martes, 2 de enero de 2007

Al final resultó que era fiebre


Pues si. Ni más ni menos. Una lucha a brazo partido en un terreno en el que habitualmente es fácil salir herido, se ha saldado, por ahora, con una derrota sin paliativos: dos noches perdiditamente febril.

Y es que es lo que tiene la garganta. Un picorcillo, un cervecita fría, otra, otra más; pero no abramos más melones, las cañas a su tiempo. Un poco de calefacción en el trabajo, otro poco más, dale que se me congelan las canillas; el “calores” que llega y abre la ventana sin parase a observar si alguno de sus compañeros anda con el plumífero y la bufanda puestos, los sudores de la bici, los sofocos del vivir cada día, vamos que los cambios de temperatura son el arma perfecta de los pérfidos gluglucitos empeñados en jorobarle a uno los tránsitos guturales.

En el médico lo de siempre, no decir ni pío, unos chutes de antibiótico, paciencia y barajar. Cuando he llamado al trabajo para decir que estaba hecho unos zorros me han dicho:

-¡Logroño*, qué voz!

Todo sea por parecerse al Philip Marlowe aquel que hizo Robert Mitchum con Charlotte Rampling de superchurri. La fiebre, que no cesa.

*Es que esta es una güep para todos los públicos, ¡picaruelos!

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