viernes, 19 de marzo de 2010

Los pilares


Josep Maria vende las libretas. Según entras, a mano izquierda, pasada la portería, hay un pasillo que conduce hacia los patios y que conecta con el Salón Verde. El Salón Verde debe su nombre, así, tan pomposo y tan florescente a que las cortinas son de color verde. Con el tiempo, se desarmará esa vetusta sala de actos y se montará allí la Biblioteca Padre Arrupe, que fue referencia para la documentación acerca de las cosas de los jesiítas por el mundo, me parece. Pero estábamos en Josep Maria. Según entras, decía, a mano izquierda, camino de los patios o del Salón Verde, según te bifurques, está el despachito de Josep Maria. Allí, al fondo, hay un par de mesas de despacho y más allá la ventana que da a la calle, ruidosa y con olor de tubo de es
cape, las cosas de la gran urbe. Cuentan que cuando se fundó el cole, estaba a las afueras de la ciudad, que era toda una excursión ir hasta él y que por allí había campos y caballos y cosas de esas. En esas mesas trabaja Josep Maria en asuntos de la administración y le ayuda alguien, pero eso ya no se. Por lo visto, él debe ser el que brega con las circunstancias, el que le emboca las reses al administrador del cole, que es el padre de Yeyo, un chaval un poco burro que tenía sus días.

En ese despacho, además de las cosas de los papeles, que no debía de ser poco, habida cuenta de la cantidad de gente que por allí andábamos, Josep Maria vendía los cuadernos. Los cuadernos azules cuadriculados, los amarillos pautados, para las clases de lengua, los naranjas de tamaño cuartilla, también cuadriculados, para apuntar las palabras equivocadas en los dictados y que había que copiar cinco veces y los verdes fuertes, de cuadritos minúsculos, para asuntos de dibujo y de números varios. Todos eran iguales, con la tapa lisa y abajo a la derecha, el nombre y la dirección d ela escuela. Los alumnos solíamos escribir nuestro nombre, el curso y la sección para identificarlos. Hace unos días hablábamos de eso, de que a las clases les llamábamos secciones Cada curso tenía cuatro secciones y nos poníamos en orden en el patio para volver a las aulas sin que se montase el pitote en la escalera. De camino, pasábamos por el museo y veíamos el gorila disecado y el esqueleto aquél tan saludable, que no pasaban por él los años. Y los pájaros. Menuda colección de pájaros. ¿Quién le quitaría el polvo a aquellos pájaros? Las vitrinas debían de ser de cuando se fundó el cole, pero lucían impolutas y con las bisagras bien engrasadas. Supongo, porque ahora que lo pienso, diría que nunca vi ninguna abierta. Lo normal de un museo.
Cuando veías que se te iba a terminar el cuaderno, antes de tirar del de reserva, te ibas con diez duros a comprarse a Josep Maria una libreta. Cinco minutos antes de la hora, te acercabas al despacho, qué frío, qué oscuro, qué invierno, y le comprabas.
Hola Josep Maria. Hola Nodisparenalpianista. Porque si le dedicabas dos minutos, Josep Maria te preguntaba por las clases, que a qué curso ibas y que quién era tu tutor. Y luego se acordaba. Eso si no eras un poco cabestrón, como Yeyo, por decir uno. Pero a ese le conocía por ser hijo de su padre, que también tenía su aquel. Y me hago cargo de lo que le supondría al pobre Josep Maria.
Josep Maria estaba calvo. Josep Maria era de esos que parecen que han sido calvos toda la vida, que te lo imaginas con pelo y parece Juanjo Menéndez haciendo de Don Mendo, que no pega ni con cola y te crujes de reír, a ver si no. Gastaba gafas y rebecas sobre la camisa y la corbata, porque el fresquito de las mañanas podía ser un poco tremendo. Ese lado del edificio siempre está sombrío y se hace poco acogedor. Allí, para mi que se aburría un poco, porque muchas veces trabajaba solo y las horas se te han de hacer un poco largas. El trajín del chavalerío le tenía que entretener, a ver si no, y por eso nos daba palique.
Las libretas venían envueltas de veinte en veinte o así, en hojas de papel ese de embalaje marrón tan bonito. A principio de curso, cuando vendían los libros en el comedor, pasando por el pasillo del Salón Verde a mano izquierda, bajando por las escaleras que hay antes de la puerta pequeña, por la que salen los de los cursos bajos, que bajan por la escalera interior del edificio, qué lío que si no te has perdido veinte veces por el cole no aprendes ni a la de tres, salíamos con las bolsas llenas de libros y carpetas ¿Y las libretas? No, ya tenemos. Entonces subíamos la escalera y salíamos frente al Salón Verde, ya he dicho, girábamos como para irnos y parábamos donde Josep Maria. Hola NDAP. Hola Josep Maria. ¿Qué, preparando las cosas pasa el nuevo curso? Pues si ¿Y el verano? Muy bien. Sonreía y se ponía contento cuando pasábamos por allí a revolucionarle el tenderete. Y cargábamos de libreterío. Que si seis azules, dos amarillas, una naranja, porque los dictados me salían bastante bien. ¿Y verdes fuertes? No, todavía no, que esas son de más mayores. Pues, a ver, y sacaba un papelín. Echaba sus cuentas y siempre salía por doscientas pelas, digo yo, una baratija, la verdad. Los cuadernos eran comodísimos, resistían bastante bien y sobrevivían de curso a curso. Por ahí andan aún, con las cosas de las ecuaciones, las redacciones del seminario aquel de literatura, las copias del dictado, pocas y siempre tan aburridas y alguna de las verdes milimetradas, que no se para qué usé.

