Se para cuando apenas le deben de faltar tres escalones, cuatro y se gira. Me ha debido oir bajando. Se me queda mirando fijamente. Creo que me quiere preguntar algo. Cuando llego, dos escalones antes, masculla algo, apenas entiendo "es que voy fatal" y trata de seguirme con la mirada. Paso y le miro de reojo. Sigue medio tambaleándose.
En el torno hay uno apoyado, casi desplomado, como si fuese la barra del bar de las ferias de pueblo, la Orquesta Maravilla, las patilargas taconazo y cantarinas, y la cerveza de grifo caliente, otra sangría, hala, y a bailar. Meto mi billete y veo que rebusca en su cartera, llena de papelajos.
Los vigilantes, que no vigilan, ni le miran.
Salgo. En la escalera veo a una chica rubia, bolsa de plástico roja de la tienda d e ahí enfrente. Está allí quieta, un poco bien puesta, en mitad. Menudo sueño. Salgo giro y veo. Está fumando al abrigo de la boca del metro. Menudo sueño, una rubia fumando y a la espera, posturita y la noche que se escapa. La historia de las femmes fatales cuando están a punto de fichar en la tiendita.
Hoy no hay borrachuzos y fiesteros, choricillas faldicortas, macarrones tatuados, mariquitas musculitos e italianos a lo suyo, a la caza de lo que pillen. Estamos medio en remojo, bocadillos bajo el brazo, dos leyendo y algunas duchas de menos. Un bunbury y una pegada al bunbury, que como mucho, aguantarán una de churros antes de desplomarse. Leo una de espías.
Mientras abro, se cruza el ayudante del que hace la limpieza de la escalera. Es clavadito a Ernest Borgnine. Siempre me acuerdo de cuando hizo del centurión romano, no, mi casa no es digna de Ti, pero si tú lo quieres, mi siervo se curará. Me mira al pasar, pero no me saluda. Parece como si merodeara. O como si tuviese vergüenza de saludar, ahora que no está trabajando. Es extraño lo extraño que es cada uno fuera de su contexto, aunque sea pegandito allí.
Gotas. Me parece. Abro las manos mientras sigo caminando. Si. llueve. Volver sería perder tiempo. Ir hacia atrás es de cobardes. Si me mojo, ya me secaré. Y sigo.
He de apuntar, he de apuntar. Y casi se me olvida, jolín.
martes, 17 de noviembre de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
12 comentarios:
Muy bien contado Pianista. Y esta vez, la foto estupenda.
Toi deacuerdo una vez más con Dulci, muy bueno pinista, hace muuuuuuucho que no voy en metro pero creo recordar que es algo asin como un tunel oscuro con un tranvía y mucha gente de diversas tribus.
y sin duchar, Miriam, y sin duchar.
Jo, la foto no es mía Dulci, ya me hubiese gustado hacerla.
El metro en si es un asco, pero a según qué horas, Myriam, está lleno de historias.
Los marranos también están en la superficie, Dulci, si.
Ja ja Dulci no me hables de duchas no me hables de duchas que me pongo el uniforme y les dejo más limpios que mi hoja de servicios ;)
Piscinas de zota, Myriam, para unos cuantos quenos cruzamos todos los días...
¿duchar a esos pringosos, Miriam? Si fueran menesterosos, no te digo que no, pero estos son guarretes profesionales.
Aunque bien pensado, ¿te imaginas que las dos nos armamos de mangueras de zotal y perseguimos a los que viajan en metro? jua, jua, jua...
Hasta que nos pillasen los seguratas, menudo festival.
Ja ja pués sí me lo imagino que peligro quizás algun día voy encargando una bidón de Zotal o Zota y llamando a los bomberos por lo de la mangera ja ja ja
Anda que no te va la pachanga, Dulci.
Y eso, Myriam, tú echando leña al fuego!!!
¿¿¿me estás llamando pachanguera???
Me encanta todo. El texto y la foto. Ideales.
Lidia
Tú lo has dicho Dulci. Tus faralaes te preceden, chata.
Bienhallada, AnónimoLidia. ¿Tú aún te acuerdas de cómo es el metro? Al volante de tu deportivo, insultantemente juvenil, creo que ya no te pasan esas cosas.
Publicar un comentario