25 de septiembre de 2007 16:27

Se supone que si no tienes un sitio por aquí, no eres nadie. Una vez superada la fiebre de los dominios, cualquiera tiene su rincon el forma de güeploc. Menuda tontada, pero ya que estamos, algo haremos, ¿no?
El segundo de César Rincón, un precioso jabonero al que
la afición recibió con un suspiro de admiración
y a la voz de "qué bonito"
-Una foto
-¿Una foto? a una vaca?
-Pues si ya ves, es para un coleguita
-Ah, ¿un pastor?
-No, para un pianista. Un pianista temeroso de que le disparen
-Ya. Um... oye, se hace tarde, me voy, vamos huyo...
MARTES
Pues si, tenía razón Marta, la de las vacas locas. Bueno, aproximadamente. Sobre el manzanillo y sotanillo, auque lo mío fue cita auténtica, el citado patinó. Reproduzco las palabras del expeerto en gafancias y bisojeces varias, Alfonso Ussía, que explicaba muy bien la cosa: "Según el Instituto de Ciencias del Mal de Ojo de España -que nada tiene que ver con oculistas y ópticos-, hay cuatro grados de gafes en nuestra nación. Cuatro estadios perfectamente establecidos pero no cerrados a nuevos descubrimientos científicos. En Italia existen catorce grados, y en La Laponia tan sólo uno, el Kurihaf, o lo que es igual, «el que rompe los hielos con su trineo y hace caer al agua a los que marchan detrás». En España, los gafes, de menor a mayor gravedad de influencias negativas, son el gafe, el gafón, el sotanillo y el manzanoide".
Esas motitas blancas que se ven en el lado derecho y los cuadricos de las esquinas del lado izquierdo son los reflejos y marcas del forro al escanear. Hay que forrar los libros, jolines, que luego se os ponen así guarrones y con la tapas curvadas que parecéis Erasmus leyendo novelones cutres Penguin de bolsillo.Okupas, que sois unos okupas.
Total, que localicé aquel libro de Bruguera, en una de las colecciones más celebradas, de extraordinarios títulos y un diseño de portada que me fascinó desde el primer día y que aún hoy me sigue gustando muchísimo. En esa misma, editaron El arrancacorazones y La hierba roja, que conseguí hace un par de veranos en una feria de viejo, y también algunos títulos de Heinrich Böll y el Curso de Literatura de Nabokov que me fotocopié no hace tanto. La cobardía de la reedición.
Compramos aquel libro y esa misma tarde, después de forrarlo, comencé a leer las aventuras y desventuras de Denis, el lobo bueno del bosque de Fausses Reposes, cerca de la carretera de Ville d’Avray, cuyas desdichas comienzan en cuanto le muerde el pérfido Mago del Siam. Esa curiosidad juvenil, ese mordisco me enfermó y me convertí en incansable seguidor de Boris Vian. Al puro placer de la lectura se une el de la pasión detectivesca, porque ir localizando sus libros es cosa de contraespionaje. Lo último que logré fue una obra de teatro fotocopiada y una edición argentina, comprada a unos amabilísimos libreros bonaerenses, de su primera novela.
Recomendarle es un poco arriesgado, porque a veces es raro, otras veces bastante animal y generalmente muy desconcertante, pero a mi me sigue encantando. Ya me deleito pensando lo que voy a disfrutar cuando relea otra vez más La hierba roja. Quien se atreva, ya sabe.
Aunque parezca que el manzanillo levite, tenga dos zapatillas del pie derecho y que no deje huella tras de si, fijaos que por donde pasó ya no crece la hierba.
Pues va el manzanillo al baloncesto. Y encima, para garantizar su malaje va y se deja entrevistar por el cenutrio delegado por la cadena del amigo que le hace la puñeta al ex-amigo, que en paz descanse. Venga, toma pantallazo. Y oye, mano de santo pero al revés. Los malos que nos emparan y que nos colocan los balones por corbatín. Íbamos ganando de diez y ahora, con apuros, les empatamos o les sacamos dos puntillos.
Claro, de un tío que levita cuando hace futin, qué podemos esperar. Lo mejor evitar al que levita. Y no soltar la madera.
Y a ver quién es el guapo que me lleva la contaria. Porque acaban de perder.
Éstos son algunos de los míos, mis favoritos. Llevamos la tira de tiempo juntos. Todos tiene su historia. Me caen bien.
