Fue la curiosidad, primero.
Una cierta facilidad para las letras, unas buenas lecturas y algunos ejercicios de escritura. Las tardes que pasó en la Biblioteca, haciendo sus tareas, con buena letra, despacio, paciente, repitiendo tantas veces como fuese necesario. Al fondo, el humo de los habanos, su padre y sus compañeros hablando de tácticas y de escalas, preparando operaciones y criticando a los alféreces provisionales, el fútbol y la política, los toros y Homero. Había uno que siempre hablaba de Homero. Todos le escuchaban y hasta algunos le entendían. Cuando comenzaba a oir hablar de Homero dejaba el cuaderno de las cuentas y escuchaba disimuladamente.
También estaba el diccionario aquel, gordo, viejo y dorado. Olía bien, olía a libro, olía a consulta, olía al que quiere saber y busca el saber. Una herramienta, pero qué herramienta.
Luego vino el servicio de armas, y le gustó y se quedó. Y un día se dijo que tenía que hacer algo.
Sus compañeros de promoción le veían ya dirigiendo alguna de las revistas militares, o en eso de las comunicaciones que hablan con los periodistas que hacen ahora estos tíos. A los civiles les solían llamar tíos. No a todos, ya nos entendemos.
Eso lo primero.
Pero un día probó que no, que lo que le gustaba no era la oportunidad que se le brindaba, enlace de las delegaciones para la República Federal Alemana en lo de los helicópteros, o hasta para Iberoamérica, que si vendía dos aviones, los demás caerían rodados y aquello había que contarlo muy, pero que muy bien.
Un día probó que disfrutaba como nunca contando cosas. Y contó unos datos estadísticos sobre el uso hospitalario que hacían los vecinos de la comarca al hospital de la otra provincia, y sobre el viaje de intercambio de los alumnos de la Granja-Escuela con un centro parecido que había a las afueras de Limoges, y un reportaje sobre las autoescuelas, en el que, además de criticar los precios y haber entrevistado a la tira de gente coló una dramatización muy divertida sobre una señora que había suspendido doce veces el práctico y que animaba a sus compañeros y se congratulaba de sus aprobados diciéndoles "la próxima, la apruebo yo".
Y ya tenía en la cabeza un reportaje sobre The Cure, que comenzaría con la canción Secrets, y unas lecturas del Conde Lucanor y soñaba un día que adaptaría, entre destino y destino, El sueño de una noche de San Juan. Y le pediría a alguno de sus viejos maestros que colaborase con aquella voz tan encantadora.
Anotó en uno de los márgenes de su agenda, debajo de lo de las prácticas "Th. C. Secrets" y "San Juan. Voces". También escribió, en rojo, "tiempo".
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6 comentarios:
cVaya tío, oye!
¿y...? No nos dejes así, Pianista.
Muy bueno.
A veces yo también anoto los sueños. Sólo los más "especiales". Y los anoto en clave. Creo que no sirve de nada; sólo me recuerda que quisiera cumplirlos y que tengo que ponerme de puños por ellos. Aunque la mayoría de las ocasiones, sé que serán imposibles.
Marta
No se si entiendo lo que cuentas, quizá sea como aquellos que escuchaban cómo hablaba de Homero y les gustaba, aunque no lo entendían del todo.... algo atisbo, y lo que pillo, me gusta!
!ENTRADA NUEVA YA!
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