sábado, 3 de febrero de 2007

El agrimensor San Lorenzo

Oigo en la radio un día -creo que fue en la radio, de que fue un día y de que lo oí estoy seguro-, que se inaugura un sitio en Madrid que se llamará Hotel Kafka. Auntomáticamente se enciende la centella que ilumina el punzón y se me ocurre que como homenaje al insigne checo judío alemán habrá cucaracas en todas las habitaciones, y consigo que me repugne mi afilado sentido del humor.


Pero no, resulta que no es un hotel de los de dormir y comer tostadas con mantequilla. Se tarta de una especie de academia para aprender a escribir. Para aprender a escribir bien, porque en teoría -y sólo en teoría que la cosa está muy mal- lo de darle al bic para hacerse inteligible, se aprende en la escuela.
Esto, a mi me da que es una forma de conseguir ingresos extraordinarios para los que se dedican a las cosas de las letras, porque de la edición vive Lara y pocos más. Está bien eso de enseñar los rudimentos para hacer brillante la prosa o el verso al aficionado, pero es como lo de las escuelas de mises, o traes el trabajo hecho de casa, o lo llevas claro.


Kafka y un amiguete en la playa.
En Madrid ni hay playa, ni hay Kafka, ni amiguetes de Kafka,
pero cada cual le pone a su garito el nombre que le da la gana.
Pues muy bien.

Es gracioso que el Hotel Kafka esté en el centro de Madrid. Casi mejor haberle puesto El seminario de Lope, o El espejo de Larra, pero lo de Kafka es más modernito y tal. Pobre Kafka, terminar convertido en camiseta y precursor de los Beatles. Yo creo que si llega a saberlo, se encierra en un castillo.

No hay comentarios: