Al dar un sorbo al café volvió a estar allí.
Disculpe, está libre el asiento, le preguntó señalando el sofá, en donde había dejado el diario. No, por supuesto, si usted gusta, le dijo casi reverenciándole. En el casino todos eran iguales, y sin uniforme, de traje, de fiesta, cómodos, como estuviesen, regía la norma de la cordial caballerosidad, la pura educación, sin galones ni orden del día. Y allí se sentó aquel hombre que, por la edad, no debía de ser menos que general. En la reserva, por supuesto.
Y dígame, joven, que hace usted aquí, con tantos papeles.
Y le contó, que estaba allí destinado, ero que le gustaba. Que a veces era un poco incómodo, que tanta seguridad activa, pasiva y perifrástica, pero que le gustaba su labor. Pensó que era complicado bailar con las mocitas, pero le dijo que a veces era complejo confraternizar con los civiles. Como era hombre de experiencia supo de lo que le hablaba y le dedicó un condescenciende ya comprendo. Me gusta escuchar la lluvia. Me gusta cuando limpia el aire y refresca el ambiente. Me gusta que a veces una señora nos diga, después de tanto decirnos de todo, ustedes no son malos. Condescendiente, cerraba los ojos.
Pero dígame, tantos papeles, que hace usted, joven. Y le explicó. Que en su pueblo había hecho con unos amigos una revista en ciclostil, y con otro había montado un programa de música en una radio piratilla que apenas alcanzaría tres casas, pero que daba una murga de campeonato. Así que ahora que he consolidado el destino, voy a presentar los papele spara ver si me voy sacando la carrera de periodismo, poco a poco.
Le cambió el semblante. ¿Periodismo? ¿Periodismo? Los periodistas...
Y lleno de valor, le aclaró. Como en todo, hay buenos y malos periodistas. Yo quiero ser de los buenos, claro está. Y no supo que más decir.
Silencio.
Vió como miraba el café mientras él comenzaba a sudar y movía, nervioso, el boli con el que trataba de rellenar los papeles de la inscripción.
¿Así que periodista, dice usted? Conocí yo en Ávila a un periodista que andaba en mi batallón, sería en el 38, que siempre perdía sus gafas, pero que demostró compañerismo y valos a sus compañeros. Creo que estaba ahora por Valencia, o por sitios del Levante. Y siguió contándole sus peripecias. De vez en cuando, metía baza y veía con cuánta atención le escuchaba.
Ahora si me perdona, iré a reposar un poco, le dijo al cabo de un buen rato, y me permitirá que le convide a estos cafés, para que se acuerde de su promesa de hoy, para que cuando sea periodista, sea usted bueno. A sus órdenes, creyó que tenía que decirle. Pero símplemente le dijo, no tema, lo haré.
Después de aquel intenso, provechoso día en el campus con tanta reunión y con el consejo y ayuda de Don Ángel, aquel café le supo a alivio y a buen augurio. Cuando estaba recordando la coversación con aquel general vió como estallaba la estilográfica del que estaba sentado, como al salto del caballo, dos mesas más allá. Pero no se distrajo.
Al dar un sorbo al café volvió a estar allí.
5 comentarios:
De los buenos. De los que hacen falta, claro está.
Me gusta que no le contestara "a sus órdenes". Afinó su respuesta. Y el general se quedó encantado. De escuchar lo otro tenía que estar ya más que harto.
Ups, ¿periodista? Pues mira que no hay cosas interesantes que hacer en esta vida...
(Juas, juas... Es que hoy es viernes).
Pues no se yo quién flipó más con quién. El caso es que la historia está muy bien.
¿Los buenos cafés? Los uenos generales? ¿Los buenos periodistas? Marta, faltan buenos por todas partes. Al fin y al cabo, sobre lo otro, eran compañeros por encima de los galones. En cierta forma, uno estampa de lo que fue, el otro de lo que sería.
Jajaja, es que tanta maniobra, tanto barrigazo y tanta carcasa hueda de proyectil, seguro que estaba medio sonado, el pobre. De haberlo estado del todo, abogado, seguro!!
Diría que alucinaron los dos Dulci, pero es sólo una impresión.
Qué fama, los periodistas. Casi tanto como los abogados.
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