A mi me gustan los etimológicos, que es como el culebrón de las palabras. Una que llega de Grecia, pero que por el camino conoce a unos romanos y le da un giro a su vida y cambia completamente de sentido. O aquella otra que se embarcó en una aventura americana y que a fuerza de comer papayas y beber zumos de maracuyá o del sol que le dio en el acento, trastocó la sustancia y descubrió un nuevo sentido a sus letritas. Yo vengo de Londres, pues yo de Berlín. Oye, pues a ver si nos combinamos y hacemos algo por aquí. Pues vale. Pues venga.
Éste es un helado napolitano. ¿A que tiene cara de majete?
Amanecía, ya digo, dos mañanas seguidas con un cierto solecito en mayo y ya era querer ir por la vida en mangas de camisa y gafas de sol. Yo usaba una cosa de aquélla extraña que se enganchaban a las gafas y que las convertía en dobles cristales que polarizaban el sol. Una especie de anteojeras, más o menos. Más cómodo y barato que andar con dos pares de gafas, perdiéndolas o sentándote sobre ellas por despiste. También recuerdo una camisa muy fina, de manga larga y estampada de flores y hojas en tonos marrón suave y beige sobre fondo blanco roto, un poco hueso, más o menos. Me gustaba tanto esa camisa. Sigo a la espera, esto de las modoas son olas que vienen y van, que vuelva lo de la cosa floreada para los caballeros. Entonces me pondré morado.
Pero sigo. Dos mañanas con luz, camisa estampada con flores y hojas suaves, justo lo imprescindible para dar un paseo. Una fotocopia, un tebeo, unos sellos, cualquier motivo era suficiente para encaminarme hacia Iñigo Arista donde había una heladería, que en invierno también vendía pan, o chucherías o refrescos o qué se yo. En cuanto asomaba la luz, un poquito antes de lo de las dos mañanas que cuento, ellos ya sacaban la nevera con los mantecados y los conos de barquillo. Allí, con sus palas, sus colores, las cucharitas esas de plástico transparente tan antipáticas que se rompen si las miras un poco fuerte.
Los helados, pues como el verano, ni fu ni fa. Que si, que me gustan, pero sin aspavientos. Según como, prefiero una horchata. Casi siempre, una fruta fresquita. Y puestos a dulces, pues natillas, flanes, leches fritas o las incomparables torrijas. Y los helados, pues poco, más bien poco. Si son dos al año, lo demás es exceso.
Pero esa tarde de paseo, camisa floreada en tonos tostados, solecito agradable, mi tebeo bajo el brazo, o las copias, o la revista de cine o lo que fuese, me gusta inaugurarlo con un cucurucho de moras. El sabor de las moras me pirraba. Me sigue gustando un montón. Y su color. Y que siendo el helado dulzón por antonomasia y poco dado a aliviar la sed, a mi el sabor de las moras me da la sensación de ser más refrescante que otros. Probablemente no tengo ninguna razón, lo se, pero contra ese tipo de impresiones, poco puede el raciocinio.
Cuestión: que hasta allí me llegaba yo, pedía un cucurucho normal, ni pequeño ni de doce bolas, de moras ¿sólo moras? Eso es, moras solamente, y me volvía paseando sin prisa por los jardincillos de las vueltas de las casas de Iturrama, esquivando a los chavales, a las mamás que perseguían a los chavales, saludando a los compañeros vecinos de por allí, y así mientras iba saboreado el helado, con esa cierta prisa que le echamos para evitar pringarnos hasta el tuétano.
Luego me volvía a casa relamiéndome como los gatos y a la espera de que el siguiente helado, al año siguiente, mantuviese el nivel.
Miércoles
Aprendo la palabra "boquerel", que vendría a ser los grifos de los surtidores de la gasolina. Tambíen pongo orden en las fotos. Están todas, menos el carrete que se quedó puesto en la máquina. Estoy contento.Martes. Mala noticia, muy mala. Umbral se nos ha muerto en vida. Ahora nos toca leerle. Por fin publican en castellano el Jesús de Nazaret de Ratzinger y B16. Les costó mucho la traducción, dicen los editores de aquí. ¿Más que al inglés? Que al francés? ¿Que al italiano? ¿tanta cara de idiota tenemos? Belén me hace partícipe de su dedicatoria pinkfloydiana. Gracias, maja.
Miércoles. Al fin dejo las fotos para revelar. Mi tienda de siempre ya no coge revelados químicos. Me voy a mi otra tienda de siempre que, inasequible al desaliento, resiste las acometidas digitales. Con las botas puestas. Por cierto, Altea dedica una entrada a mi güep y a la de María (sin chat). Altea, campeona.