martes, 8 de julio de 2014

El río interminable

Veinte años no es nada. Ese es el tiempo que habrá pasado desde la publicación del último disco de estudio de Pink Floyd que, Dios mediante, será el penúltimo a partir del mes de octubre.

En su interesante y divertido libro sobre la la historia del grupo, el batería Nick Mason explicó que en las sesiones de grabación de The Division Bell tocaron mucho, mucho, entre otras cosas varias jams sessions inspirados por las entonces muy de moda sesiones de música ambiental con aires tecnos y progresivos. Mason te toma en el libro el asunto con su sorna habitual. La cuestión es que parte de esas tomas fueron usadas en los conciertos, como interludios instrumentales.
Tiempo después, Gilmour se mostró interesado por ese tipo de música instrumental, tal vez mucho más próxima a su idea de la composición de lo que se podría imaginar. Gilmour nunca ha sido un buen letrista y sus aportaciones al grupo siempre se refirieron a la parte instrumental.  De hecho, en varios de sus últimos trabajos Gilmour ha publicado varias brillantísimas jams tocadas en diferentes sesiones, libre de la atadura de tener que componer un éxito musical,  algo que, personalmente entiendo como una forma de entender la música como "progresiva", es decir, evolutiva, y llegado el momento actual, completamente libre de textos, estribillos y, como es el caso de una jam, de principios y finales. Es decir, el puro placer de interpretar el instrumento. En su colaboración con The Orb se percibe eso exactamente: un colchón sonoro ambiental sobre el que Gilmour desgarra una colección de guitarreos fantásticos. Pero no es un disco Floyd, dirán algunos. O si, decimos otros.



Llevo leídas hoy unas cuantas noticias a propósito del asunto y me admira la profunda ignorancia que en algún caso bordea el insulto, como en el texto que publica Elmundo.es-, con la que se ha tratado la información. Que no hay que ser una enciclopedia en todo, pero tampoco es tan difícil preguntar a uno que sabe cuando se ignora de lo que se escribe. En fin.

Hay una muy buena pista de por dónde pueden ir los tiros en la grabación en directo de la gira de ese disco que dio lugar al disco Pulse. En la versión en cassete hay una canción oculta al final de la segunda cinta que se tituló Soundscape que se empleó como fondo sonoro en el concierto durante algunas proyecciones en la pantalla redonda gigante. Es más que probable que parte de esas grabaciones se empleasen para elaborar ese Soundscape y no sería extraño que ahora hayan formado parte del nuevo proyecto.

La sustancia es que se ha recuperado el material de esas sesiones y se ha mejorado con algunos textos cantados, con lo que se ha conformado el que será The endless river, el último trabajo de Gilmour, Mason y Wright. A la espera de que algún día se publique el material sobre el que trabajaba Wright poco antes de fallecer o de las nuevas ediciones en solitario de Gilmour y Waters en solitario que se auguraban para la próxima primavera, tendemos un disco de Pink Floyd todo lo nuevo que puede ser. Que es mucho más que la colección de inéditos piratas y rarezas con las que hemos ido despachando los floydianos en estos últimos veinte años.

Esto no acabará aquí.

1 comentario:

Dulcinea dijo...

Querido Stevens, cuanto tiempo. Soy más de los Floyd en Pompeya. Una tiene una edad ;)