jueves, 7 de junio de 2012

El verano en invierno

Ve llevo un disgusto tremendo cuando veo en la prensa esta mañana que se nos ha muerto Ray Bradbury. Ya he contado por aquí en varias ocasiones que soy un admirador irreductible de Bradbury. He contado lo de Crises y la Presupongamos, y hasta una cosa sobre el agua que tenía un poco olvidada. Eso como credenciales, a ver.
Lo cual que me he llevado un disgusto enorme. La cosa es que Bradbury siempre estuvo allí y de pronto un papelajo dice que ya no y así nos hemos quedado.
Hay quien dice, mucha gente, casi toda al glosarlo, que era un autor de ciencia ficción. Eso evidencia que no lo han leído. Como lo de la anterior entrada, los sefardíes raros y tal.
Hay que ponerse en situación.
Un cuentista vocacional, que a base de mucho ahorrar se había comprado una máquina de escribir siendo chavalito, que coleccionaba sus propias historias y que a base de esfuerzo, tesón, sacrificio, trabajo,  empezó a colocarlas en revistillas, concursicos y cosas. Y de una cosa a la otra, hasta que un día llegó a Hollywood, se aseguró la vida con lo de los guiones, John Huston le hizo unas cuantas pirulas con Moby Dick y con el riñón bien forradito pudo seguir escribiendo sus cosas. Croe que ha muerto allí, como vivía, tranquilo, a su aire, bien, lo normal.


Y ahí me pongo a imaginar.
Bradbury en calzón corto y con visera de visita a Méjico. Un californiano de vocación, una especie de Pepsi con patas en mitad de los secarrales, viendo los zopilotes sobrevolarle. Bradbury con la boca abierta viendo el universo de Juan Rulfo. Esto me lo imagino, pero basándome en lo que él contaba. Las momias aquellas de no se dónde, los desiertos, las piedras viejas y la naturaleza desbordante, la proverbial paz interior y exterior de los lugareños -por no llamarle pachorra, que vaya vd. a saber dónde leen esto y ojo, que me sabría muy mal dar morcilla a los vecinos transatlánticos-, el ser y el calor. El desierto marciano.


Y así todo.
Bradbury era un lírico con teclillas, un narrador con cohetes, un fantasioso con dinosaurios. Cuando explica aquel cuento de la habitación cuya pantalla se transforma en una jungla, no habla de la pijada de la realidad aumentada o de los mundos paralelos. Nos cuenta sobre niños abandonados por sus cuidadosos padres.  Y así todo, ya digo.



Busco en el anaquel -anaquel, jolines, pero qué preciosidad de palabra- las Crónicas Marcianas. Pero no las tengo aquí. En realidad las tengo en la cabeza, muy dentro. Muy, muy dentro. Como el calor del cohete que, al principio del libro, transformaba el invierno en verano. Eso es Bradbury: un tío capaz de convertir la vida en un estío. Desde 1984 he tenido la fortuna de ser su desconocido admirador y amigo. O sea, que hoy estoy triste, lo normal.

7 comentarios:

Dulcinea dijo...

La noticia me dolió. Sin saberlo me ayudó un montón con mis choris porque les pasé un cuento suyo "Canto el cuento eléctrico" del que también existe una versión en cine que también a su vez les pasé. Todo este material me lo pasó el HermanodelaDulci que es muy leído y muy culto. Gracias.

Mis choris quedaron encantados con el texto y con la peli, y pudimos comparar lenguaje escrito y cinematográfico, trabajar acerca de las emociones humanas y de todo lo que nos distingue del resto de la creación.

Un crac este Bradbury. Sus Crónicas Marcianas son una pasada.
Descanse en paz.

Fernando dijo...

Como soy analfabeto no he leído nada suyo, sorry. Pero me basta verte tan dolido para decir que lo siento, eso me ocurrió a mí con Francisco Umbral, espero que no olvides a este señor como yo hice con el de Valladolid.

Nodisparenalpianista dijo...

El cuerpo, Dulci, el cuerpo eléctrico.
Es una cita de Walt Whitman, uno de mis autores pendientes. A Chris por la Mañana le encantaba Withman y una vez Maurice estuvo a punto de descalabrarle por una lectura mal interpretada. Ay, Alaska

No nos líes, Fernando, que estás muy bien leído. Me permito la inmodestia de recomendarte las Crónicas Marcianas, más lírica y contemplativa que el social Farenheit. Me apuesto un néctar al borde de un mar seco marciano a que si paras cinco minutos te volverá el recuerdo de Umbral. A mi me viene mucho a la memoria la última columna que trató de susurrarle a España. Ay, Umbral

Altea dijo...

No, Fernando. Francisco Umbral no era de Valladolid. Me niego.

Atiza dijo...

Tú qué pasa que vas a empalmar esta entrada con el monográfico del "de verde"? Vaya vagancia, Pianista.

Atiza dijo...

Tú qué pasa que vas a empalmar esta entrada con el monográfico del "de verde"? Vaya vagancia, Pianista.

Nodisparenalpianista dijo...

Jaja, Altea, que si que si, natural de Valladolid, madrileño de vocación y literario de pasión.

Atiza, si es que me van a salir llagas en la barriga de tanto rascármela, te lo digo. Por cierto, ¿me lo comentas desde
Martha's?