Pues a pesar de toda la que se lió, no me acuerdo del año, ni del día casi. Ahora miro y lo concreto. Sería sábado. Sábado sanferminero. Yo casi no habría dormido, pero es que hay tantas cosas que hacer y ver a todas horas en sanfermines que no merece la pena perder el tiempo durmiendo. Estoy en casa de Iziar y le digo que voy a ver a mi amigo Josetxo que anda echando horas en la barra de la cafetería del hotel Ciudad de Pamplona. Luego nos vemos. Vale.
Ese es el hotel donde se suelen alojar los toreros que lidian en la Feria de San Fermín, una de las grandes de España, cita taurina mundial. De hecho, la de Pamplona es la única plaza de primera categoría que no tiene temporada completa. Para que luego se tomen a pitorreo lo de la pachanga taurina los memos que no tienen ni idea del asunto. Hay que leer, prendas.
Estábamos en lo de Josetxo y el Ciudad de Pamplona. Ese hotel, el primero de Antonio Catalán y bandera del grupo NH entonces, ahora AC Hoteles, es una de las joyas de la ciudad. Está en el que era mi barrio, uno de los mejores para vivir en Pamplona, pero eso lo dejo para otro rato. La cosa es que llego, me acerco a la barra y al poco veo a Josetxo. Hola, tal, qué pasa, cómo va, un segundo que he de poner unas copas, ahora vuelvo, jajaja.
Hay un cierto bullicio en la cafetería, pese a que se nota una relativa tensión en el ambiente. En parte es por la inminencia de la corrida. Allí hay mayorales, miembros de las cuadrillas que ya han toreado y que se quedan para pasar unos días en la feria, periodistas, ganaderos, de todo. Veo a Sánchez Román, el de la tele, saludando y charlando, muy serio, casi enfadado. Falta muy poco para el comienzo de la corrida, así que más le vale que corra o no llega, con el lío que suele haber alrededor de la Plaza a esas horas. No se si será por eso, pero con lo agradable que es en la tele aquí parece un tanto malhumorado, aunque me imagino que es la cara que tenemos todos recién levantados y a punto de ir a trabajar.
Ese es el hotel donde se suelen alojar los toreros que lidian en la Feria de San Fermín, una de las grandes de España, cita taurina mundial. De hecho, la de Pamplona es la única plaza de primera categoría que no tiene temporada completa. Para que luego se tomen a pitorreo lo de la pachanga taurina los memos que no tienen ni idea del asunto. Hay que leer, prendas.
Estábamos en lo de Josetxo y el Ciudad de Pamplona. Ese hotel, el primero de Antonio Catalán y bandera del grupo NH entonces, ahora AC Hoteles, es una de las joyas de la ciudad. Está en el que era mi barrio, uno de los mejores para vivir en Pamplona, pero eso lo dejo para otro rato. La cosa es que llego, me acerco a la barra y al poco veo a Josetxo. Hola, tal, qué pasa, cómo va, un segundo que he de poner unas copas, ahora vuelvo, jajaja.
Hay un cierto bullicio en la cafetería, pese a que se nota una relativa tensión en el ambiente. En parte es por la inminencia de la corrida. Allí hay mayorales, miembros de las cuadrillas que ya han toreado y que se quedan para pasar unos días en la feria, periodistas, ganaderos, de todo. Veo a Sánchez Román, el de la tele, saludando y charlando, muy serio, casi enfadado. Falta muy poco para el comienzo de la corrida, así que más le vale que corra o no llega, con el lío que suele haber alrededor de la Plaza a esas horas. No se si será por eso, pero con lo agradable que es en la tele aquí parece un tanto malhumorado, aunque me imagino que es la cara que tenemos todos recién levantados y a punto de ir a trabajar.
En parte es por lo otro.
