A mi lo que me gustan son los petardos. Fiuu, pum, los de verdad, o sea. Los colorines, el rataplán, el olor de la pólvora, el humo y las cañas, las palmeras -yo sólo se ver palmeras- y lo rápido que pasan. Los petardos rasgan la oscuridad, pero la oscuridad termina por vencer. Luego nos quedan las bombillas, bendito Édison, pero no es lo mismo, por muy ecolopijísticas que sean ahora.
Será el fallero que llevo dentro, no se,m pero a mi, en cuanto algo arde, pues muy bien. Eso y los toros. Los conciertos pulgosos, en fin y los gigantes y cabezudos... qué horror, que a mi sólo me gustan -y pocp- los de Pamplona, porque sacuden al personal, que un día se arrejuntan tres o cuatro y le escachan la azotea al Caravinagre. El Caravinagre le gusta a los críos, pero es feo de narices, que eso si tiene. Yo lo tengo mayormente atravesado, tío chungo, por lo de los salmonetes y lo de ir a contracorriente. Igual eran las truchas, pero a mi es que las truchas como el Caravinagre, que ni embutido con jabugo me gustaría a mi. Qué poca sustancia las truchas, qué bicho más prescindible, jolines, si acaso en Alaska y para que Hollin y Maurice charlasen de sus cosas pescándolas. Aunque donde esté cazar un oso, que se quite lo demás. Y lo digo por experiencia propia, que me se lo del Doctor en Alaska de peapá.
Esta vez recortan y sólo hay tres petardeos. Unos gabachos, que a petardos pocos les ganan y unos valencianos -claro- de Madrid, que los valencianos en el fondo serán como los bilbaínos que nacen en las afueras del mapamundi de Bilbao.
Lo cual que a cenar rapidillo, la bici y a echárles fotos a los petardos.
Ay. cómo me gustan los petardos.
PD: Y para petardos, los de la Sala Noble.