De la guerra franco-prusiana recuerdo que a los alemanes les iba un poco mal hasta que un día cambiaron las tornas y se plantaron en París, se anexionaron la germanófona Alsacia- Lorena y dieron el empujón definitivo a la federación de los estados alemanes del sur, de modo que nació Alemania como, más o menos, es hoy en día. Además, tras esa fulgurante victoria, se constituyó la Triple Alianza, que le daba a la naciente Alemania la hegemonía en Europa. Como dicen los geoestrategas, quien domina los Sudetes, domina Europa. Eso, en las siguientes guerras europeas y mundiales fue extrañamente, casi de modo oculto, una afirmación cierta.
Ese triunfo le permitió a Alemania consolidarse como una potencia económica y política, industrial en pleno proceso de revolución continental. La transformación en Estado consolidado y la recreación económica en país industrial fue la base de lo que siguió siendo Alemania posteriormente hasta el día de hoy.
Para conmemorar aquella victoria, Bismark, el Kaiser, el Estado construyó un monumento conmemorativo construido con la fundición de los cañones franceses. Es la Victoria alada que, desde una columna, en el centro de Tiergarten, eleva el laurel de los ganadores a la vista de todos los berlineses. En la cosa icónica que nos toca vivir, esa Victoria alada es refugio de los ángeles que Wenders nos cuenta en Cielo sobre Berlín y que ahora ponen en muchas publicidades de viajes a Alemania. Al parecer, los berlineses, bastante irónicos y jocosos con lo suyo, se tomaban bastante a pitorreo ese símbolo de su unificación nacional ahora que las victorias –exceptuando las futbolísticas- están tan mal vistas. Sea como fuere, yo la encuentro preciosa.