Entre café y copa, hablamos Josetxo y yo de cómo nos va. Han pasado cuatriaños desde que nos graduamos y ya estamos metidos en la cruda realidad. Bueno, está bien, lo que se esperaba, probablemente. Nos ponemos al día de las cosas, de las noticias sobre los compañeros, un poco de cotilleo, como cada vez que nos encontramos viejos compañeros. Oye, qué sabes de éste, y de la otra y así. Él ha seguido estudiando porque tiene un proyecto mucho más trabajoso, y como la hacienda da para lo que da, en sanfermines se saca un buen dinerito en lo de la cafetería. Además, por lo que parece, la gente es generosa con las propinas, con lo que el negocio aún resulta más provechoso. La tarde es muy luminosa, el Tour ha ido bien y la ciudad vuelve a despertar camino de otra noche bulliciosa.
Pero todo se para.
-¡Le han matado, le han matado! –grita alguien
Un breve silencio. Todos miramos hacia la barra.
-Poned la radio
Algunos teléfonos móviles -aún hay pocos, pero ya se hacen notar- empiezan a sonar y la confusión se extiende. Lo han hecho, le han matado, se repite de voz en voz. Pero de pronto alguien grita más que el resto.
-Está vivo, está herido, pero está vivo. Un cazador, le ha encontrado un cazador o así...
Las informaciones son muy confusas aún. La reacción es extraña, Nunca he visto nada igual. De pronto no había conversaciones, no había grupos de gente, todos éramos uno escuchándonos y mirándonos.
Le han recogido los de la DyA. La DyA son las ambulancias. Me encanta su lema Detente y ayuda, estupendo para una ambulancia en general o para cualquier persona en particular. Tantas veces pasamos de largo. Parece que alguien le encontró en el monte o en un bosque o así y que la DyA le recogido. También parece, pero es que las noticias se confirman y desmienten a toda velocidad, que se mantiene vivo y que lo llevan a Cruces o a no se dónde.
Uno de los taurinos, no se, mayoral, pastor, ganadero, es lo de menos, un tío más grande que un castillo, piel curtida, pelo entre rubio y cano, rizado, solo, se pone a llorar. Aún, ahora cuando escribo esto, se me sigue poniendo el nudo en la garganta cuando pienso en cómo sufrió aquel hombre, en cómo lo exteriorizó y como lo compartió con todos. El mundo del toro es duro y hermoso. Los taurinos viven de cerca la vida y la muerte, el hambre, la gloria el sacrificio. Unos antiguos. Las cuadrillas, los toreros se dejan los dientes, se dejan la vida en las carreteras yendo de plaza en plaza, ven cómo a los amigos les agujerean los pitones, las pasan de quilo, se han de cortar prematuramente la coleta porque no hay plaza para tanto maestro y sólo unos poquitos pueden llegar a vivir como un torero. Ver a un tipo que -esto es novela mía, pero basada en la realidad- estaría curtido en mil batallas, con las manos peladas de trabajo y de dolor llorando con el desconsuelo de un niño delante de todos, sin pudor, como un sentimiento crudo fue una imagen del dolor puro, vivo, inconsolable. De verdad.
Uno que grita:
-Vamos a buscarlos, vamos a por ellos y la liamos –y se oye alguna burrada más.
Y todos que le dicen que no, hombre que no, que nosotros no, que eso lo hacen los otros, pero nosotros no. Pues vamos a la sede y nos quedamos en la puerta hasta que nos echen. Eso si, pero sin animaladas. Y la mitad del personal que se va para allá. Josetxo y yo terminamos nuestra conversación precipitadamente. Él se queda en la barra como los otros camareros, pendiente del transistor a ver si confirman si sobrevive o qué. Oye, me voy. Vale.
Vuelvo al piso y me reencuentro con Iziar. Vemos en la tele las noticias y nos enteramos que esta muy cascado. Mucho, mucho. Calibre muy pequeño, casi de juguete. Las balas pierden velocidad al romper el hueso y rebotan dentro del cráneo. Dos tiros. Dos veces. El cerebro ha de estar triturado. Hay que tener unas ganas de vivir increíbles para aguantar siquiera un rato con esas heridas.
