En cuanto sea posible abrir una vía de comunicación, se colgará la ilustración que ahora se quedoó pendiente. A cambio, una perpectiva distinta de un edificio de la Mercedes, tal vez un museo o galeria de arte, diseñado al parecer por el arquitecto español Santiago Calatrava. Al fondo el edifico de los ferrocarriles alemanes (DB) en la Potsdamer Platz.
Uno anda por Berlín y se sabe los sitios. Debe de ser como dicen que es Nueva York o como San Francisco para los amantes del vértigo. Uno se la conoce. Y más o menos se conoce sus rincones y sus anécdotas. Que si el incendio del Reichtag, que si el Muro, que si la puerta de Brandemburgo,... ¿pero hubo alguna vez aquí romanos? ¿O normandos? O algún otro tipo de castro, murallita, campamentín anterior? ¿Restos medievales? ¿Qué hubo aquí antes del siglo XIX?
Berlín es un ejercicio de presente, inmediato, y reciente. De la guerra, la Segunda, poco se habla: a lo más, lo del ruso aquel subido a la Brandemburger Tor para colgar su bandera; del muro si, porque aún hay trocitos y tíos que te sangran por una postal con pedrusquillo incorporado, pero poco, muy poco más. Igual ahora, con lo del furbo, de estadios , pero tampoco demasiado, que los del Herta de Berlín deben de ser una castaña de cuidado.
Pero tenemos catetos a babor y a estribor de la Postdamer Platz con la boca abierta en el Sony Center. Que tiene tela, el emblema arquitectónico actual tenga nombre de video Beta, más antiguo que el Rigodón y para más inri, japonés, en pleno corazón de la capital del corazón de Europa. O del hígado, o de alguna otra tripa.
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