Un día vuelvo al cole, al cabo de la tira de años. Iba a ver si me certificaban un nivel de catalán, para cosas del currículum, a ver si colaba, pero no. Pero esa es otra historia. Anduve por allí, de pasillo en despacho y tiro porque me toca, me atendieron, me escucharon, me hicieron un apaño en forma de papelito y listo. Cuando ya me iba, me acerqué por el despacho de Josep Maria. Hola. Hola. No se si te acordarás de mi, Josep María. Terminé el cole en el año catapún, me llamo NDAP. Y puso cara de hacer memoria. Ya se quién eres, me dijo, de tu nombre no me acordaba, pero si de ti, ahora que te miro bien. Yo no se si se acordaría o no de verdad, pero me da lo mismo. Estuvimos hablando un rato. Le conté mis cosas, qué tal me iba y todo eso, lo normal. Él también me contó lo normal, las tacadas de alumnos, las camadas de cada promoción. Llegaban alumnos para comprara cosas y él les atendía. Aún hablo con algunos, pero menos que antes. La nostalgia, ya se sabe. Yo le vi muy bien. Calvorota, rebequilla por lo del fresquito y una seria elegancia del oficinista que siempre está ahí. Bueno, pues me marcho. Muchas gracias por pasarte, hombre, y que te vaya bien. Vale, hasta la vista.
Luego he vuelto, creo, un par de veces, por cosas de exalumnos y por los bautizos de los hijos de mis amigos. Claro, aprovechábamos para colarnos en las aulas y en los laboratorios, en el Salón Verde no, porque ya no es salón, que por cierto se llamaba así por contraste con el Salón Rojo, cuyo nombre venía por las cortinas, rojas, claro, los retretes, el ascensor aquel que funcionaba a pedales y todo lo demás. Por el pasillo aquel, localizamos nuestra orla una vez y nos reímos mucho con las pintas que lucíamos. Luego la van cambiando según pasan los años, así que vete tú a saber dónde está ahora.

El despacho de Josep Maria estaba cerrado, claro. Pero allí andaba él, sus libretas, los diez duros, y un ratito de charla con uno de los pilares de mi cole. Qué cosas.

5 comentarios:

Atiza dijo...

Lo estoy viendo...¿Pero le has felicitado hoy?

Dulcinea dijo...

Los coles de la Compañía de Jesús. Ese es el retrato, creo. Y el de todos los muchos Josep María que corren por sus despachos.

Es una historia entrañable y tierna.

Juanluís dijo...

Muy bonito elogio a la labor callada y eficaz que realizan muchas personas en los colegios, imprescindibles en el día a día. ¡Y homenaje a Delibes en el cuaderno amarillo pautado de muestra!

Nodisparenalpianista dijo...

Anda que no ha llovido desde entonces, Atiza.

La cosa de la institución que educa, Dulci: desde los conserjes hasta los directores, pasando por los profes, los encargados del gimasio, los adminstradores, los de limpieza, las cocinas, todos, o sea.

No fue intencionado, JuanLuís, abrí y por allí salió, en serio.

Dulcinea dijo...

Ahota te toca contarnos alguna gamberrada que hicieras en tus años escolares.

Cualquier Pianista que se precie ha hecho alguna...