El hombre que engrasaba la puerta.
A cambio de una propinilla y de los restos de la bollería, una ensaimada un poco reseca, un garrote relleno de crema, cruasanes chiquititos y alguna ración de las famosas albóndigas -que ya no abundaban desde que el bar estaba transitando hacia café vienés- una vez por semana se pasaba por allí para engrasar la persiana.
-No hombre, otra vez no, que es demasiado -le decía-. Pero anda, pasa que te pongo un café.
Y se tomaba un café que le templaba el cuerpo mientras le echaban en una bolsa algunos bollos y, para no herirle en su amor popio le decían, mira, esto, por si los nietos lo quieren aprovechar, o para lo que sea, tú sabrás. Luego hacía el paripé de querer pagar mientras el dueño se echaba el trapo sobre el hombro y le decía, anda, anda, hoy por ti, mañana por mi. Un día me invitas tú. Y tímido, guardaba la moneda en el bolsillo gastado de la americana mientras cogía la bolsa de papel, daba las gracias y decía, hasta la próxima, que te debo una.
Y pasaban unos días. Y otra vez.
Al pie de los perfiles de la persiana se acumulaban un par de manchitas frescas de la grasa. Pensaba, cualquier día uno las pisa y se nos mata. O le hemos de pagar el tinte. La que nos faltaba.
Cuando oyó la puerta cerrarse ¡clin, clin! le vino a la mente la idea de quitar las persianas y poner unas rejas de estilo antiguo, más con lo del vienés. Aunque entonces no necesitarían grasa. Y entonces qué iba a comer aquel pobre hombre.
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9 comentarios:
Genial, Pianista. Un poco de peloteo, que nunca viene mal ¡¡je!! Nooo, en serio: GENIAL. Qué bien, ya tengo otro capítulo que "copypastear" a la historia completa... :)
Bien engrasado, sí.
yo tuve en Pampaluna una amiga rumana, María, de 20 años, que pedía por mi barrio y a la que invitaba día sí día no a cenar unas rabas en el Chelsy. Dinero no me gusta dar por la calle, pero si me la encontraba entrábamos al bar y pedía una de rabas y una cocacola para esta mujer. Y cenábamos. Tenía una hija pequeñita y un marido en Rumanía. Le pregunté qyue sí dormía bajo techo y me dijo que sí, que en un despacho de cáritas o no sé qué líos.
Un buen relato, el tuyo.
ooooh!
Me gustan estas historias.. a mi por lo menos me han hecho reflexionar.
Saludos
Menos mal que te ha gustado, Marta. Eres la fan número uno de la historia del caf´çe. Cuando esté terminada y copipasteada o me haces el prólogo o nos peleamos muy en serio.
Vale, JSVico: tú el epílogo.
Jo, Rocío, a ti te animo a que nos lo cuentes en cuento. Yo la hubiese llevado al Museo a comer fritos de huevo (que a mi jamás me gustaron, pero en fin). Un buen amigo iba al comedor de transeúntes (qué nombre tan hermoso para un drama tan profundo)a servirles la comida y a dar conversación a los que luchaban contra su soledad. Se echó unos cuantos amigos que iban fijo el día que él estaba, sólo por charlar con él. Mira, es que pienso en estas cosas de Cáritas y alrededores y me entra una mala uva que cogía a Pepiño y le leía, no se, un cachito de las Novelas ejemplares (por decir algo) a ver si le hacía brotar algo de materia gris, de sentido común o de vergüenza ajena. No iba hoy por ahí, pero me he acordado de la campaña de esos caguetas y por ahí se me ha ido.
Vale, venga, lo diré: genial.
Me ha llegado porque aún estoy con mi espíritu navideño por las nubes...
Pero eso de los bollos... Si no dejamos ni un mal euro de propina.
Muy bonito. Muy bien escrito.
Y una ovación y vuelta al ruedo por Cáritas.
Eso, Néstor, tú dale argumentos al golfo de Solbes, que no se sabe por qué no deja de recomendarnos que nos vayamos de baretos!!
Cedo la vuelta al ruedo a Cáritas, que ellos si que valen. Lo mío es puritita afición.
oye, cambia la encuesta... Mañana, oye, que termina el tiempo litúrgico de la Epifanía...
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