He pensado una cosa, pero la cuento al final.
Qué gente más pijochunga va las apelestores.
Me acuerdo de una peli de hace unos años, de José Luis Guerín, sobre el metalenguaje, lo del cine dentro del cine, que en el fondo es la vida dentro del arte. En esa peli, sólo había una línea de texto. Dos personajes miraban a cámara y decían algo así como nos están mirando. El diálogo salía de allí y se ponía en labios del espectador. Unas pocas palabras, pero anda que no daba juego el asunto. Guerín es un cráneo privilegiado.
Lo del encierro. La cornada al australiano por idiota es justicia taurina. Que le curen, pero que le cueste un potosí repatriarle por tarugo. El de verde bien, pero me he olvidado la estampilla.
Y lo que pensaba. Visitad la página del tipo vacilón. Ni uno sonríe. La informática es triste.
6 comentarios:
Qué cara de colgados tienen todos. Y qué pelos, algunos. Con lo baratito que sale un peine...
Lo que cuentas me recuerda una experiencia del Museo del Prado que consistía en hacer fotos de la gente que miraba los cuadros, desde la perspectiva del propio cuadro. Una pasada.
La gracia de este, Dulci, es que los fistros no lo sabían. Y yo insisto, ni uno sonríe!!
Normal, Pianista ¿tú sonries cuando miras un ordenata? ¿a que no? miras la etiqueta que te dice las pijadas que tiene y el precio. Todo lo más toqueteas el teclado o mides a palmos la pantalla.
Una cosa es hablar sola y otra sonreir a las máquinas. ¿o no?
Yo le pongo caras hasta al cajero automático, Dulci. Tiene poca conversación, pero yo persevero.
BUeno, el cajero es otro tema. Yo le suelo gritar cuando tarda que es casi siempre. Y a veces, cuando me hace preguntas tontas o me dice obviedades le suelo faltar al respeto y le llamo gilip....s.
Pero eso no cuenta.
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