Hay gente que a la Thyssen le llama el Thyssen, como si no estuviese claro quién llevaba los calzones y quien llevaba las cervezas en aquella singular asociación. A mi me da que le llamo LA Thyssen por galería y no por museo. EL Reina Sofia por museo, claro. Que llamarle a un museo Centro de Arte es una pijada de tomo y lomo, mayormente afrancesada, lo cual que Umbral le llamase Sofidú, al estilo del Pompidú. El Pompidú es bello en lo antiguo, cursi en lo moderno e ignorante con altivez. Y a ver quién me lo niega. Lo mejor del Pompidú es la leyenda. Y los chistes. Se me ha inflamado el Pompidú de la caminata que me he pegado para llegar. Que es como lo de cuando al coñac le quisieron poner jeriñac, que suena como a retrete. Oiga por favor, me dice usted dónde está el jeriñac. Y todos nos entendemos.

Cojo esta curiosa nota de este sitio, que cuenta estupendamente bien la historia.
Lhardy es desconocido y así ha de seguir. Si acaso, uno mira por el cristal. Pero no más, lo mismo que no nos subiríamos a hombros de la Venus de Milo. Claro que así, mal negocio si lo más que hace uno es mirarle las longanizas y leerle el mito, y, como mucho, hacerle pelis Garci para sacar e refajo que se dejó la reina aquella sandunguera y cachondona en deshabillé o sin. Pues eso, el negocio con los mitómanos, los muertos de hambre y los raros. Para los exquisitos, la leyenda. Un día me propuse hacer algo de dandys y esnobs. Buen premio para Lhardy, si señor. Y para los otros, claro.