Hemos quedado a alguna hora y nos reunimos con el resto de gente. Nos sentamos en un bar que siempre me disgustó, pero ya se sabe, si sales en grupo te adecuas a lo que dice la gente. Allí debatimos sobre el tema. Indignación pero contenida. Se han pasado. Esto es demasiado. Así no se puede ir. Hay que suspender el cencierro, Y los toros. El encierro no, los toros si. Todo, nada, el debate de siempre, qué es mejor hacer cuando tienes miedo.Espontáneamente nos vamos quitando los pañuelicos. Es nuestro luto, se supone. Al bolsillo o atado en la muñeca. Como justo antes del Chupinazo pero sin sonrisas. Algunos quieren ir a atarlo a la puerta de la sede del partido, que está tocando la plaza Consistorial. Frente al Ayuntamiento ha habido una serie de concentraciones en los días precedentes. La Policía Nacional ha estado acordonando la sede para evitar la tentación del asalto, pero era sido innecesario. La presión es evidente, cantos, abucheos, pero siempre de modo pacífico y cívico. En una de las manifestaciones un animal da vivas a los malos e insulta a los buenos. Aunque unos animan al linchamiento es la propia base de manifestantes quien le hace un cordón y le obliga a salir de allí. Hay gente que llora tras los insultos de esa alimaña.
En la enorme puerta de madera han empezado a atar pañuelicos. De pronto, parece un tapiz de sangre, un recordatorio permanente de lo que hay dentro y de los que estamos fuera.
Esa noche alguien le prende fuego a ese duelo popular; los pañuelos arden porque es lo único que pueden hacer. Probablemente hubiesen preferido los linchamientos para poder justificarse y seguir perpetuándose, como en el 89. Pero por primera vez están acorralados. Ellos lanzaron un órdago y a cambio lo han perdido todo, han hecho más daño que nunca, pero en lugar de acobardarnos, nos han hecho más fuertes. Por primera vez. Hoy no se atreven a bramar, ni a empapelar la calle de carteles subversivos, hasta han tenido que cerrar las herriko tabernas porque están muertos d emiedo, porque en privado te dicen que esto no se puede hacer, que ya no pueden seguir más así. Han perdido y ahora lo saben, por eso procuran crear el máximo dolor mientras se baten retirada.
Entre café y copa, hablamos Josetxo y yo de cómo nos va. Han pasado cuatriaños desde que nos graduamos y ya estamos metidos en la cruda realidad. Bueno, está bien, lo que se esperaba, probablemente. Nos ponemos al día de las cosas, de las noticias sobre los compañeros, un poco de cotilleo, como cada vez que nos encontramos viejos compañeros. Oye, qué sabes de éste, y de la otra y así. Él ha seguido estudiando porque tiene un proyecto mucho más trabajoso, y como la hacienda da para lo que da, en sanfermines se saca un buen dinerito en lo de la cafetería. Además, por lo que parece, la gente es generosa con las propinas, con lo que el negocio aún resulta más provechoso. La tarde es muy luminosa, el Tour ha ido bien y la ciudad vuelve a despertar camino de otra noche bulliciosa.
Pero todo se para.
-¡Le han matado, le han matado! –grita alguien
Un breve silencio. Todos miramos hacia la barra.
-Poned la radio
Algunos teléfonos móviles -aún hay pocos, pero ya se hacen notar- empiezan a sonar y la confusión se extiende. Lo han hecho, le han matado, se repite de voz en voz. Pero de pronto alguien grita más que el resto.
-Está vivo, está herido, pero está vivo. Un cazador, le ha encontrado un cazador o así...
Las informaciones son muy confusas aún. La reacción es extraña, Nunca he visto nada igual. De pronto no había conversaciones, no había grupos de gente, todos éramos uno escuchándonos y mirándonos.
Le han recogido los de la DyA. La DyA son las ambulancias. Me encanta su lema Detente y ayuda, estupendo para una ambulancia en general o para cualquier persona en particular. Tantas veces pasamos de largo. Parece que alguien le encontró en el monte o en un bosque o así y que la DyA le recogido. También parece, pero es que las noticias se confirman y desmienten a toda velocidad, que se mantiene vivo y que lo llevan a Cruces o a no se dónde.
