Claro, suena y uno se pone a recordar. La primera vez, como ahora, que oí The division bell, una madrugada de admiración pero también de desapego grunge -por favor, lo tonto que puede llegar a ser uno, la primera vez que dije Wish you were here o la primera vez que estuve al otro lado de la Luna. Como Pompeya no hay nada, y el que ha estado allí, escuchando el recóndito eco, sabe de lo que estoy hablando. Una vez soné que me encontraba un caset de El Muro, porque entonces setecientas pelas eran el oro de los nibelungos, y me acuerdo del dependiente de Kebra disc, que me guardaba los piratas y me reservó el vinilo de Pompeya, porque si setecientas eran una pasta, cuatro mil, a ver. Tuvo un crío, que ahora sera un bigardo de metro noventa, ya se sabe, los petisuís radioactivos. Un día le iré a agradecer su complicidad. Se le daba un aire a Syd Barrett.
Me acuerdo de la madrugada que escuché la cinta recién grabada del cedé, uno de los primeros del Amused to death de Waters, recién llegado, sentado en el suelo de mi cuarto deshaciendo la maleta. Me acuerdo de apenas hace tres horas, cuando a falta de otro disco, he vuelto a oir a Eric Clapton hacer de David Gilmour en un disco de Waters que debió de ser de Pink Floyd.
Tengo por ahí escrito una cosa sobre la última canción de Pink Floyd. No hay una, hay muchas. La última con Syd Barret, la última con Waters, la del último directo en trío, la del último directo en el live 8, la última de la última gira de Gilmour, con el tan recordado Wright, las útimas, tantas últimas. Quería hacer un guión de radio, como cuando estaba sentado escuchando la balada de Bill Hubbard en el rayado parqué de Pamplona.
Lo cual que ese disco es excepcionalmente bueno. Es mucho Wright, mucho mucho. Nunca se dice que Wright es el mejor autor de un disco de los Floyd en solitario. Yo lo dije y lo repito. Brilla con momentos que le llevan a uno a Pompeya, a las Celestial voices de A saucerful of secrets, a Run like hell (y ahí me gusta menos), ecos de Echoes y de la campana de Division bell y hasta un casi solo de batería de Nick Mason, vivir para oir. Total, que me lo he apsado en grande, que es un discazo de maravilla y que escuchándolo, vuelvo a ser el que le pedía al de Kebra que no le vendiese el disco hasta ahorar los dineritos, el que estaba sacando los calcetines de la maleta, el que puso en la maleta radiocatel la cinta recién comprada en el Continente y el que dijo, pues a mi me gusta cuando los del coche decían que el corte final no era para tanto. Porque yo creo que ya lo intuía: no hay última canción. El río nunca deja de llevar agua. Porque si no, ya no es río.
martes, 11 de noviembre de 2014
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1 comentario:
Ni última entrada. Me alegro de tu vuelta
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