Se había imaginado que aquel autocar llegaría con el aroma de la victoria, del triunfador, del que regresa a ver sus orígienes a reencontrarse con un tiempo que cambió el triunfo, la memoria de sus antiguos, de cuando la gente arraigaba y los brotes valientes seguían sus aventuras lejhos de allí.
Peor no olía nada. Si acaso al escai recalentado que recubría las paredes interiores del autobús y un cierto aroma a bocadillo de tortilla que ya se sabe que siempre es muy socorrido para resolver las hambres de los desplazamientos largos.
Era la primera vez que volvía desde su temprana marcha. Era la segunda ocasión, porque también estaba cuando volvió de hacer su servicio militar. Tras ver otro mundo, y con lo poco que había que hacer por allí, por los arlrededores, en la comarca, se decidió a buscar algo. Anduvo faenando en todo lo que le quisieron pagar, haciendo jornales con este y con el de más allá, y cuando juntó unos dursos, se preparó un hatillo y se fue en busca del porvenir, que por ahí delante andaba.
Como era de campo, en el servicio le pusieron de ayudante en las cocinas. Él sabía cuándo se plantaban las patatas, cómo se mataba un pollo, ordeñar una vaca, ver las hojas malas de las berzas, pero en su vida había cocinado nada. Lo más cortar aros de chorizo para comerse entre pan. Pero donde manda patrón.
Y como no tenía mejor que hacer, se entretuvo todo aquel tiempo fijándose en los rudimentos de la cocina, probando las cosas y combinando los igredientes un poco de tapadillo, por no contravenir las ordenanzas, que si dece arroz con tomate es arroz con tomate, ni a la cubana ni tonterías. Pero como la merienda se la hacñian asu antojo, aprendió el secreto de los plátanos fritos, nuevos colores, como el de la carne dorada y el aroma de todas las plantas sabrosas.
Y cuando se marchó por segunda vez, se dijo que al menos, con dos chuscos, paciencia, un poco de tocino y agua, unas hierbicas y poco más, sacaría el vientre d epenas si las costuras se le deshilachaban. Y como no tenía nada mejor que hacer, buscó, rebscó, trabajó, ganó y gastó, se hizo su oficio y un día quiso volver acasa para contar que le iba moderadamente bien, que vivía en una casita con uno más de su trabajo, que tenís para su ropa, para sus gastos, para un periódico y para no tener que vivir ni del tiempo ni de nadie. El aroma de lo normal.
Lo que soñaban todos. Pero el autocar de la victoria era el autocar de lo normal.
Podía haberse pavoneado en el casino, podía haber fantaseado con su vida, podía haber repartido perfumes sintéticos, pero prefirió decir eso, está bien el aroma de lo normal. Y algunos envidiosos dijeron a sus espaldas ya te decía yo que éste no llegaría lejos, si ya se le ve la cara de botarate, espérate que aún le hemos de ver pidiéndonos ir a arar, pero otros pocos le reconocieron su sencillez. Cuando se tomaba un vermú al salir de la iglesia, la vio irse hacia el horno de pan. Y con el vaso en la mano la fue a saludar, porque antes se habían hablado. ¿Qué tal te va? Y fueron a por las barras modernas, que la hogaza es de pueblerino, y le contó. Estaría bien ir un día por ahí. Pues estaría, si. A ver. A ver.
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7 comentarios:
Estas son las entradas que más me gustan, las que contienen ese aroma a lo normal.
que bien contado.
Pese a la terrible ortografía erratas y demás...
Sabes que el blogger tiene un corrector? Es más rápido que subir una foto...
Saludos
Hum... Parece un buen comienzo. Eso sí, estoy con el Futuro Bloguero, deberías limar un poco -solo un poco- la ortografía; para hacerlo mas comprensible...
Pués a mi me parecería raro que lo hicieras :)
A mí me gusta así, en versión original. Es tu sello personal donde se mezclan prisas y creatividad. No modifiques nada, Pianista.
Para no variar estoy con Dulci.
Mejor no os cuento cómo está escrito... pero gracias a todos.
A mi me gustan las hogazas y como lo describes, las erratas tienen su encanto. Saludos
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