lunes, 8 de abril de 2013

La Thatcher

Vaya, vaya, vaya.
Esto si que no me lo figuraba yo.


Hace tiempo que se supo que no andaba fina, sobre todo desde que en una especie de homenaje del partido, mientras pronunciaba un discurso, en lugar de darle un castañazo a algún muñecafloja, perdió el hilo y el personal se llevó un susto de aúpa. A ver quien le dice a doña Margaret que anda pachucha.
Según parece no fue cosa de la edad, ni de los ajetreos de la primera línea de combate, ni nada que ver con la botella, por mucho que los sinvergüenzas habituales de la peli esa de Jolibu lo insinuasen con esa obamaníaca mala una que les alumbra. Meryl, chata, que te vemos la patita. Lo que la dejó a la pobre trastocada fue que falleciese Denis, su esposo. Denis y ella eran un poco Roper, pero a ver qué inglés no lo es.

La cosa es que gracias a la Thatcher hoy no hay Muro de Berlín, por mucho que los del 15M se empeñen en volverlo a poner en pie. La Thatcher, Reagan y (casi San) Juan Pablo II. Pero también Walesa, y Gorbachov, y si me apuras, hasta el bestia de Jaruzelski, que en lugar de hacer lo que le brotaba, esto es, sacar las tanquetas y pulirse medio Gdansk cuando vio que Gorby tiraba la toalla.

Pero a mi me alucinan dos cosas que hizo la Thatcher. Cuestionables, recriminables, no digo yo que no. Pero tela.

Estaba Bobby Sands y sus secuaces en mitad de la huelga de hambre, exigiendo un trato especial en la cárcel, porque él era miembro electo de la Cámara de los Comunes y consideraba a los asesinos del Ira presos especiales. Los del Ira fueron unos bestias, pero hay que reconocerles arrestos: cuando djaron de comer, lo dejaron, no como De Juana, cada día más gordo, y el del cáncer terminal, que terminal, no terlmina, oye. Joé la energía que da la chapela a rosca. En fin.
Un día le dicen a la Thatcher que menudo pollo lo le dos presos, que qué hacemos ayay, los conservadores de pitiminí, que son como los de aquí, pero en plan Doña Croqueta. La Thather que se queda mirando al titafloja y le pregunta: esos presos, ¿tienen comida? Er... si, Primera Ministra. Pues ya está, si quieren, que coman, y si no, pues no.
Lo terrible fue que Bobby Sands palmó y los suyos le reconocieron como heroico su sacrificio. Pero a partir de entonces, el frente de presos del Ira tuvo que replantearse la contundencia de sus acciones.

La otra fue cuando unos agentes del M16 cruzaron media España en bicicleta o en algo para disimular persiguiendo a otros dos o tres tíos del Ira. Por cosas de las seguridades, al parecer el Gobierno español debió de tener noticia del asunto.
La cuestión es que según pasaron la frontera ignominiosa de Gibraltar, los del M16 que sacan la pipa y pumpum, tururú a los de Ira. Eso es una burrada, se mire por donde de mire, no nos confundamos.
En la Cámara de los Comunes, algunos más bien tirando a vulgares intentaron presionar a la Thatcher. Oiga, pero qué ha hecho esos angelitos, polimalopolimalo, yo soy de pitiminí, vamos, como aquí, queremos saber, no nos merecemos un Gobierno que nos mienta... y agarra el micro. Señoría, arranca la Thatcher, he sido yo. Clong clong clong... los de más de uno, que se les fueron al suelo.

Poco después, aquí, lo del Gal. Algo más después, la cobardía de González, que mandó al talego a sus inferiores -olé, qué gran jefe- y al que le salvó de estarse veinte añitos a la sombra el abrazo aquel tan efusivo que le dio el Rey y que tan poco escándalo causó, y el pacto de silencio con el PP, que tanta gana tenía de tirar de la alfombra y que terminó por enmoquetar La Moncloa.

A mi, de la Thatcher me gusta todo. Sobre todo que pone de los nervios a los rojelios de izquierdas y a los de derechas, a las feministorras y los cuetorros, y, a cambio de una Thatcher que pusiese el asunto en ristre, yo les daba Gibraltar. O no. Bueno, los monos. Y un llavero.

Viva la Thatcher.

lunes, 1 de abril de 2013

Las comas

Andan a vueltas ahora los republicanillos de pitiminí -ojo con los disimulados de la derechona, que son los enarbolan el fiel de la balanza, esos traidores- con la fortuna o no de Don Juan, el Conde de Barcelona. 
Años hace de su traspado.
Recuerdo aquella anécdota en una gélida mañana en el aula aquella de la Facultad de Derecho donde orillábamos los casi periodistas. Entre bostezos y ojeras, en los dos minuticos previos a la clase, la gente apuraba un café veloz, se echaba un cigarrito o charlaba de las cosas del día.
Pamplona era un hervidero de fotógrafos de la Corte y periodistas especializados. La profesora de Derecho de la Información nos trajo a unos para realizar un debate sobre lo del honor y todo eso. Juntó allí a cuatro o cinco indeseables que nos explicaron cómo se tasa la foto de un moribundo. Los alumnos, en general, les respondimos con mucha dureza a lo que ellos iban explicando. Yo daría todo lo que fuera, dijo uno de ellos, por fotografiarle muriéndose. Alcázar, la seria, daba la razón. A los otros me los ha borrado la piadosa memoria. Que asco de gentuza.

Total, que unos días antes del luctuoso suceso, el Diario de Navarra, tan serio y tan formal, echó el resto en su portada.



Menudo titular. Todo el mundo sabía lo que ocurría, lo de la prolongada estancia de don Juan en la Clínica, pero nadie lo había abordado de un moco tan claro y tan excesivo. Pues si, se han pasado, joe qué brutos, tal. Hasta que se alzó Pablo con voz grave y dijo: es una intolerable falta de respeto. Habráse visto. En todo caso -explicó- deberían tratarle como su rango merece. Don Juan, (coma recalcó), agonice. 

El chiste no fue sobre don Juan. Ese era el respeto que se merecía la canallesca.