Uno de los taurinos, no se, mayoral, pastor, ganadero, es lo de menos, un tío más grande que un castillo, piel curtida, pelo entre rubio y cano, rizado, solo, se pone a llorar. Aún, ahora cuando escribo esto, se me sigue poniendo el nudo en la garganta cuando pienso en cómo sufrió aquel hombre, en cómo lo exteriorizó y como lo compartió con todos. El mundo del toro es duro y hermoso. Los taurinos viven de cerca la vida y la muerte, el hambre, la gloria el sacrificio. Unos antiguos. Las cuadrillas, los toreros se dejan los dientes, se dejan la vida en las carreteras yendo de plaza en plaza, ven cómo a los amigos les agujerean los pitones, las pasan de quilo, se han de cortar prematuramente la coleta porque no hay plaza para tanto maestro y sólo unos poquitos pueden llegar a vivir como un torero. Ver a un tipo que -esto es novela mía, pero basada en la realidad- estaría curtido en mil batallas, con las manos peladas de trabajo y de dolor llorando con el desconsuelo de un niño delante de todos, sin pudor, como un sentimiento crudo fue una imagen del dolor puro, vivo, inconsolable. De verdad.
Uno que grita:
-Vamos a buscarlos, vamos a por ellos y la liamos –y se oye alguna burrada más.
Y todos que le dicen que no, hombre que no, que nosotros no, que eso lo hacen los otros, pero nosotros no. Pues vamos a la sede y nos quedamos en la puerta hasta que nos echen. Eso si, pero sin animaladas. Y la mitad del personal que se va para allá. Josetxo y yo terminamos nuestra conversación precipitadamente. Él se queda en la barra como los otros camareros, pendiente del transistor a ver si confirman si sobrevive o qué. Oye, me voy. Vale.
Vuelvo al piso y me reencuentro con Iziar. Vemos en la tele las noticias y nos enteramos que esta muy cascado. Mucho, mucho. Calibre muy pequeño, casi de juguete. Las balas pierden velocidad al romper el hueso y rebotan dentro del cráneo. Dos tiros. Dos veces. El cerebro ha de estar triturado. Hay que tener unas ganas de vivir increíbles para aguantar siquiera un rato con esas heridas.
Hemos quedado a alguna hora y nos reunimos con el resto de gente. Nos sentamos en un bar que siempre me disgustó, pero ya se sabe, si sales en grupo te adecuas a lo que dice la gente. Allí debatimos sobre el tema. Indignación pero contenida. Se han pasado. Esto es demasiado. Así no se puede ir. Hay que suspender el cencierro, Y los toros. El encierro no, los toros si. Todo, nada, el debate de siempre, qué es mejor hacer cuando tienes miedo.Espontáneamente nos vamos quitando los pañuelicos. Es nuestro luto, se supone. Al bolsillo o atado en la muñeca. Como justo antes del Chupinazo pero sin sonrisas. Algunos quieren ir a atarlo a la puerta de la sede del partido, que está tocando la plaza Consistorial. Frente al Ayuntamiento ha habido una serie de concentraciones en los días precedentes. La Policía Nacional ha estado acordonando la sede para evitar la tentación del asalto, pero era sido innecesario. La presión es evidente, cantos, abucheos, pero siempre de modo pacífico y cívico. En una de las manifestaciones un animal da vivas a los malos e insulta a los buenos. Aunque unos animan al linchamiento es la propia base de manifestantes quien le hace un cordón y le obliga a salir de allí. Hay gente que llora tras los insultos de esa alimaña.
En la enorme puerta de madera han empezado a atar pañuelicos. De pronto, parece un tapiz de sangre, un recordatorio permanente de lo que hay dentro y de los que estamos fuera.
Esa noche alguien le prende fuego a ese duelo popular; los pañuelos arden porque es lo único que pueden hacer. Probablemente hubiesen preferido los linchamientos para poder justificarse y seguir perpetuándose, como en el 89. Pero por primera vez están acorralados. Ellos lanzaron un órdago y a cambio lo han perdido todo, han hecho más daño que nunca, pero en lugar de acobardarnos, nos han hecho más fuertes. Por primera vez. Hoy no se atreven a bramar, ni a empapelar la calle de carteles subversivos, hasta han tenido que cerrar las herriko tabernas porque están muertos d emiedo, porque en privado te dicen que esto no se puede hacer, que ya no pueden seguir más así. Han perdido y ahora lo saben, por eso procuran crear el máximo dolor mientras se baten retirada.
