¡Cling, cling! oyó de fondo la campanilla de la puerta, pero no percibió el golpe de frío aire que había azotado al principio de la barra. A la cocina, nunca llegaba nada, casi nada del exterior.
Tenía unos pocos vasos y algunos platos que había entrado un poco antes para ayudar a lavarlos. A esa hora ya casi no había nada que hacer, más que dejar en orden las cosas y preparar las de mañana, se decía todos los días a esa misma hora. Entonces le volvía a rondar la duda por la mente.
Entonces, pensó, volverían a pensar y a echar cuentas para pagar el negocio y ahora, en mitad de todo ese lío, embarcarse en cambios. Vamos a quedarnos más pegados al papel que ese del fondo del pelo corto que no levanta la vista de la carpeta. Igual es un estudiante un poco más mayor que el resto. Pero está solo y no para. Tendrá sus preocupaciones, como todos.
Se habían empeñado hasta las orejas para darle un cambio al negocio. Yo no lo veo, le decía ella. Que si que si, verás, que de eso no hay, le explicaba con ilusión él, mientras se echaba el trapo al hombro y movía más rápido de lo habitual sus manos. Que no, hombre, terciaba, que con las tapas y los desayunos nos arreglamos, y si nos lanzamos a hacer menús apañados nos irá bien. Aquí la gente no es de comer fuera, le respondía, hace demasiado frío, en sus casas comen a gusto, son buenos cocineros, es diferente, nos hemos de acomodar a su estilo. Entonces hagamos una de sus tascas y a vivir. No, eso tampoco que hay muchas. Mejor esto, un café así, como de los vieneses, como para que vengan estén tranquilo, se tomen unos cafés. chocolates y así , dulces, para hablar, yo que se, que lean, no se. ¿Y no ponemos cervezas? ¿Ni licores? Ni cartas? ¿Ni albóndigas, ni croquetas? Y claro, se acordaba de cuando le sirvió unas tapas, hace tanto. Oye, menuda cocinera tenéis. La chica, es apañada. Y un día le dijo nena, qué buenas tienes las albóndigas. Y la otra se puso colorada y se fue entre enfadada y un poco chispeante. Y a los días, como no salía a ponerle la tapilla le preguntó si la había molestado. Y así hasta esta noche, entre croquetas, ilusiones, deudas que se irían a resolver y un largo viaje que tampoco sabían dónde iba a terminar.
De pronto se vio a si misma mirándole cómo se echaba el trapo blanco, limpio, sobre el hombro. Bueno, tú verás. Probaremos. Y confiaba.
¡Cling, cling! La chica de la coca cola se quedó mirando como se iba el de la camisa fea.
6 comentarios:
Tú preferirás una cafetería de esas para pensar.. mejor con tapas y croquetas pero como las de mi yaya ninguna.
Si mis dos yayas se hubieran juntado para hacer un bareto/restaurante... temblaba Barcelona.
Más besos, ahora navideños.
Lidia
Pues así de café tertulia tiene mucho encanto, pero claro... de encanto no vive el hombre verdad? jajajajajaj
Besossss
Qué buena salida la de las albóndigas... Mejor, sin duda, que la del euribor.
PD: Esa camisa, terminará por convertirse en un objeto de culto.
¿El tipo de la camisa es el mismo del post del semáforo?
Podrías conectar las entradas y escribir un relato.
Menos se lo curra Reverte y ahí lo tienes.
PD Es que lo del euribor tiene un trago.
Jaja, oye, ¿y la nieta qué? ¿No se anima a honrar la memoria de sus yayas montando un chiringuito? AnónimoLidia, yo sería fijo del garito!!!
Néstor, tú si que eres objeto de culto, con esa forma tan rara de entrarle a las chatis. O eso o es que sólo te interesas por als economistas enladrilladas, claro. La camisa daría para un mallot de equipo ciclista cutre.
Bueno, Dulci, por ahí va, claro. Po eso lo d eleerse las etiquetas. De las entradas, digo. Bueno, y de las camisas feas también. Y del euribor, claro.
Estoy segura que monto un bar de comidas y al segundo dia, la gente viene con el tuper lleno de casa.
Se llamaría "tuperbare".
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