Del sitio ya he puesto cosas otras veces. En una ocasión explicaba lo de los Cure, que siempre asociaré, a falta de Londres frío, gris, húmedo y hermoso a la zona de las tiendas de discos. Mapas de la memoria de cada uno, según.
Por allí deambulaba el que hoy es un pobre vagabundo, bastante más visible. A mi me recuerda con su cara de honda tristeza a Roger Hogdson, el de Supertramp. La ironía, que pasa serlo, ha de ser crudelísima. Es un hombre entristecido, pero su boca dibuja una especie de sonrisa. Ahora suelo verlo frente al ventanal de una franquicia de bocadillos. Pelo largo, sucio, raya en medio. Dreamer, parece que se podría poner a cantar en cualquier momento. El sueño y el despertar calamitoso de todos, legión, los que han dado con sus huesos en la calle.
Me suena su cara de verle una, mil veces, en las incursiones en busca de discos por la zona. De cuando desenterrábamos los piratas de los Floyd, grabados en casets, guárdame el Pompeya, que he de ahorrar, que es un pastón. Y a la vez siguiente, sigue guardándomelo que ya casi lo tengo, y así. Hasta conseguí el dificilísimo Wet dream de Rick Wright en vinilo, castigada carpeta y un poco maltrecho pero aún digno. Por todo eso, me lo dejó bastante rebajado. Seguro que ahora está en una página de esas que compras en Connecticut o Alabama o por ahí. Pero no es lo mismo, se entiende.
Por aquellas calles, por los bares, las panaderías, tenía visto yo a Roger Hogdson, lo mismo que al abuelo de la gorra y el bastón lleno de llaveros, a veces charlando con el dueño de Edison’s, que tiene pinta de ser un perla de mucho cuidado, pero que es amable en las ventas, lo que cuenta. Un día me fijé y me cuenta de que Hogdson había rebasado la línea. Ya no era un personaje de los de la calle, de los habituales, paseantes ociosos, mirones, un carajillo de prestado, hablar de fútbol o de Deep Purple, te doblo unos cartones y te presento a uno que viene de mi parte a vender unos vinilos, ahora era un hombre en la calle. Y cada vez que le veo, me da la sensación de que está un poco más deteriorado. Más sucio, más cansado, aún más triste y con esa mueca, casi sonrisa dibujada.
Me da miedo pensar que algún día le hagan algo malo los bestias que pueblan la noche –y el día- porque es un jipi vulnerable, una presa fácil para la basura, una gracia para los desgraciados, que de eso hay mucho aquí. Da asco. Cuando le veo, me da un poco de reparo mirarle, porque es el drama con sonrisa, el fracaso de la ilusión; es un poco lo que a veces nos debe de pasar a todos. Y me avergüenza pensar que todos –yo el primero- deberíamos de hacer algo más y que, cobardones y asquerosos, no lo hacemos. Hasta me daría vergüenza pedirle perdón. Porque estoy seguro de que me sonreíria, sonrisa jipilonga, y me perdonaría.