Por la mañana, sobre los restos chamuscados, crece otra bandera de pañuelicos recién atados. Como si hubiese rebrotado del dolor una fuerza renovada, los pañuelos fueron un decir ya está bien, aunque nos queméis seguimos, siendo más, somos mejores y estamos dispuestos a resistir.
97. Diez años. Las cosas han cambiado. Todo aquello no sirvió para nada. Aquella muerte no valió para nada. El hombre-castillo derrumbándose entre lágrimas no valió para nada. El sacrificio, el asesinato, la vida regalada no sirvió para nada.
97. Diez años. Las cosas han cambiado. Todo aquello no sirvió para nada. Aquella muerte no valió para nada. El hombre-castillo derrumbándose entre lágrimas no valió para nada. El sacrificio, el asesinato, la vida regalada no sirvió para nada.
El imbécil ríe.
Y la fiesta sigue.
10 comentarios:
Tu relato es el relato de tantos españoles que en esas horas aciagas rezábamos para que no mataran a Miguel Angel.
Cuando en la radio oí que había aparecido vivo, aunque gravísimo, maldije a sus verdugos aunque sin perder la esperanza en que salvara la vida. Duró poco. Había sido una ejecución. Dos tiros en la nuca.
Los que la perpetraron, unos asesinos. Cobardes, miserables, mezquinos, ruines.
Pianista, quien hoy rie no es el imbécil, es un asesino que tiene en su conciencia veinticinco asesinatos. Es la sonrisa de la hiena. El imbécil, en cambio, es el sonrisitas que ocupa la Moncloa y que llegó a ella aupado en el once eme.
Descansen en paz todas las victimas.
pero el único que rie como una hiena, aparte del que nombrais, es el melenudo que hace el papelito poniendo florecitas por las víctimas del terrorismo.
¿Cómo se puede ser tan mentiroso y tan cínico?!!
A con perdón,
que sea melenudo, mentiroso y cínico, que haya sacado rédito electoral a la matanza, y que sonría... a ver, a ver... o hombres de paz o hombres de talante.
Pero sólo me vienen a la memoria cabezas ralas, micrófonos bien pagados o directamente calvos y acomplejados.
No estoy de acuerdo contigo en una cosa, a Miguel Angel Blanco lo matarón a plazo fijo los asesinos de ETA sin que nadie pudiera hacer nada, pero tras esa muerte nada fue igual que antes. Lo que pasa es que a nuestro Presidente le ha dado por desenterrar momias y ponerles medallas para que puedan negociar algo.
Saludos Pinanista, me gusta tu blog
Gracias Mosca y gracias a todos los demás.
A ver, que conste que no me apetece entrar en una discusión (inútil) en la que nadie va a convencer a nadie. Pero si el PP (hablemos claro, no?) perdió las elecciones fue porque se lo ganó a pulso durante todo su mandato. La pena es que hiciera falta un atentado de ese calibre para que la gente se diera cuenta del tipo de gentuza que estaba gobernando el país...
Según una reciente investigación de la Universidad Pompeu Fabra -nada próxima al Gobierno saliente- se demostraba según los datos de voto registrados en las embajadas y el voto por correo, en comparación con el de todas las elecciones anteriores, el partido en el Gobuerno hubiese revalidado su victoria.
¿Quiere eso decir que el atentado ese pretendía cambiar el Gobierno, a modo de golpe blando? Bueno, eso es lo que han dicho algunos de los acusadillos del juicio ese que están haciendo ahora.
Pero yo me pido otra de gambas y me echo unas risas la mar de buenas y a vivir que son dos días...
Pianista,
te acompaño en tomar una de gambas y para acompañar
-una de explicaciones sobre el cerco a las sedes del partido de "esa gentuza" en jornada de reflexión.
-otra de aclaraciónes por qué huir como ratas de Irak y seguir en Afganistán
-otra de memoria histórica con Paracuellos, para empezar
y de postre
-una de dimisión del sonrisitas por aquello de que no merecemos un gobierno que mienta.
Desde El Toboso y sin acritud
Joer, vaya panda de rompepiernas. Pero el furbo es así, dicen. La cosa es que lo hablemos...
mejor no digo nada que no tengo una buena tarde, pero volveré...
(y no es una amenaza)
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