro a ningún ministro, que luego te dejan sin hamburguesas, te dejan sin repatriar si palmas en misión de paz, mucha paz, o te suben la luz un 18% en dos tramitos porque ya está bien de calefacciones y de pijadas, hombre.
La cuestión. Los que hacen el tonto, no por vocación o por necedad sino por oficio. Pero por ocio en plan mal, vaya. Una cosa es Arévalo, los gangosos y tal y otra los memos que han de promocionar sus cosicas haciendo el idiota. El número uno, Rey de la Comedia según Scorsese, ha sido el inconmensurable Jerry Lewis. Ahí está el Ceniciento, Lelo, Profe chiflado y todo aquello. Pero claro, luego se casa con una chinchingoma y sigue con la lengua fuera cuando va a Venecia, que no se sabe si es por los canales, por el de la siliconada o qué. Y así sigue, a su edad , perdiendo el poco respeto que le quedaba a cada minuto que pasa, pobrete. Desde entonces, cuesta abajo y sin frenos.
Me vino el tema a propósito de Terry Gillian haciendo una sesión de muecas para vender no se qué cosa en el Festivalillo ese de Sitges, que se catetizó en cuanto dejó de ser Fantástico. Algún ministrillo le habrá mirado con el ojo tuerto. Pues ya ven, en lugar de explicarnos lo de su peli sabiendo distinguir el noble oficio de comediante y de gracioso del trabajo de un profesional sensato, se dedicó a ofrecernos el lado más grotesco de la mueca y la carantoña que termina por darle argumento a los del Proyecto Simio; que es que llevamos una temporadita.
De la camisa, y por no ser reiterativos, hablaremos otro día.

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