Todos somos un poco sarajevitas en estas circunstancias. O berlineses, que no suena tan rarito, últimamente hay que tener mucho ojo con estas tonterías. Porque que me decís de cómo se le quedaría al pobre lehendakari la buru, o sea, la perola, cuando intentase decir lo de sarajevitos y sarajetijas, jaratetijos y baratemijas, jarametitos y tajaremijas. Bloqueado, pobrete. Vascos, vascas y a correr.
Pero no, hoy nada de géneros ni de jéneras, de lehendakaris ni lehendakaras, ni de logotitos ni nada de todo eso. La cosa es que hoy estamos en Sarajevo. O en Berlín en construcción.
La foto esa de más arriba, explico, es una que tomé en Berlín, cerca de la East Side Gallery. Bueno, enfrente, para más señas. La grúa esa estaba dándole unos castañazos tremendos a la pobre casa que, poco a poco, se iba derrumbando. Yo no se, pero tiene un poder de evocación tremendo lo de ver las paredes de las casas aún en pie a punto de caer, con un fragmento de papel pintado, baldosas o el rastro de una escalera antigua. ¿Nunca os habés imagibnado los tacones que debieron resonar sobre ella? ¿Nunca quién se habrá medio reflejado en las baldosas, tras el vaho de una buena ducha calentita? ¿Quién fuese el que osara dibujar monigotes sobre el papel pintado? La gente luego se toma a cachondeíto fino lo de los abuelos que contemplan las obras. A mi me da que leen entre los rastros de la memoria, porque de eso es de lo que saben y nosotros sin hacerles ni caso, porque a burros no nos gana nadie.
Pero centremos el tema, que se va haciendo tarde y esto me arranca los minuticos del sueño.
Hoy la cocina es Sarajevo, Y el cuatro de baño pequeño también. Todo comenzó el 28 de diciembre, que mira que hay días para hacer el tonto, con un suicidio colectivo de baldosas. Y de lo uno a lo otro, que si hay que rebozar la pared, que si la luz mejor cambiarla, que ya que estamos los muebles, que hay un horno que es la repera, que tal y cual. Total, que ahora hay que llevar mapa para localizar el tarro de los garbanzos por algún escondite del comedor y que reponer las cervezas en el frigo es aventura digna de figurar en la Odisea, casi.
Un poco como lo del cuento aquel de Cortázar, que alguien avanza sin remisión en la casa mientras los inquilinos van quedando arrinconados. Los paletas, fijo.
Y yo que me veo cara de sarajevita. O de berlinés, como aquel presidente medio bobo al que dieron matarile una mala tarde descapotada.
También continuará.
1 comentario:
qué bueno el cuetno!
para que luego nos quejemos de los okupas...
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