Estaban los tres mendigos donde siempre, en el primer escalón, hablaban en voz alta y se movían con la mísera lentitud del que no termina una borrachera sino con otra. El paquistaní que se les acerca. Era un ejemplar de mucho cuidado, alto, muy alto, fuerte y con bigotón. Y silencioso. Les tiende una serie de bultos. Toma, por vosotros, ten, o algo parecido. Qué pasa tío, gracias hombre, colega, le responden los tres, lentamente, pausados, indolentes, quizá un poco moribundos, como todos, pero más y sin darse cuenta. Eran galletas, latas, dulces, cosas del supermercado. Imaginé que sería lo que estaría a punto de caducar, cajas rotas, imposibles de vender, las latas de tomate con bollos, cosa de los de Bruselas, pero aún apetecibles. Eh, tío, tómate un trago con nosotros, hombre, le alcanzó a decir uno mientras le alargaba el cartón de vino. No, mi no bebe, gracias amigo, le respondió el paqui bigotón. Y se fue de vuelta a la calidez de su súper, el alivio de los desvalidos, según.
Esto, qué cosas, sucede en una especie de pequeño pórtico de la calle de la Virgen. Y aún hay tontos que dicen que los milagros no existen.
8 comentarios:
Qué cosas pasan. La solidaridad sin patrocinio ni milongas. Un paqui y tres mendigos, perfil de exclusión social que dirían los servicios sociales. Los mismos que no han atendido a los mendigos.
Los milagros claro que existen pero son discretos.
Interesante, sin duda. ¿Es real?
Tienes razón, Nodisparen: nos hemos vuelto todos tan malos y egoístas que, cada vez que ves a alguien ayudar a los demás, es un gran milagro que te emociona.
El último que yo vi fue una señora que en vez de dar limosna a otra señora y seguir su camino se paró y habló con ella, se interesó porqué estaba así.
Un milagro, vaya.
Que cosas pasan, Dulci, si.
¡Claro Altea!!!
Nos vuelven tontos, Fernando. Por eso hay que estar atentos al milagro cotidiano. Esa era la historia.
Pianista, me he enterado que ha fallecido alguien que probablemente conocías...
Uala pobrecillo. Descanse en paz.
Pues si, Altea. Tuve la fortuna de ser su alumno y hasta de aprender de su asignatura. He leído por ahí uno que destacaba que siempre sonreía. Y es verdad, qué tío. Me acordaba hoy de algunas de sus historias.
Vaya, Dulci, si.
No hay mayor premio para un docente que saber que sus alumnos le respetan, le aprecian y valoran lo que les enseñó.
El reconocimiento de un exalumno no os imaginais lo que supone.
Publicar un comentario