Era tarde ya, pero el cavernícola no podía dormir. No es que estuviese nervioso, pero según se acercaba la temporada de caza, el tiempo de inactividad y las perspectivas cada día más cercanas le provocaban una cierta inquietud. Alguna vez lo había comentado un tanto enfadado, gruñéndole a algún compañero de partida, mientras afilaba su lanza favorita, pero nunca llegaban a conclusiones claras. O se les hacía larga la espera o la caza, y nunca terminaban de estar a gusto, ni persiguiendo las bestias en sus pastos ni en esa cueva, por muy apañada que estuviese.
Era tarde y el aire silbaba de una manera que le recordó cuando se parapetaban del frío tras unas rocas en el valle del bisonte rojo, muy apretados, tapándose con las pieles y procurando frotarse sin hacer demasiado ruido para no despertar a las alimañas del bosque. El aire silbaba y vio un destello. Algunos más; los que se acurrucaban más cerca de la boca de la cueva dieron un respingo, pero volvieron a acomodarse temblorosos. Otro destello y dos de ellos, de un brinco, se metieron cueva adentro pisoteando a algunos de sus compañeros. Los más temerosos se apretaron hacia adentro, intentando escapar de aquellas luces misteriosas que tanto temían. Willendorpf dormía tranquila, pero el trasiego de gente y el cuchicheo de los temerosos terminó por despertarla. Nada, no pasa nada, la tranquilizó. Volvió a hacerse un ovillo y le invitó a unirse a ella en su sueño. Pero aquellas luces...
El abrigo de Willendorpf le tranquilizaba en las tediosas noches de la cueva, donde no era necesario dormir con un ojo abierto, escuchando los ruidos de la noche, el aleteo de las aves de presa o el crujir de alguna ramilla cuando la pisaba alguna fiera. En las noches de la cueva sólo había que ocuparse de no destaparse para no quedarse helado. Las noces tranquilas en la cueva.
Aún seguían los destellos y la brisa fresca. Se puso de pie procurando no despertar a Willendorpf y caminó silenciosamente, como cuando rodeaban a los venados antes de espantarlos para llevarles hacia las trampas, y se fue hacia la boca de la cueva. Junto a la roca que la protegía se detuvo a oler el frío y vio un destello. Aquello le gustaba.
El cavernícola avanzó hacia la entrada y quedó como guardián de la cueva. Caminó despues hacia adelante en dirección del sitio de los destellos. Las primeras gotas de la tormenta que se les acercaba.
Hay que ir hacia allí, se dijo. Hacia donde las luces.
lunes, 7 de septiembre de 2009
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3 comentarios:
Ya me parecía a mí que a ti lo de las cavernas, te molaba...Si es que la cabra...
Me gusta, sí señor. Y esta estampa es bonita, para que luego vayas diciendo que si la broncas de Dulci.
Ea.
Joer Atiza, que si te sienta mal el trabajo no es por mi culpa...
Vale, Dulci, per un poco broncas si eres.
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